Nosotros, los buenos
Teresa es el personaje que representa a la autora; también, naturalmente, al público. El público somos señoras y señores de una "cierta edad": había buena gente, honrada, trabajadora, ética: y éramos sobre todo nosotros. ¡No como ahora! Llenamos el teatro. Teresa es una gran actriz, Julia Gutiérrez Caba, que hace convincente, y puro, y nervioso y claro, este texto en el que exhibe su soledad y su tensión: fuera hay tormenta, y el teléfono está cortado, y la luz va y viene, y la soledad es atroz, y el último amor de su vida ha muerto.Llega de fuera su hija: no se han visto en dieciocho años. Si Teresa es el antes, Diana es el ahora. O sea, el desastre. La anécdota es que Teresa disparó contra su marido, pasó una temporada en una clínica psiquiátrica: el marido hizo una carrera política, es ahora candidato a la presidencia y necesita rehacerse una imagen de su familia: la hija es su emisaria. La política, se sabe ya, es la corrupción. La imagen, que representa la hija, es la prensa, la comunicación: otra corrupción. Cristina Higueras tiene este papel: mala suerte. En el teatro no basta con no tener razón: tiene que verse de una manera abultada, gruesa, porque nosotros, el público, necesitamos estar seguros y tomar partido por el bien.
Preferiría que no
de Antonia Brancati, traducción y adaptación de Manuel Collado Álvarez. Intérpretes: Julia Gutiérrez Caba y Cristina Higueras. Dirección: Gerardo Malla. Teatro Muñoz Seca.
La autora, el adaptador, la actriz que representa el bien y la ética, el director, se lanzan sobre el personaje malo. Ese mismo personaje tiene que acentuar sus características para que se advierta claramente su deshumanización. Cristina Higueras es buena actriz, y tiene que utilizar su arte contra ella misma: para conseguir que el papel sea antipático y que nosotros seamos los buenos. Los antiguos, los de siempre, los que tuvimos la ética y la moral, los que hemos visto perderlo todo por la llegada de los "tiempos modernos", frase que ya eligió Chaplin cuando nosotros -los espectadores, el personaje, la autora- éramos niños: y es que ya entonces las personas que habían vivido otra época eran las buenas y nosotros, los que llegábamos, habíamos perdido todo rasgo de honestidad: o estábamos en trance de perderlo.
Hay un teatro que es así, bien escrito, bien medido, con sus transiciones a punto, sus revelaciones contadas, y su final en el que el buen rasgo se acentúa, y hay una posibilidad de "toma de conciencia" por parte del personaje extraviado. Son normas del teatro comercial, y en ese aspecto es bastante mejor que lo que se da ahora. Y los tres personajes que se desenvuelven cuentan, de siempre, con mi admiración. Y el público les aplaude, satisfecho de haber visto reconocidos sus viejos valores.