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Reportaje:Una ciudad mestiza

Vuelta al globo sin salir de Madrid

Restaurantes, iglesias, comercios y celebraciones muestran la vida de los cinco continentes

La vuelta al mundo puede llevar una vida o un día. Julio Verne la fijó en 80 días, aunque existen ofertas que tocan los cinco continentes en dos semanas. El mítico viaje viene en diferentes tallas, pero según el burgalés Santos Valenciano, de 53 años, responsable de la librería de viajes más completa de Madrid (De Viaje. Serrano, 41), "viajar es otra cosa". "Hay quienes coleccionan sellos en el pasaporte, pero sólo pasan por los aeropuertos". Valenciano asegura que se puede dar recorrer todo el globo sin salir de la librería. Y mucho más sin salir de Madrid.

En un día es posible sumergirse en un baño árabe; ir al único restaurante tibetano de la ciudad; respirar el aire de los Alpes; subir al Kilimanjaro en Lavapiés, y beber zumo de baobab, el árbol de El Principito; cruzarse en Chueca con un taxi mexicano; ir al súper a Latinoamérica; pedir una caña elaborada por monjes belgas; cenar un filete de canguro, y, al final de la jornada, si aún se conserva el aliento, unirse al Coro Gospel de Madrid.

Existen diferentes rutas. La gastronómica, con más de 800 restaurantes internacionales; la espiritual, con dos mezquitas, una sinagoga, diez centros budistas y una veintena de iglesias africanas; la comercial, que sólo entre la comunidad china suma 3.000 comercios y cuatro polígonos; la de las celebraciones, con más de cincuenta fiestas nacionales, o simplemente, las rutas que trazan el medio millón de extranjeros que vive en Madrid. En ese mapamundi hay lugares tan auténticos que no sabes si estás aquí o allá. Ésta es una vuelta de las miles que se pueden dar:

ASIA Y OCEANÍA Chinos sin agridulce

El primer continente de la ruta, Asia, emerge con una pregunta: ¿Por qué en los restaurantes chinos no se ve a chinos comiendo? "Nuestra comida se adapta a cada país, pero tenemos nuestros propios locales. Un chino nunca le echaría salsa agridulce a un rollito de primavera", explica Tony Xu, de 31 años (Shanghai), responsable de los negocios que hay en el subsuelo de la plaza de España. En cien metros, la galería atraviesa el gigante asiático y un poco más: hay una tienda (Extremo Oriente) con productos de China, Japón, Filipinas y Corea; una boutique; una agencia de viajes asiáticos, y un bar para chinos. Allí no hay biombos ni tapices de Lao Tse, pero sí comensales de ojos rasgados que absorben tallarines mientras miran un culebrón.

A pie de calle también se puede asomar a otro gigante como la India, sólo hay que seguir los aromas a curry en Lavapiés o detenerse en un videoclub especializado en Bollywood. Y más allá, oculto entre las montañas de restaurantes indios y chinos, encontrar el Tíbet.

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Hay quienes recuerdan vidas pasadas en el restaurante tibetano Gesar (Huertas, 64). Quizá sean los mantras o las fotos del risueño Dalai Lama. "Nos preguntan mucho sobre Tíbet, somos como guías", señala Seri Khan, de 28 años, encargada del único restaurante tibetano de Madrid. Mientras sirve una mesa, explica que la comida de un tibetano puede ser un puñado de tsampa, un tipo de harina. Sobre la mesa: bolitas de espinaca, pan a la plancha y té salado. Un hombre de barba abundante cruza la puerta. "¡Acaba de regresar de Tíbet!". Seri salta a su encuentro. El viajero, con una mano en el corazón, susurra: "Yo sabía que ya había estado allí".

Antes de alcanzar el nirvana, los australianos prefieren un buen filete de canguro. Desde Oceanía, firmas como Deli Ostrich o Australian Gourmets trasladan la contundente carne junto con la de avestruz y cordero de Nueva Zelanda. En algunos mercados de barrio, como el de Antón Martín, se puede conseguir la carne del marsupial. Y para después del filete, un partido de rugby, ya sea como jugador o como espectador. La Federación de Rugby de Madrid reúne a 20 clubes que compiten los fines de semana.

AMÉRICA Del 'gospel' a Bush

Un rascacielos de 60 voces de más de quince países descarga gospel sobre Madrid. "Somos voluntarios y cantamos porque creemos", comenta la estadounidense Nancy Roncesvalles, de 54 años, directora del Coro Gospel de Madrid (www.corogospeldemadrid.com). En sus conciertos ponen el alma en el asador. "Al final, la gente nos pregunta qué es eso del gospel", sonríe. Ella llegó a Madrid en 1959, y durante décadas le traían el pavo de Navidad como equipaje de mano. "Ahora la ciudad es más cosmopolita. No es para tenerle miedo. Tienes el mundo en un pañuelo", dice. Por ejemplo, el refresco favorito de Bush, Dr. Pepper, se consigue en la tienda Taste of América (Serrano, 149).

