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La bicoca de los ‘traders’ de materias primas: quiénes se están haciendo de oro con la guerra de Ucrania

Las tensiones geopolíticas, las sanciones a Rusia y la ingeniería fiscal disparan los beneficios de compañías como Glencore, Trafigura o Vitol

Trabajo en la minería cooperativa en Cerro de Porco, en Potosí, ciudad del suroeste de Bolivia.
Trabajo en la minería cooperativa en Cerro de Porco, en Potosí, ciudad del suroeste de Bolivia.Christian Lombardi (Zuma Press / ContactoPhoto) (Christian Lombardi / Zuma Press )
Miguel Ángel García Vega

¿Quién hace negocio con la guerra en Ucrania? ¿Quién se beneficia de la mayor crisis energética en medio siglo? ¿Quién transforma las sanciones en dividendos? ¿Quiénes logran inmensas cantidades de dinero cuando la incertidumbre y el horror arraigan igual que cipreses en un camposanto? Los fabricantes de armas, las compañías petroleras y los comerciantes de materias primas (commodities, en la jerga financiera).

Desde luego, las grandes petroleras ya no se pueden esconder. Europa ha endurecido su fiscalidad para diluir sus enormes ganancias. Y las empresas de armamento viven desde hace décadas entre sombras de hangares.

Pero en silencio, los mercaderes de materias primas como Trafigura Group, Vitol Group, Glencore o Cargill han ganado, en unos meses, en los que parte de Europa se congela y los alimentos básicos semejan caviar, océanos de dinero. “Tienen un poder brutal, las barreras de entrada son enormes y funcionan como un oligopolio”, resume David Cano, socio de Analistas Financieros Internacionales (AFI). Y añade: “Logran una caja inmensa con la volatilidad, y sin ella, y rozan los largueros geopolíticos. Es una industria que exige contactos políticos y empresariales muy elevados”. Irónicamente textual. Glencore fue condenada en noviembre pasado tras una investigación de la agencia británica Serious Fraud Office (SFO) con una multa de 280 millones de libras (unos 317 millones de euros) debido a su corrupción “altamente corrosiva” y “endémica”. La organización a través de jets privados —detalló la SFO— pagó sobornos en África para obtener acceso preferente al petróleo y el gas. Pero este comportamiento inasumible no afectó a la compañía.

Las acciones del gigante de las materias primas, que extrae y vende zinc, cobalto, níquel, carbón o ferrocromo, se revalorizaron un 50% en Bolsa el año pasado. El próximo 15 de febrero presenta resultados anuales. Las estimaciones del consenso de analistas recopiladas por Bloomberg señalan que las ventas crecerán un 45%, hasta los 250.256 millones de euros y que el beneficio neto se sitúe en 18.350 millones, cuatro veces por encima del ejercicio precedente. Todo gracias al aumento de los precios que trajo la pandemia y la guerra en Ucrania. Todo continuará igual. “La industria del cobre, el zinc y el aluminio, entre otros, seguirá dominando la narrativa”, prevé Javier Molina, analista de eToro.

Quizá nadie mejor que Trafigura, uno de los grandes traders mundiales de petróleo y sus derivados, para entender este sector, que hilvana ingeniería financiera y países de ínfima fiscalidad. “Los tipos impositivos [que paga] son tan bajos que pueden hacer que Goldman Sachs parezca una empresa benéfica de izquierdas”, escribe el analista Javier Blas en The Washington Post. Aunque publica sus cuentas. Algo inusual en este sector. En su año fiscal, que concluyó en septiembre, declaró unos beneficios de 7.026 millones de dólares (6.600 millones de euros). Más del doble que el año pasado y casi la suma conjunta del último lustro. Los ingresos se dispararon hacia los 318.476 millones. Un aumento del 38% frente a 2021. Y la empresa, propiedad de unos 1.100 ejecutivos, que trabajan como intermediarios, ha repartido 1.700 millones de dólares (1.600 millones de euros) entre sus accionistas (básicamente, los principales directivos). Sin Vladímir Putin habría sido imposible. Ayuda, claro, un tipo impositivo —destaca el periódico estadounidense— que en 2021 fue un escuálido 12% en comparación al 20%-25% del típico banco de inversión de Wall Street. Sin olvidar una estructura empresarial en esos territorios donde nadie pregunta. Las oficinas centrales se encuentran en Suiza, la compañía está registrada en Singapur y su matriz es propiedad de una fundación con sede en Panamá. Por si tienen curiosidad, Glencore y Vitol son suizas. El país helvético es uno de esos lugares donde muchas cosas empiezan y pocas terminan.

