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La otra cara de las elecciones en Irak

Una ola de entusiasmo parece haber dominado las apreciaciones e informaciones sobre las elecciones celebradas en Irak el 30 de enero pasado. Quizás haya sido fruto del alivio por ver que la violencia ese día no se expresó con la brutalidad que se temía y por una valoración apresurada de las filas de iraquíes en las puertas de los colegios electorales. Pero ahí acababa todo lo que aparentemente podía ser considerado positivo. Por el contrario, estos comicios no sólo no han cumplido con los fundamentos básicos de ejercicio democrático, sino que, además, han potenciado de manera alarmante la división y el sectarismo en la nación iraquí dando paso a posibles evoluciones aún más negativas de las ya existentes.

En primer lugar, no se puede ignorar que todo el proceso político iraquí, incluyendo estas elecciones, se está rigiendo por las reglas impuestas por la fuerza ocupante tal y como las dejó establecidas Paul Bremer antes de partir de Bagdad, incluyendo el nombramiento de los miembros de la Comisión Electoral Iraquí. En segundo lugar, se podría decir que lo que Washington ha logrado ha sido inspirar la celebración de las primeras elecciones "secretas" de la historia: la mayor parte de los candidatos eran secretos, los votantes no sabían dónde estarían los colegios electorales, no ha podido desarrollarse campaña electoral (incluso el casi monopolio que Ayad Alaui ha gozado en la TV iraquí de poco ha servido porque la mayor parte de los iraquíes no tienen electricidad), las draconianas restricciones a la libertad de prensa iraquí llevada a cabo por el autoritario Gobierno de Alaui han cercenado cualquier posibilidad de información veraz, y, lo que es muy importante, no ha habido ninguna observación internacional que dé credibilidad al proceso. ¿En qué otro escenario electoral del mundo se calificarían como un "éxito" comicios así organizados? A ello se une el hecho de que en estas elecciones los iraquíes elegían a un Parlamento que nombrará a un consejo presidencial de tres miembros, quien a su vez elegirá al primer ministro. Lo que abre un gran espacio a posibles componendas. Pero, aun así, ese nuevo Gobierno no va a ser un Gobierno libre dado que estará limitado por el cumplimiento de las leyes que Bremer dejó aprobadas en junio de 2004, que incluyen el proceso de privatización total de Irak, factor sustancial para los intereses económicos de EE UU.

Asimismo, el modelo de escrutinio, establecido también por Bremer, basado en una sola circunscripción nacional con reparto proporcional, plantea un enorme desequilibrio representativo que cuestiona su valor democrático. En una situación como la de Irak, donde en multitud de zonas el acceso al voto estaba bloqueado por la inseguridad, este sistema tiene como consecuencia la sobrerrepresentación nacional de aquellas regiones donde la seguridad estaba mejor garantizada y la participación podía ser muy alta, mientras significaba la incluso no representación de las regiones o ciudades más afectadas por la inseguridad, donde los electores no pudieron registrarse (como en Mosul, con tres millones de habitantes), difícilmente se animaban a votar o simplemente no se podían celebrar las elecciones. Lo cual inevitablemente se iba a plasmar en una sobrerrepresentación de los kurdos (la zona más segura y proamericana) y en una debilidad incuestionable para los suníes, con los chiíes en una situación intermedia. Y ésa ha sido la razón primera de que los principales líderes suníes optasen por el boicot electoral revalorizándose en negativo. La falta de representación significativa suní en un Parlamento encargado de supervisar la elaboración de una nueva Constitución convierte en ilegítimo todo el proceso, pero, además, si no participan en la elaboración constitucional, la Carta Magna puede ser rechazada en las cuatro provincias iraquíes con mayoría suní cuando sea sometida a referéndum, lo que equivale a invalidarla, dado que si dos tercios de los votantes en tres provincias la niegan, ésta no se puede aprobar. Lo que en principio fue una improvisada concesión a los kurdos se ha convertido en un instrumento para quienes los estadounidenses consideran la comunidad más hostil, los suníes. Es por ello que ahora se abre un proceso de componendas para que aparentemente los suníes puedan estar presentes y participar, poniendo de manifiesto la banalidad de las elecciones.

