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Putin precipita un nuevo orden económico mundial

La invasión rusa de Ucrania y la dura respuesta económica de Occidente son un paso más hacia una economía global más polarizada, en la que el ascenso del poder de China choca con un EE UU que aún controla la gran maquinaria financiera

Guerra Rusia Ucrania
Vladímir Putin, durante una conferencia de prensa con George Bush en Australia en 2007.ALEXANDER NEMENOV (AFP via Getty Images)

Un intercambio de presos, al más puro estilo de la Guerra Fría, puso fin en septiembre pasado a uno de los casos que mejor simboliza las tensiones actuales entre EE UU y China. No había espías con prismáticos vigilando desde los márgenes de una carretera cubierta de nieve y los liberados no coincidieron en el mismo escenario, pero el canje tenía muchos elementos que recordaban a una película ambientada en el Berlín de los años sesenta. Los implicados esta vez eran Meng Wanzhou, vicepresidenta del gigante tecnológico chino Huawei e hija de su fundador, y los canadienses Michael Kovrig y Michael Spavor, detenidos por Canadá y China, respectivamente, al calor de la guerra comercial y tecnológica que le declaró Donald Trump a Pekín en 2018.

Sus detenciones provocaron un gran escándalo. Como alta ejecutiva de la tecnológica china, ella fue acusada de fraude por violar las sanciones internacionales a Irán y ellos, por espionaje. Fue una muestra pública y evidente del alejamiento entre las dos mayores potencias económicas tras años de estrecha colaboración. El caso Huawei fue el primer capítulo del choque entre una China ascendente y un Estados Unidos en relativo declive. Después, la pandemia impulsó la tendencia de los Estados a mirar más hacia dentro de sus fronteras, de asegurarse ciertos suministros hasta ese momento confiados al poder de la globalización y a las cadenas de comercio globales.

La invasión rusa de Ucrania del 24 de febrero ha acelerado esta tendencia, la seguridad económica se impone sobre la pura lógica del beneficio. En el resurgir de este mundo con una tendencia más polarizada, la ofensiva económica de Occidente contra Moscú ha estrechado su acercamiento a China. Un documento bilateral oficial sellaba el 4 de febrero, una fecha que quedará recogida en los futuros libros de Historia, en un encuentro entre Vladímir Putin y Xi Jinping, una cooperación “sin límites” entre los dos países y perfilaba una visión común para impulsar un nuevo orden mundial. Con la promesa implícita de no iniciar ninguna “operación especial” en Ucrania antes del fin de los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín.

Hay mucha incertidumbre sobre cómo terminará todo esto, más aún con un conflicto bélico en marcha. Parece evidente que hay una nueva etapa en marcha, pero su alcance no está claro. Tampoco su nombre. Hay algunos cambios que llevan años gestándose y otros que se han consolidado en apenas unos días: en el sistema financiero, en las relaciones comerciales, la seguridad nacional, la globalización, la transición energética…

Meng Wanzhou, vicepresidenta de Huawei, a su llegada a China tras ser excarcelada, en septiembre de 2021.
Meng Wanzhou, vicepresidenta de Huawei, a su llegada a China tras ser excarcelada, en septiembre de 2021.Jin Liwang (AP)

Reservas intocables

En las últimas semanas hay decisiones que marcarán un antes y un después en la economía global: las reservas internacionales en poder de los bancos centrales han dejado de ser intocables. Tras la crisis financiera de 1997 y 1998, los países emergentes resolvieron acumular divisas para hacer frente a futuras crisis de la balanza de pagos como las que sufrieron entonces. Ahora, sin embargo, las potencias occidentales han decidido congelar las reservas del Banco Central ruso depositadas fuera del país como vía para ahogar a la economía rusa. Tras la anexión de Crimea en 2014, Rusia ha acumulado 630.000 millones de dólares en divisas, y decidió diversificarlas para reducir su exposición a la moneda estadounidense, ante el temor de que EE UU pudiera volver a imponer sanciones sobre sus activos en dólares. Fabricaba así un colchón con el que hacer frente a casos de emergencia y preservar su economía de un posible boicoteo a los productos rusos. En 2018 vendió todos los bonos del Tesoro norteamericano e invirtió la suma obtenida en oro hasta llenar una hucha de 120.000 millones de dólares. Pero la decisión de Occidente de actuar al unísono contra el banco central ruso ha dejado fuera del alcance del Kremlin, de la noche a la mañana, la mitad de ese dinero (el que está en dólares, euros y yenes, entre otros activos).

El uso de las divisas como arma de guerra puede desencadenar cambios importantes en el sistema financiero global. El economista Barry Eichengreen, catedrático de Economía y Políticas de la Universidad de California en Berkeley, aprecia una “bifurcación de la economía global en lo que podría llamarse bloques autoritarios y democráticos” y explica que “sería lógico esperar que los Estados del bloque autoritario redoblen sus esfuerzos para reducir su dependencia de las finanzas y los sistemas de pago occidentales”.

