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El invisible club de los 100.000 millones: los operadores de materias primas disparan su beneficio

Desconocidos para el gran público, esas compañías triplican sus ganancias en cuatro años. Los bancos y los fondos de inversión vuelven al negocio al calor de los jugosos márgenes

Vista aérea de una zona de procesado de litio en Atacama (Chile), en una imagen de archivo.
Vista aérea de una zona de procesado de litio en Atacama (Chile), en una imagen de archivo.Ivan Alvarado (REUTERS)
Ignacio Fariza

2022 ha sido un año tan para olvidar en tantos y tantos frentes —una guerra en Europa, una crisis energética sin precedentes, un estallido inflacionario súbito— como memorable para unos pocos elegidos. En ese saco están las petroleras o los bancos, espoleados —respectivamente— por el alza del crudo y de los márgenes de refino, y por el subidón de tipos de interés. Pero también, mucho más alejadas de los focos —del escrutinio público y, mucho más preocupante, también de los reguladores—, los grandes operadores de materias primas, que han sabido pescar en río revuelto y capitalizar el caos en beneficio propio.

Este ramillete heterogéneo de actores —que va desde los traders sectoriales (Glencore, Trafigura, Vitol: colosales organizaciones desconocidas para el gran público) hasta los grandes nombres de las finanzas y la banca de inversión— superó el año pasado la cota de los 100.000 millones de dólares (91.000 millones de euros) de beneficio conjunto. Cuatro años antes, en 2018, superaban por poco los 36.000: un salto al alcance de prácticamente ningún otro sector.

El cambio radical de coordenadas geopolíticas y económicas iniciado por la pandemia y consumado por la guerra ha sido —y sigue siendo, en cierto modo— miel sobre hojuelas para quienes están en el ajo de las commodities. “En 2022, los mercados de materias primas han ido más allá del significado de la palabra ‘volatilidad’. (...) Y cada ciclo [de este tipo] genera oportunidades para que los operadores hagan dinero, tanto en las subidas como en las bajadas”, sintetizaban recientemente los técnicos de la consultora estratégica Oliver Wyman en un monográfico sobre el extraordinario comportamiento de estas firmas. No hay mejor definición posible de beneficios caídos del cielo.

Invisibles para la mayoría, sus cuentas de resultados pasan mucho menos inadvertidas: los 115.000 millones de dólares ganados en 2022 no solo es la cifra más alta desde que hay registros, sino más del doble del beneficio cosechado en 2009, en el último bum de las materias primas. “El mundo no debería tomarse a la ligera el papel de traders hábiles y bien capitalizados dispuestos a asumir riesgos en tiempos de agitación”, escriben los economistas de la consultora estadounidense.

La energía, origen de 6 de cada 10 dólares

No hubo, el año pasado, nicho de actividad que se les resistiese a los operadores del sector: el dinero estaba en todas partes. Pero en tiempos de continua agitación energética, el petróleo, gas natural y electricidad fue —por mucho— el campo más fértil para sus bolsillos: con crecimientos interanuales de entre el 55% y el 90%, esta tríada sumó casi el 63% de beneficio neto del sector. A gran distancia, aunque con aumentos igualmente reseñables, se situaron los minerales y metales (18% del total), el gas natural licuado (11%) y los alimentos (5%). En todos los casos, sin embargo, los crecimientos anuales abultados fueron la nota predominante.

Pese al todavía amplio dominio de las energías fósiles —carbón incluido, de largo la más contaminante—, la transición hacia las renovables también está empezando a mutar el negocio de los operadores de materias primas. Las operaciones con cobre y níquel se han disparado. El litio y el cobalto, fundamentales en la fabricación de baterías para coches eléctricos, son creciente objeto de deseo. Y las versiones verdes de los metales tradicionales ofrecen más y más oportunidades en el sector. Aunque el entorno de precios de los productos básicos ha cambiado por completo en estos primeros compases del año, el sector sigue viendo grandes oportunidades en 2023. Un año que, según augura Robert S. Pindyck, del Massachusetts Institute of Technology (MIT), “probablemente sea similar a 2022″.

Un negocio cada vez más financiero

Los Glencore, Trafigura, Vitol, Gunvor, Cargill o Mercuria, mascarón de proa de las empresas especializadas en la compraventa de materias primas, son solo una parte de la foto. En un negocio cada vez más financiero, en el que la disponibilidad de caja para poder operar es clave, casi la tercera parte del pastel se la llevaron la banca (20%) y los fondos de inversión (10%). “Tras años de retracción, los bancos han vuelto”, escriben los técnicos de Oliver Wyman, que constatan como el dinero contante y sonante volvió a ser el rey el año pasado y volverá a serlo en los próximos años.

No es ese, sin embargo, el único trazo que hace de este sector una pata más de la industria financiera en su conjunto. Son mayoría —y, de nuevo, cada vez más— las firmas que no llevan a cabo ninguna transacción física con materia prima alguna y que simplemente compran y venden derechos que luego no ejecutan. El uso de derivados, que con tanta pericia manejan las entidades financieras, se ha popularizado. Y cada vez importa menos si el bien objeto de la transacción es hierro, soja, plata o diésel.

“A medida que han ido creciendo, estas comercializadoras también se han convertido en importantes conductos de financiación para el comercio mundial; son una especie de sector bancario en la sombra, dispuesto a pagar a los productores de petróleo por adelantado por su crudo o a suministrar cobre a los fabricantes a crédito”, escriben Javier Blas y Jack Farchy en El mundo está en venta: la cara oculta del negocio de las materias primas (Península, 2022). No es de extrañar que, en la actual coyuntura, “las materias primas se están usando como cobertura frente a la inflación y para diversificar las carteras de renta variable: son una forma popular de inversión alternativa”, zanja Nikos Nomikos, profesor de la Bayes Business School, que observa un claro “proceso de financiarización” del sector. Más empresas en liza, más dinero en juego: lo ocurrido estos años salvajes probablemente no se repita, pero hay muchos motivos para pensar que el sector aún tiene años de vino y rosas por delante.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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