Latinoamérica también se mueve por Madrid. Los fines de semana muchos parques parecen ecuatorianos y las fiestas nacionales, especialmente las de Ecuador (10 de agosto) y Perú (28 de julio), cumplen los requisitos de origen: artistas, público y comidas autóctonas. Existe una embajada cultural: La Casa de América. Por allí desfilan creadores y obras de toda la región. Sin embargo, hay quienes quieren tener un trozo de su país y simplemente se lo traen. En Chueca, por ejemplo, hay un taxi mexicano colgado en una pared del restaurante Barriga Llena.

El grupo de mexicanos No Somos Socios trae pedazos de México para la villa que ha ido construyendo: cuatro restaurantes, una cafetería y una tienda. "Todo lo que traemos es usado. Tiene la vibra (energía) de allá", comenta el mexicano Jorge Marín, de 36 años. En Barriga Llena no hay sombreros de charros ni imágenes de Pancho Villa, sino rostros del México actual, con máscaras de luchadores incluidas. En cuanto a la comida, ofrecen platos Mex-Mex para protegerse de los nachos y costillas barbecue que ofrecen en otros restaurantes. "¡Te dan cada cosa como comida mexicana!", se queja Jorge, también cocinero.

Si es por productos originales, las cinco tiendas Nativo que hay en Madrid exhiben 3.000 referencias de una veintena de países de Latinoamérica y, en menor medida, de África y Rumania. Curiosamente, el 20% de los clientes es español. "Quieren volver a probar la leche de coco de las vacaciones. Como son tiendas de barrio, la gente termina relacionándose", explica Carolina de Dobrzynski, argentina y responsable de marketing. En una ocasión, una anciana armó un escándalo porque los tomates le estropearon la ensalada. "Le expliqué que eran tomates de árbol para batidos y le di algunos... Regresó a por más", recuerda uno de los empleados.

ÁFRICA Y ORIENTE PRÓXIMO Baobab para la morriña

Su estela de especias se percibe varias calles antes de verlo. El Kilimanjaro de Lavapiés (Olivar, 22) no sólo es un restaurante sino una montaña tan alta como la africana. "Por aquí pasan africanos de todos los rincones del continente. Es un punto de referencia", cuenta el senegalés Tafsir Bia, de 42 años, responsable del local. Llegó a Madrid para estudiar filología y, tras varios años de búsqueda, decidió abrir el restaurante para huir de la precariedad laboral. Sin proponérselo, instituyó un oasis de sabores y actividades culturales. "Aquí vienen a calmar la morriña", señala Tafsir Bia. Un pescado y un zumo de baobab, el árbol de El Principito, logran el milagro.

África también enseña sus máscaras y ritos en el Museo Mundo Negro de Misioneros Combonianos (Arturo Soria, 101). Del vudú y los comedores de almas se puede saltar al desenfado de la marcha africana. El Bar Abir en Lavapiés (Zurita, 16) es un ejemplo. Entre pósters de Bob Marley y Jimmy Hendrix, la colonia africana baila un merengue o una bachata.

Más al norte, el mundo árabe sigue el swing de la danza del vientre y el narguile (pipa de agua). En Chueca y Malasaña las teterías brotan entre kebabs y tiendas de alimentación. En sus cartas, bebidas relajantes para amortiguar el estrés.

Como algunos grifos de los baños árabes de Medina Mayrit, a un lado de la plaza de Benavente. De ellos brota té de hierbabuena. "Antes había un bar y utilizaban los baños como bodega. La restauración duró dos años", anota la madrileña Ana Martínez, de 31 años, responsable de marketing. Los baños, que datan de la época árabe en la Península, son como los de Turquía o Arabia Saudí. Con una diferencia: no se entra desnudo, aquí se lleva bañador.

EUROPA Respirar como en los Alpes

De regreso a Europa, nada mejor que recuperarse del viaje aspirando aire de los Alpes suizos. Programma Oxygeno acaba de abrir dos centros de hipoxia en Madrid (Fernández de los Ríos, 54, y San Martín de Porres, 45) donde ofrece sesiones de aire. El viajero se pone una mascarilla y respira el oxígeno que hay en una montaña de 6.800 metros de altitud. Todo ello entre pósters de los Alpes. Una vez en tierra se puede caminar por las calles del barrio de Jerónimos inspiradas en París o asistir a un partido del Madrid Cricket Club en el British Council School. Ahora bien, el 17 de marzo, día de San Patricio, hay que zambullirse en un bar irlandés. La celebración dura días.

Antes de cerrar la vuelta al mundo, una caña. Y no cualquiera: de monjes belgas. "Vinieron desde Bélgica a entregarme su grifo oficial. Es el único en España", subraya Suky Castillo, de 46 años, propietaria del bar belga Cafeeke (Cuchilleros, 3), café pequeño en flamenco. Allí almacena un polvorín de 60 tipos de cerveza con una media de nueve grados de alcohol. Ostenta el título de Caballero de la Cerveza Belga y ha conseguido que una cerveza lleve el nombre de su perra, Misty. La tabernera sonríe: "Soy mexicana. Me decanté por Bélgica porque ya había muchos establecimientos mexicanos". Después de recorrer el mundo trabajando como guía turística, decidió quedarse en un lugar: Madrid.

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