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Los retrocesos en la integración comercial presionan al alza los precios

Economistas y académicos advierten de que la inflación afronta un escenario muy diferente al de las últimas décadas

Inflacion
Cientos de contenedores en el puerto chino de Yantian.
Alicia González

Stefan Zweig, uno de los grandes escritores europeos del siglo XX, escribió en El mundo de ayer que por su vida habían galopado “todos los pálidos corceles del apocalipsis, como la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración”. Uno de esos jinetes, el de la inflación, cabalga de nuevo por la economía mundial.

La OCDE revisaba a finales de marzo sus estimaciones de inflación y crecimiento ante las importantes consecuencias derivadas de la guerra en Ucrania. Según sus cálculos, el conflicto reducirá al menos un punto porcentual el crecimiento global, que pasará de situarse en torno al 4,5% al 3,5%, mientras que la inflación subirá, por lo menos, 2,5 puntos por encima de lo previsto a finales de 2021, impulsada por el alza de precios de las materias primas, sobre todo las vinculadas a la energía y los alimentos. En la misma línea, el Banco de España ha revisado sus estimaciones y prevé un aumento del PIB del 4,5% y una inflación media del 7,5% en este ejercicio.

“Podríamos estar en la cúspide de una nueva era de inflación global”, advertía desde estas mismas páginas recientemente el director del Banco de Pagos Internacionales, Agustín Carstens, que vinculaba parte del repunte de los precios con la revisión a la que se está viendo sometida la globalización, aunque confía en que no se produzca un movimiento dramático.

Autoridades y académicos han documentado desde hace años la relación entre la globalización y la rebaja de las presiones inflacionistas en los países industrializados, especialmente desde la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC), en 2001, pero también antes, con las mejoras en el transporte derivados, por ejemplo, del uso generalizado de los contenedores marítimos.

Desde el principio de los años noventa, tras el colapso de la Unión Soviética, se inició una etapa de acuerdos comerciales, de innovación en las tecnologías de la comunicación y mejoras en el transporte que redujeron significativamente las barreras comerciales. Las economías desarrolladas aprovecharon los bajos costes laborales de los países emergentes y empezaron a producir bienes de consumo mucho más baratos y de forma masiva.

El entonces presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Alan Greenspan, explicaba en 2005 que la globalización y la innovación eran los elementos fundamentales para explicar lo que denominó la Gran Moderación en la que se habían instalado las economías desarrolladas en aquellos años. Incluso tan recientemente como en 2021, el hoy presidente de la entidad, Jerome Powell, justificaba su convencimiento de que el repunte de precios era pasajero por las “fuerzas desinflacionarias sostenidas” que subyacían en la economía, como “la tecnología, la globalización y factores demográficos”.

El cúmulo de episodios que han golpeado la integración económica —crisis financiera, guerra comercial EE UU-China, pandemia y guerra en Ucrania— han dado al traste con la trayectoria de los últimos años. A ello cabe añadir el cambio del modelo energético, con la apuesta por unas energías renovables que aún no cubren la demanda y la penalización de las fuentes tradicionales por su impacto medioambiental, lo que ha presionado al alza los precios de la energía desde el pasado verano. Una verdadera tormenta perfecta. Como explican Andreu García Baquero y María Romero Paniagua, de AFI, en la última publicación de la consultora, “un retroceso del proceso de globalización supone una mala noticia para la inflación. Tendremos muy probablemente que acostumbrarnos a un panorama diferente del vivido en las últimas décadas en lo que respecta al nivel general de precios”.

Crisis alimentaria

Los consultores apuntan que si la invasión de Ucrania por parte de Rusia ha provocado un tsunami económico se debe, precisamente, a la interdependencia de las economías a través de las cadenas de valor. Ucrania representa cerca del 40% de las exportaciones mundiales de aceites vegetales, sobre todo de girasol, y Rusia ronda por sí sola el 20% de las exportaciones globales de trigo, entre otras materias primas.

De ahí la alerta lanzada por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) esta semana del fuerte repunte del precio de los alimentos, que se sitúan en el nivel más alto desde el inicio de la serie histórica, en 1990. Solo entre febrero y marzo, la subida del índice fue del 13%, “un salto gigante”, en palabras de la FAO. Pero la escalada de precios de los alimentos es anterior a la guerra. Desde mediados de 2020, los precios globales han aumentado un 75%, por encima de los niveles registrados en 2008 y 2011, que acabaron derivando en importantes crisis alimentarias, seguidas de importantes revueltas sociales, como la Primavera Árabe.

Para el exsecretario del Tesoro de Estados Unidos, Larry Summers, la principal política para combatir la inflación pasa por una reducción de las barreras comerciales. “Cuando reduces los aranceles, los precios de los bienes se reducen y, con ello, las demandas de incrementos salariales. Y una vez que reduces las demandas salariales, eso se traduce en rebajas de precios que contribuyen a una mayor desinflación”, explicaba el pasado 30 de marzo en un evento organizado por el Peterson Institute en Washington y retransmitido por internet. “Una reducción arancelaria razonable por parte de EE UU restaría más de un punto porcentual al IPC del país”, aseguró Summers. La inflación en EE UU se situó en el 7,9% en febrero y la tasa subyacente, que excluye la energía y los alimentos, alcanzó el 6,4%.

Summers olvida que, como dijo el premio Nobel Milton Friedman, la inflación es ante todo un fenómeno monetario y como consecuencia de las políticas fiscales y monetarias aplicadas para hacer frente a la Gran Recesión, primero, y a la pandemia del coronavirus, después, la masa monetaria en las principales economías se ha disparado. Un fenómeno que los ahorros de costes derivados de la globalización ha logrado amortiguar en estos años pero que ahora, con la desglobalización, exhibe sus debilidades.

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Sobre la firma

Alicia González
Editorialista de EL PAÍS. Especialista en relaciones internacionales, geopolítica y economía, ha cubierto reuniones del FMI, de la OMC o el Foro de Davos. Ha trabajado en Gaceta de los Negocios, en comunicación del Ministerio de Economía (donde participó en la introducción del euro), Cinco Días, CNN+ y Cuatro.

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