La congelación de los activos de un banco central puede intensificar la llamada economía de bloques, que ya empezaba a perfilarse en el ámbito tecnológico. Un país que pretenda invadir otro y se exponga a las represalias de Occidente quizás intente reconfigurar antes la composición de sus reservas, que ahora en el mundo están claramente dominadas por el dólar (el 65% del total) y el euro (25%). Además, la expulsión de siete bancos rusos del sistema Swift, que facilita las transferencias de dinero en todo el mundo, puede acelerar la implantación del sistema abanderado por China.

Pero no es tan fácil cortar con Occidente. EE UU y el dólar siguen dominando la arquitectura que soporta la economía mundial. “China y Rusia han estado intentando moverse en esa dirección durante años y solo han hecho progresos muy limitados, como ha quedado claro a la vista del impacto devastador que han tenido las sanciones financieras en la economía rusa”, añade Eichengreen.

Dominio del dólar

La mitad del comercio mundial se realiza en dólares, que actúa como divisa de reserva gracias a su enorme liquidez y facilidad de conversión. Y la gran potencia del bloque autoritario, China, es una de las grandes beneficiarias de su uso. Desde su entrada en la Organización Mundial del Comercio en 2001, Pekín ha sabido crecer a un ritmo vertiginoso aprovechando los resortes del capitalismo, pero sin dejar entrar ni una pizca de aire que huela a democracia en sus fronteras.

Además, el yuan no es convertible (solo representa un 3% de los pagos a través del Swift) y la cuenta de capitales china está intervenida, lo que resta atractivo a Pekín como destino inversor seguro. “En el caso de China la integración financiera con Occidente es enorme: aunque el Gobierno quiere reducir el peso de las empresas chinas cotizadas fuera del país, la lista sigue siendo considerable, además de su gran peso en el comercio mundial y la relación de los bancos chinos con Occidente”, explica en una entrevista telefónica el economista Gian Maria Milesi-Ferretti, catedrático de The Brookings Institution en Washington y antiguo analista del Fondo Monetario Internacional. Al Swift están adscritos 11.000 bancos de todo el mundo, mientras que el sistema chino (CIPS), operativo desde 2015, cuenta con 19 entidades financieras y 176 participantes indirectos.

La invasión rusa de Ucrania puede acelerar los planes de Pekín para depender menos del dólar, de la misma forma que lo ha hecho Rusia en estos años, según admitió el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, días después de la invasión. Las reservas chinas en divisas extranjeras alcanzan el equivalente a 3,3 billones de dólares. También en Occidente se ha trabajado en reducir esos vínculos en el caso de Rusia: desde 2014, los bancos occidentales han reducido su exposición a la banca rusa un 80%, según Capital Economics.

Las sanciones financieras pueden hacer desistir a los países de vulnerar el derecho internacional e invadir a sus vecinos, pero también existe el miedo a que se genere desconfianza en los mercados en el uso de esas divisas como reservas globales. “El paso dado puede generar problemas de confianza, pero es pronto para sacar conclusiones”, opina Milesi-Ferretti. Con todo, el economista considera que el acto de guerra es muy grave y las sanciones aprobadas, comprensibles: “Solo cuatro países en la ONU además de Rusia votaron en contra del castigo [Bielorrusia, Siria, Corea del Norte y Eritrea]”.

Oficina de cambio de divisas en Moscú, el pasado 28 de febrero.
Oficina de cambio de divisas en Moscú, el pasado 28 de febrero.Pavel Golovkin (AP)

También es precipitado aventurar cómo afectará la expulsión de siete entidades rusas de Swift. “Puede que se impulsen otros canales financieros alternativos, pero de ahí a llegar a una segmentación global creo que queda mucho por recorrer”, anticipa el economista de Brookings, que destaca que aunque las sanciones pueden llevar a una “desintermediación internacional”, es pronto para asegurar que el mundo camina hacia un mundo de bloques.

Globalización

La interconexión financiera es fruto de la globalización tal y como la hemos conocido hasta ahora, donde los más beneficiados de lejos han sido, junto a los consumidores, los mercados de capitales y la industria financiera. “En mi opinión, ese es uno de los cambios más significativos que se van a producir. A diferencia de lo que hemos vivido, las nuevas tecnologías van a acelerar la deslocalización laboral, la gente de un país va a poder teletrabajar para otro sin necesidad de desplazarse físicamente, mientras que los mercados de capitales se van a resentir de la fragmentación financiera”, asegura en conversación por Zoom Branko Milanovic, profesor en la City University de Nueva York.

