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TEATRO

Las últimas palabras de Sarah Kane

Javier Vallejo

Sarah Kane es, de entre los jóvenes autores europeos, aquélla sobre la que más tinta ha corrido en los últimos años. Blasted, su primera obra, hubiera pasado inadvertida (apenas la vieron un millar de espectadores) de no ser por que la crítica londinense no se pierde una producción del Royal Court, teatro que ha sacado a la luz a varias generaciones de dramaturgos. Los críticos fueron, vieron, y el tono acre de lo que escribieron hizo reaccionar a Edward Bond, veterano artífice del más sonado escándalo del teatro británico de los últimos treinta años, que saltó en defensa de su colega casi con tanta celeridad como Harold Pinter, quien subrayó el genio de la dramaturga y opinó que su trabajo era 'demasiado nuevo, demasiado complejo, demasiado bueno' para los periodistas especializados.

Si en Saved, de Bond, se lapida a un bebé, en Blasted hay un hombre violado y mutilado, y un niño canibalizado por un adulto. Cuenta David Greig, autor de la generación de Kane, que su amiga quedó hecha polvo con la crítica, convencida, como estaba, del valor de su pieza. Las siguientes que escribió, Phedra's Love y Cleansed, son igual de violentas. Especialmente esta última, en la que recrea con impasibilidad isabelina alguna de las peores atrocidades cometidas por el bando serbio en la guerra de Bosnia. Pronto, la dramaturga obtuvo más reconocimiento en Alemania, donde hay tradición de un teatro duro y sin concesiones, y en Francia que en su país.

A menudo se ha querido establecer un paralelismo entre la vida y la obra de Kane. Corría febrero de 1999 cuando su compañero de piso la encontró inconsciente. Se había tomado 150 antidepresivos y 50 somníferos. Llegó al hospital a tiempo de que la salvaran. Pero no salió de allí: a los tres días se ahorcó con los cordones de los zapatos. En un cajón de su piso tenía terminada 4:48 Psychosis, cuyo título se refiere a la hora de la madrugada en la que más a menudo se dan las crisis en las enfermedades mentales. Algunos pensaron que más que una pieza teatral, ésta debía ser la nota de un suicida. Pero el Royal Court y James MacDonald, responsable de la puesta en escena de Blasted y de Cleansed, emprendieron su montaje, e hicieron una versión nueva en mayo de 2001 (que se representa los días 8 y 9 en el Sitges Teatre Internacional). 4:48 es el relato de una crisis depresiva, planteado como un poema dramático. MacDonald lo reparte entre tres voces (las del médico, el sujeto paciente y un testigo) y lo coloca en un espacio escénico donde un espejo duplica la imagen de los actores y la del público.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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