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Jornadas de 12 horas, mala conexión y comida poco saludable, las grandes quejas de los marineros

El índice que mide la felicidad de los tripulantes cae en el primer trimestre del año de 7,69 a 7,10 puntos

Malasysia
A sailor explains how the engine room of a ship works to a group of visitors in Malaysia, in February 2023.
Álvaro Sánchez

El mar ofrece a quienes han hecho de él su medio de vida recompensas inimaginables para el resto de la población. Estar lejos de cualquier aglomeración humana, viendo aparecer y desaparecer ballenas y otra fauna marina en medio de una naturaleza salvaje es para muchos una experiencia fascinante. Pero permanecer rodeado de agua durante meses, a bordo de un barco del que apenas hay ocasiones de salir, también comporta incomodidades y problemas que solo las casi dos millones de personas que trabajan en todo el mundo como marineros han experimentado. Para vigilar su situación y alentar mejoras, la organización Mission to Seafarers publica desde 2015 un índice de felicidad de los tripulantes basado en sus respuestas a una encuesta. En el informe del primer trimestre, las noticias no son del todo buenas: la nota ha caído de 7,69 a 7,10 puntos.

Entre las quejas, los interrogados relatan jornadas diarias de 12 horas de trabajo que son fuente de fatiga y rompen el equilibrio entre la vida personal y laboral, con efectos adversos “para la salud mental y física de la gente del mar”, afirma el texto. Eso erosiona el ambiente en el interior de las embarcaciones. “La exigente naturaleza del trabajo a bordo puede afectar la capacidad de los miembros de la tripulación para interactuar entre sí”, añade. Cuando esas relaciones sociales con la gente con la que se comparte espacio durante tantas horas se resiente, empeora la satisfacción laboral.

Pocas profesiones requieren una dedicación tan exclusiva. Hay personal que llega a superar los seis meses en alta mar, y compañías que les piden prolongar su estancia, a lo que en ocasiones acceden por razones económicas: buena parte de la plantilla proviene de India y Filipinas, y de su sueldo —que ronda los 400 dólares en el escalón más bajo— depende el bienestar familiar en un momento de alta inflación, lo que eleva la presión para que traten de ganar más. “Muchos marineros consideran que sus salarios no van a la par”, dice el informe sobre el creciente coste de la vida.

También encuentran limitaciones para bajar a tierra firme en ciertas regiones, lo que lleva a algunos a sentirse “en una prisión” y es un golpe para la moral de los marineros. Pese a que la mayoría de países han levantado ya el grueso de las restricciones por la pandemia, hay casos puntuales en los que no se les ha permitido desembarcar alegando riesgo sanitario, aun cuando están completamente vacunados y no se han detectado positivos. Su labor, sin la que no se entiende la globalización —en torno al 90% de las mercancías viajan por mar— fue fundamental en lo peor del virus, cuando siguieron trabajando para garantizar el suministro en condiciones muy complicadas, sin apenas poder salir del barco para evitar contagios en los lugares donde iban atracando. Ese esfuerzo fue reconocido públicamente por el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres.

La inflación también está alentando otro fenómeno que les perjudica. Hay tripulantes que advierten que las empresas han rebajado los presupuestos alimentarios para ahorrar. Eso ha redundado en la peor calidad o menor cantidad de las comidas, en medio de preocupaciones por la falta de nutrición y la contratación de cocineros no cualificados. “Los encuestados describieron las comidas como poco saludables, monótonas y de mala calidad”. Se detectaron casos de intoxicaciones por ingerir pescado de aguas potencialmente contaminadas.

Viviendo en el lugar de trabajo, lejos de familiares y amigos, internet aparece como una vía de escape fundamental. Los marineros reconocen que el contacto con sus seres queridos ha mejorado y se ha vuelto más barato respecto a tiempos pasados. Conectarse es una forma de relajarse y entretenerse que les ayuda a seguir sintiéndose parte de sus grupos de amigos. Y compartir historias y fotografías de sus viajes favorece su autoestima, al sacarles de la oscuridad de cara a su entorno, que ahora pueden saber dónde están, qué ven y enviarles comentarios.

Sin embargo, hay descontento por la poca velocidad de la conexión —en algunas zonas inexistente— y tarifas de datos insuficientes. A eso se une la citada exigencia laboral. “A menudo hay muy poco tiempo para videollamadas, debido a que hay que combinar el trabajo y las horas de sueño con poco tiempo de inactividad”, critica el informe. Las expectativas de que la situación progrese son altas gracias a Starlink, el operador de internet por satélite del multimillonario Elon Musk, que promete mejorar el acceso y el precio de las conexiones. Del buen funcionamiento de la red depende el intercambio diario de correos electrónicos y las videollamadas de matrimonios separados o de padres e hijos.

La tecnología se erige como el remedio más sencillo contra el aburrimiento y el aislamiento. Distraer la mente en esas largas temporadas fuera de casa se antoja casi obligatorio, y las navieras no siempre fomentan el ocio a bordo. “Hay una necesidad de actividades más atractivas”, señalan los autores de la encuesta.

Las prácticas varían mucho de una compañía a otra. Mientras algunas proporcionan atención a la salud mental y servicios de asesoramiento médico, otras no. Tampoco se facilita la práctica de deporte, que se asocia a hábitos de vida saludable. Porque no hay instalaciones adecuadas, no sobra el tiempo libre —se critica un exceso de burocracia y tareas innecesarias— y las jornadas maratonianas —repletas de turnos de noche y cambios de husos horarios—, dejan a los marineros con poca energía para la actividad física. Además, la mala conexión no anima a utilizar aplicaciones para hacer ejercicio.

El texto no se refiere a los problemas específicos de las mujeres, todavía una pequeña minoría que apenas ronda el 2% de los marineros. Su mejor integración en una profesión donde durante décadas el sexismo ha campado a sus anchas, aprovechando la impunidad que proporcionaba el aislamiento de los barcos, se ha convertido en un tema prioritario para el sector.

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Sobre la firma

Álvaro Sánchez
Redactor de Economía. Ha sido corresponsal de EL PAÍS en Bruselas y colaborador de la Cadena SER en la capital comunitaria. Antes pasó por el diario mexicano El Mundo y medios locales como el Diario de Cádiz. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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