Para Christian Rouquerol, de Tikehau Capital, es mucho más que eso, es un retroceso de la globalización. A su juicio, la guerra va a acelerar la desglobalización que ya estaba en marcha, lo que supone que “las compañías contarán con una menor capacidad para optimizar costes de producción, impuestos y niveles de capital”, apunta en una nota. Algo parecido sucede con las cadenas de suministro globales, que empezaron a relocalizarse a raíz del enfrentamiento entre China y Estados Unidos y que se aceleraron con la pandemia. Esa diversificación “obligada” claramente implica un aumento de costes que quizás en un entorno de estabilidad puede no merecer la pena a las compañías. Pero ese ya no es el mundo en el que vivimos.

Porque como señala Neal Shearing, economista jefe de Capital Economics, “parece evidente que la guerra ha venido a mostrar con más claridad la fractura que ya existía en el orden económico mundial entre las economías liberales de mercado y las economías autocráticas de Estado”, subraya en una nota de estos días. Ese es el mundo de bloques que cada vez se define con mayor nitidez y ante el que Occidente parece haber despertado de repente con la invasión de Ucrania. Lo decía con toda claridad la ministra de Finanzas de Canadá, Chrystia Freeland, estos días: “[Putin] quiere comportarse como un dictador comunista mientras él y su séquito disfrutan de los beneficios del capitalismo global. El mundo le acaba de decir que se acabó, que si vas a la guerra contra el orden mundial y el imperio de la ley, te dejamos fuera de la economía global”.

Bloques

Eso no significa que la desvinculación de esos bloques vaya a ser total ni inmediata. “China no va a arriesgarse a acelerar su desacoplamiento de Occidente para apoyar a Rusia, pero seguramente redoblará sus esfuerzos para aumentar su autosuficiencia en tecnologías clave y desarrollar unas relaciones económicas y financieras que no dependan de la arquitectura internacional de Occidente”, decía Shearing. Una tesis que respalda Alicia García-Herrero, economista jefe para Asia Pacífico de Natixis. Europa sigue siendo el mayor socio comercial de China y ni el volumen de mercado, ni las infraestructuras energéticas ni financieras permiten que Rusia sea una alternativa realista al mercado europeo. “Pero aunque no haga mucho [por Moscú] será importante porque nadie más lo va a hacer”, señalaba en un reciente debate organizado por el centro de pensamiento Bruegel. De hecho, solo Pakistán ha tenido un gesto con Rusia en estos días al firmar un acuerdo de libre comercio con Moscú una vez iniciada la invasión.

Rusia afronta otro problema que acapara menos titulares, pero que tendrá enormes consecuencias en su futuro próximo. Desde el estallido del conflicto con Ucrania más de 200.000 personas han abandonado el país, asegura Serguéi Guriev, economista ruso y profesor en la Sciences Po de París. A las sanciones impuestas por las autoridades occidentales, recuerda, se ha sumado el éxodo de centenares de empresas que consideran que la inversión en Rusia ha dejado de ser segura y la enorme dependencia de Moscú de la tecnología occidental no augura un buen futuro para infinidad de sectores, desde las fábricas al mantenimiento de los aviones. “Se está produciendo la culminación del régimen político ruso, Putin ha pasado de la dictadura de la manipulación a la dictadura del miedo y eso tiene un precio”, subraya.

Seguridad nacional

Esas nuevas condiciones hacen muy difícil la política del acercamiento y la conciliación que han imperado en las relaciones internacionales desde la Segunda Guerra Mundial. En el pasado, muchas guerras se iniciaban para garantizar la seguridad económica de los países y para evitarlo se optó por la interconexión entre países tradicionalmente enfrentados en la creencia de que una red de intereses económicos interconectados propiciaría seguridad a los países y reduciría el impulso al enfrentamiento. El gas es un buen ejemplo. El canciller alemán Helmut Schmidt cerró en los años setenta y ochenta, en plena Guerra Fría, varios acuerdos de trueque de gas soviético a cambio de construir gasoductos para trasladarlo. Y lo hizo pese a las reticencias de la Casa Blanca. Desde entonces, desde Berlín se ha defendido el acercamiento con Moscú para fomentar las buenas relaciones con su antiguo enemigo. Es el mismo argumento esgrimido para sacar adelante el Nord-Stream 2, un proyecto que siempre ha disgustado a EE UU y que ha provocado tensiones entre Alemania y Francia, porque suponía incrementar aún más la dependencia del gas ruso.