Trafigura ha sido víctima de un fraude. Esta semana se ha conocido que habría perdido más de 500 millones de euros debido a decenas de contenedores de níquel que había adquirido y que contenían de todo menos níquel.

Los traders buscan el beneficio. Donde esté. Compran y venden. Sin más. Doblando el junco geopolítico al límite si el negocio lo exige. Vitol, uno de los mayores traders independientes de crudo, que emplea a sir Alan Duncan, exministro británico de Exteriores, parece un púgil que recibe infinidad de cuentas de protección, pero nunca cae. En julio, el presidente ucranio, Volodímir Zelensky, pidió a la compañía que dejara de comerciar con Rusia en lo que llamó “petróleo de sangre”. Desde que comenzó la invasión, el 24 de febrero de 2022, hasta ese mes de verano —acorde con los datos recogidos por la oenegé Global Witness— había movido 38 millones de barriles de oro negro a través de puertos rusos con unos ingresos de 3.210 millones de dólares. La compañía no publica sus cifras financieras. Sin embargo, la agencia Reuters reveló en septiembre que durante los primeros seis meses de 2022 ganó unos 4.500 millones, más que todo el ejercicio anterior. Y eso que durante 2021 consiguió un beneficio neto récord de 4.200 millones.

La argamasa del negocio se compacta. Necesita contactos elevados en la empresa y la política, un territorio bajo en tributación, opacidad y numerosas líneas de crédito. Trafigura, por ejemplo, gestiona unos 73.000 millones de dólares a través de una red de 140 bancos. Viaja acompañada. ­Cargill es otro de esos gigantes mudos. La compañía privada estadounidense no publica sus resultados trimestrales desde 2020. Aunque dio a conocer en una carta a sus grupos de interés que los ingresos globales aumentaron un 23% en su año fiscal, que terminó el 31 de mayo de 2022. El dato se disparó hasta los 165.000 millones de dólares (155.000 millones de euros). Luego retorna el silencio. Queda la voz de algún analista que mira a lo que resta de 2023.

“Las materias primas continúan siendo baratas, tanto en términos absolutos como en relación con otros activos, pienso en la renta variable”, comenta James Luke, especialista en estos productos de la gestora Schroders. Busca analogías en el pasado. Algo muy propio de los economistas. La guerra en Ucrania le recuerda a los años setenta, cuando el embargo del petróleo árabe de 1973 y la revolución iraní en 1979 impulsaron una enorme subida de los precios de las materias primas. De hecho, los 100 mayores bancos del mundo han fijado ahí la mirada. La firma londinense Vali Analytics averiguó que esas instituciones lograron el año pasado unos 18.000 millones de dólares en beneficios con el negocio de las materias básicas. Se lo deben a la crisis sanitaria y a la guerra. Solo un sistema económico insostenible puede convertir el horror en dinero.

Otro año de altas rentabilidades

En el cielo había un racimo de estrellas brillantes y únicamente el ojo experto del capitán se dio cuenta de que faltaba una. Esta es la estrategia de las materias primas (commodities): ver lo que no existe y hallar la forma de completar esa demanda. “Frente a la mala imagen de las empresas del sector, también es verdad que transportan mercancías allí donde hacen falta, aunque se necesite atravesar el mundo y el riesgo económico sea alto”, reflexiona David Cano, socio de Analistas Financieros Internacionales (AFI). En este tiempo de previsiones, los expertos de Goldman Sachs calculan que este año el S&P GSCI (el índice de referencia para la inversión en materias primas) podría revalorizarse un 43%. “Esperamos otro ejercicio de fuertes retornos”, pronostican desde el banco de inversión. Noches, para unos pocos, de estrellas brillantes. 

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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