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Columna
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Roma: Bandersnatch

¿Qué harían los detractores de Roma (no Roma la película, sino Roma el mensaje, que al parecer es otra cosa) pudiéndose servir la historia a gusto al modo Bandersnatch?

Manuel Jabois
Black Mirror Bandersnatch.
Black Mirror Bandersnatch.Netflix / Black Mirror (EL PAÍS)

Uno de los sentidos magníficos que tiene Bandersnatch, la película de Black Mirror en la que el espectador tiene que tomar las decisiones del protagonista, es que el perfeccionamiento de la técnica podría proporcionar a cada espectador la película moral que le apetezca sin sobresaltos, amarguras ni enfados. Ya saben: no ver las películas tal y como fueron rodadas, reflejando la época que les correspondía, con todas sus miserias a la espalda para ver si se aprende algo de ellas, sino ver las películas que te gustaría ver a ti, llenas de generosidad y bondad en un mundo tan feliz que apenas se podría distinguir de la víspera de un nuevo Reich. Y de este modo, eligiendo tu propia aventura, no habría que endosarle a los autores de las obras todos los vicios y pecados de sus personajes de ficción tal y como empiezan muchos a concebir la ficción, como sustituta de los servicios secretos del franquismo: delatora de malas costumbres y moral inapropiada.

¿Qué harían los detractores de Roma (no Roma la película, sino Roma el mensaje, que al parecer es otra cosa) pudiéndose servir la historia a gusto al modo Bandersnatch? ¿Convertir a Cleo en Azarías y colgar a la abuela de los críos de un árbol como si fuera el señorito Iván? ¿O a Sofía, esa señora desquiciada por un abandono? ¿O al infiel de su marido, que huye por patas dejando tirada a su esposa y su familia numerosa? Me gusta pensar que a ninguno de ellos; la revolución impondría, vía Bandersnatch, que el espectador tuviese la oportunidad de mandar a Cleo a colgar al mismísimo Alfonsito Cuarón: una subversión absoluta que rompería (Netflix, otra vez) el modo de narrar y la emparentaría con la necesidad ideológica de matar al padre cuando el padre no es más que un niño.

De este modo Bandersnatch como elemento corrector aliviaría muchos de los sofocos de las pieles finas: podría disfrutarse del arte a la carta. Hasta entonces habrá que ver Roma como lo que es, la obra maestra que le da la gana a su autor, una estampa de una época de su vida dentro de una familia de clase alta (me niego a llamar a eso clase media, clase media-alta si quieren los puristas) que se sostiene, como tantas, por el servicio. Más que por el servicio, por la implicación sentimental de este, como en tantas y tantas familias ricas disueltas por la cabeza —el matrimonio— y atadas por las que tienen que recoger los cristales rotos. Con la paradoja de que, como ha observado Elvira Lindo, corren dos desgracias paralelas entre la señora y la criada: las dos son abandonadas por su pareja; a la primera le dejan una casa de dos plantas, a la segunda un embarazo.

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Apártese quien no haya visto la película, que vienen graves spoilers. ¿Quiere aprender el espectador de diferencia de clases, de lucha de clases? Que ese espectador vea bien la película y entienda lo que ocurre: la criada pobre da luz a un bebé muerto y salva la vida de un hijo de la señora rica. Y después de salvarlo y de ser arropada por toda la prole, confiesa que a su bebé en el fondo no lo quería, se entiende que porque no lo esperaba. Y si no encuentran mensaje más desapacible moralmente que ese, más desalentador y más desencantado que el de esa chica que parece asumir ser el miembro postizo de la familia a la que sirve, pídanlo por Bandersnatch; elige tu propia aventura y no dejes que nadie la elija por ti. No nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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