Colas frente a un cajero automático el pasado 24 de febrero en el centro de Moscú.
Colas frente a un cajero automático el pasado 24 de febrero en el centro de Moscú.MAXIM SHIPENKOV (EFE)

Pero la teoría de que la cooperación garantiza la paz ha saltado varias veces por los aires: no impidió que la Unión Soviética lanzara una amenaza nuclear contra Europa Occidental al instalar bases de misiles SS-20 a finales de los setenta, ni ha impedido ahora amenazar a la UE con el uso de armas nucleares tras la invasión de Ucrania. Alemania parece haber constatado el error de la teoría política y ha decidido paralizar la puesta en marcha del polémico Nord-Stream 2.

Los efectos de la pandemia han intensificado esta tendencia. Se ha impuesto el mantra de la necesidad de garantizar la resiliencia económica, diversificando las cadenas de suministro, desde productos sanitarios como mascarillas a fábricas de semiconductores en Europa para dejar de sufrir la escasez de la producción. “Vamos a ver cómo se reducen los riesgos externos, para evitar problemas de oferta, pero hay que tener en cuenta que tener una cadena nacional no exime totalmente de riesgos”, advierte Milesi-Ferretti. En una economía interdependiente es complicado ser autosuficiente. “Veremos más productos en stock en los países, quizás una mayor inversión en semiconductores, una redistribución geográfica de algunas exportaciones e importaciones, pero en la industria por lo general los cambios tardan años; no es tan fácil como abrir un hotel”, advierte.

La apuesta por la autonomía estratégica se extiende a la defensa, con los planes tras la nueva amenaza rusa de incrementar el gasto militar, sobre todo Alemania, y la tecnología. El profesor Eichengreen no tiene ninguna duda de que “las compañías europeas y norteamericanas están revisando sus estrategias corporativas en relación con sus vías de suministro e insumos, incluidas las materias primas y la energía pero también otros productos, con Rusia y China”. En el sector tecnológico se han visto movimientos. El temor a que las redes 5G de Huawei fueran un problema de seguridad nacional hizo que EE UU y algunos países de la UE vetaran su participación en el despliegue de esta tecnología. La ofensiva norteamericana contra las tecnológicas chinas acabó con la expulsión de China Telecom, China Unicom y China Mobile de la Bolsa de Nueva York en enero de 2021 por supuestamente ofrecer suministro y apoyos al Ejército chino y a los servicios de espionaje del país. En diciembre, tras las presiones de Pekín, la tecnológica Didi, la principal plataforma china de transporte compartido (con un modelo similar al de Uber), abandonó Wall Street.

Hacia una recesión

¿Cuál será el impacto de la guerra en la economía global? Los conflictos armados reducen la oferta de productos y el comercio, y eso lleva a una elevada inflación. Cada vez son más los expertos que advierten del riesgo que supone para la recuperación tras dos duros años de pandemia. “Vamos probablemente hacia una recesión por los elevados costes de la energía”, advierte el economista alemán Guntram Wolff, director del centro Bruegel, con sede en Bruselas. En su opinión, no hay ahora una respuesta clara a cómo va a evolucionar el orden económico. “El escenario es muy inestable y no creo que haya una respuesta a la pregunta de si vamos hacia un mundo de bloques, porque China está apoyando a Moscú, pero sus bancos están acatando las sanciones de Occidente, y aunque Pekín pueda salir con más fuerza de esta crisis no veo que quiera un desacople real”, opina.

Las relaciones entre China y la UE son especialmente estrechas desde el punto de vista comercial. Pero desde el año pasado se produjeron tensiones cuando la UE impuso a China las primeras sanciones desde Tinananmén por las violaciones de los derechos de la minoría uigur. Una de las consecuencias fue el bloqueo por parte del Parlamento Europeo del histórico acuerdo de inversiones alcanzado entre la UE y Pekín a finales de 2020. Además, se ha desarrollado un mecanismo de control de las inversiones directas extranjeras que supongan un riesgo para la seguridad de la Unión. “La UE ha desarrollado herramientas para reforzar los controles, pero no estamos cortando lazos con China, las exportaciones chinas han crecido de forma extraordinaria durante la pandemia”, añade Wolff.

Las sombras que se ciernen sobre la evolución del PIB son todo un dilema para los bancos centrales, que tienen que decidir entre no frenar el crecimiento y enfrentarse a una inflación no vista en décadas por el coste de la energía y los efectos de la pandemia. El aumento del gasto en defensa, anunciado claramente por Alemania y una tendencia típica en tiempos de guerra, propiciará al menos nuevas fuentes de crecimiento. El director de inversiones y responsable de renta fija de AXA, Chris Igoo, calcula que el gasto en defensa podría crecer el equivalente a un 1% o 2% del PIB de los países occidentales.

Mientras, las bombas siguen cayendo sobre Ucrania y como recordaba esta semana Oleg Ustenko, asesor económico del presidente ucranio Volodomir Zelensky, “mientras ustedes hablan de las consecuencias económicas del boicoteo y del dinero que están perdiendo, nosotros perdemos a nuestra gente, nuestras vidas”.


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