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MIRADOR
Columna
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Humo

Seseña es la metáfora de una España que arrastra su historia como una condena que parece que no fuera a terminar nunca

Julio Llamazares
Vista del incendio de neumáticos en Seseña (Toledo)
Vista del incendio de neumáticos en Seseña (Toledo)Ismael Herrero (EFE)

Todavía no ha terminado el incendio del cementerio ilegal de neumáticos de Seseña y ya ha comenzado otro, el político, mucho más nocivo y contaminante. Tardó en producirse —por el puente de San Isidro en la capital—, pero ha estallado con toda la virulencia a la que nos tienen acostumbrados ya los políticos españoles.

La situación de Seseña en la raya entre dos provincias, Toledo y Madrid, y de dos comunidades autónomas, las de Madrid y Castilla-La Mancha, hace que el humo duplique su densidad y alcance políticos, como lo acentúa también el hecho de que en una de esas dos autonomías, la castellano-manchega, haya habido cambio de partido en su Gobierno hace poco. A la hora de culparse unos a otros de la catástrofe ambiental son muchos a los que acusar, lo que aviva el incendio de las responsabilidades. Al final, unos por otros, acabarán echándole la culpa a Zapatero, ya verán.

Por circunstancias he conocido Seseña y tengo para mí que este pueblo toledano-madrileño es la metáfora de una España que continúa arrastrando su historia como una condena que parece que no fuera a terminar nunca. En realidad, Seseña son cuatro. Está el pueblo original, típica población agrícola reconvertida en ciudad dormitorio por su cercanía a Madrid y de la que quedan ya pocos restos arquitectónicos tras su destrucción en la Guerra Civil española, en una batalla, la de su nombre, en la que por vez primera entraron en combate los carros T-26 soviéticos, que llegaron a avanzar por las estrechas calles de la población. Están luego, cerca de ella, el Barrio de la Estación, surgido en torno a la del ferrocarril de Madrid a Andalucía cuando éste se hizo en el siglo XIX, y el Seseña Nuevo, levantado por presos republicanos al finalizar la Guerra Civil en castigo por haber destruido el antiguo. Y está por fin el que ya es famoso en todo el país hasta el punto de haberse convertido en el símbolo de la locura constructora que dio lugar a la crisis: ese llamado Quiñón de Seseña que construyó el famoso El Pocero en mitad de la estepa madrileño-toledana y que tenía previsto llegar a las 17.000 viviendas, que el estallido de la crisis dejó en la mitad. En medio de todo ello, un cementerio de neumáticos, el mayor de toda Europa, completaba el resumen de la historia pasada y reciente de este país.

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Durante días oiremos a nuestros políticos culparse unos a otros de su existencia, siendo como era ilegal. Como de costumbre, se dedicarán a echar humo contaminando todavía más la ya irrespirable atmósfera de este país en funciones en el que desde hace ya mucho nadie hace nada salvo responsabilizar al resto.

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