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Estos comicios, celebrados en precario bajo una férrea ocupación militar extranjera, han estado principalmente al servicio del presidente Bush para presentar un aparente "éxito" frente a la montaña de fracasos que caracteriza su empresa en Irak y para contener la explosión de la resistencia chií. Sin embargo, la mayor parte de los iraquíes que han votado ha sido porque piensan en la salida de los estadounidenses de su país. Pero los EE UU no han invertido más de 100.000 millones de dólares y, por ahora, unos 1.500 muertos para salir de Irak sin haber conseguido crear el Estado cliente que exigen sus intereses económicos, políticos y estratégicos en Oriente Medio. La argumentación actual es que no pueden irse hasta que el ejército y policía iraquíes estén capacitados para garantizar la seguridad. Pero la realidad es que son la ocupación y la mezcla de manipulación y dominación política de EE UU las que crean las condiciones para que la rabia y la violencia se hagan cada vez más sangrientas, para que la resistencia tenga una gran capacidad de infiltrar a esas fuerzas de seguridad iraquíes y para que otra buena parte de las mismas deserten continuamente. Es un círculo vicioso que se hace cada vez más extremo, a lo que se une que las elecciones han contribuido a dividir y enfrentar aún más a los nacionales de este país abriendo posibles riesgos de "balcanización".

Se ha acentuado el sentimiento sectario y comunitario en un país en que esos sentimientos sólo se dirigían contra el régimen, pero no alteraban la convivencia entre kurdos, suníes y chiíes. Ahora, tras estas elecciones, los suníes tienen un sentimiento creciente de que los chiíes de Alí al Sistani están colaborando con los estadounidenses para afirmarse en el poder contra ellos y que los kurdos pueden lograr incluir el gran centro petrolífero de Kirkuk en el Kurdistán (no es por azar que el primer atentado tras las elecciones haya tenido lugar en esta ciudad). Para los kurdos, Kirkuk es innegociable y están dispuestos a utilizar su veto constitucional y a su ejército de peshmergas contra las resistencias árabe y turcomana. Todo esto está promoviendo una rabia virulenta, teniendo en cuenta que los suníes, que se sienten la comunidad fundadora del Estado, ven que los chiíes tienen el peso de la demografía, que los kurdos tienen el apoyo de los EE UU y que ambos pueden agrupar los grandes yacimientos de petróleo.

Por otra parte, si bien la integración de los chiíes en el poder es un factor clave para cualquier democratización en Oriente Medio, el hecho de que esto pueda tener lugar de la mano de una fuerza ocupante extranjera, lejos de tener el efecto positivo deseado, puede significar un verdadero desastre para su legitimación y, por tanto, para la convivencia. Pero el panorama se complica aún más porque el universo chií en absoluto es monolítico y cuenta con importantes milicias. Los chiíes que se agrupan en torno al carisma de Alí al Sistani han votado porque la agenda prometida era establecer una fecha para la retirada estadounidense, y bajo esa condición el movimiento de Múqtada al Sáder aceptó, tras el levantamiento de Nayaf en agosto pasado, contener su resistencia y sumarse a la negociación que proponía Sistani. Sin embargo, representantes de la lista avalada por Sistani han ido relegando esa parte de su promesa electoral, e incluso Ibrahim Jaafari, portavoz de Al-Da'wa y uno de los candidatos a ser primer ministro, ha expresado que "si los EE UU saliesen rápidamente, podría ser el caos". La reacción de Múqtada al Sáder ante un Gobierno representado por ese liderazgo puede significar el enfrentamiento. Pero si, además, tenemos en cuenta que otro importante movimiento chií que tiene garantizado formar parte del nuevo Gobierno es el Congreso Supremo de la Revolución Islámica en Irak de Abdel Aziz al Hakim, que cuenta a su vez con una importante milicia, las Brigadas Badr, cabe preguntarse si las va a tener que acabar utilizando contra la llamada insurgencia suní o contra la posible resistencia de Al Sáder, con consecuencias desastrosas de radicalización y violencia. En conclusión, estas elecciones no han hecho sino abrir la caja de Pandora. Eso sí, el caos, la mayor violencia y división iraquíes, permitirá a EE UU seguir defendiendo su "deber" de permanecer en Irak para garantizar la estabilidad, la democracia y las libertades.

Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del Mundo Árabe de la Universidad Autónoma de Madrid y autora del libro Irak, un fracaso de Occidente (Tusquets).

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