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‘Let It Be’, rehabilitada: la película maldita de los Beatles se vuelve luminosa

En el contexto de 1970, el filme de Lindsay-Hogg era la crónica de una banda en descomposición. Disney+ estrena una versión restaurada por el equipo de Peter Jackson, que hoy se ve como una exhibición de talento

Los Beatles, en el estudio durante la grabación de 'Let It Be' en enero de 1969, retratados por Ethan A. Russell.Foto: APPLE CORP | Vídeo: DISNEY
Ricardo de Querol

A diferencia de su idolatrado Elvis Presley, los Beatles nunca detuvieron su fecunda carrera musical para hacer cine. Ellos daban prioridad a trabajar en el estudio para subir el nivel en cada álbum. Pero, aun así, dejaron un puñado de películas: dos comedias ligeras (A Hard Day’s Night y Help!), una fantasía de dibujos animados (Yellow Submarine), en la que no se implicaron demasiado; un desconcertante telefilme psicodélico (Magical Mystery Tour). Y Let It Be, la película maldita, el documental que fue visto en su tiempo como la crónica de su descomposición.

Let It Be se grabó durante las sesiones que realizó la banda en Londres en enero de 1969, que fueron muy estresantes para los cuatro de Liverpool, incómodos al ser filmados a todas horas. Quedó en un cajón. Y no se publicó (como disco y como película) hasta mayo de 1970, cuando Paul McCartney ya había anunciado (justo un mes antes) el final de la banda. El largometraje se recibió con amargura, y el espectador de entonces no podía dejar de verlo desde la conmoción del abrupto final. Tampoco la apoyó ninguno de los cuatro beatles, que ya tenían a punto sus discos en solitario: cuando fue galardonada con el Oscar a mejor banda sonora, encargaron a Quincy Jones, director de la orquesta de la ceremonia, que lo recogiera. El disco no tuvo mejor fortuna: McCartney renegó de él, disconforme con la producción de Phil Spector que creía excesiva, y en 2003 lanzó una edición Naked, desnuda, sin la huella del creador del muro de sonido.

La leyenda negra de Let It Be ha sido tan duradera que al inicio de la era digital la película desapareció de los catálogos. No estaba en ninguna plataforma de televisión, los coleccionistas buscaban rastro de viejos DVD y los fans tenían que recurrir al pirateo. Hasta ahora. Este miércoles, Disney+ estrena el filme que dirigió Michael Lindsay-Hogg, remasterizado por Park Road Post Production, el equipo de Peter Jackson (El señor de los anillos). Jackson dedicó el tiempo de la pandemia a trabajar en las cintas originales de la película, 60 horas de vídeo y 150 de audio, para realizar el imponente documental Get Back, estrenado en 2021 y también en Disney. Get Back empleó las más avanzadas tecnologías y algo de inteligencia artificial para dar brillo a ese metraje, y resultó en casi ocho horas de documental, en tres capítulos, repleto de interesante material inédito. Una versión extendida (muy extendida) de Let It Be, que solo dura 80 minutos. El siguiente paso era rehabilitar este filme maldito. Y, con ojos de hoy, el resultado es mucho más luminoso de lo que se recordaba.

La calidad de imagen ha mejorado notablemente (algunos objetan cierto abuso colorista); el sonido se ha limpiado de ruido y resulta esplendoroso. Lo más valioso, lo que no tienen sus demás películas, es que nos encerramos en el estudio con cuatro chicos que no han cumplido los 30, que tienen una creatividad desbordante y a los que se les caen las canciones de los bolsillos. Sigue habiendo química entre John Lennon y Paul McCartney, y es George Harrison el que se rebela contra su rol secundario. De esas sesiones aparentemente caóticas salió el álbum Let It Be, pero también gran parte de los temas de Abbey Road (su siguiente proyecto, su verdadera despedida, que terminaba con The End). Pero Abbey Road se lanzó en noviembre de 1969, y tuvo muy buena aceptación, mientras que Let It Be tardó seis meses más y llegó a las tiendas en mal momento. De aquellas tres semanas de trabajo también salieron algunos temas lanzados luego en sus carreras en solitario, y un montón de otras que fueron descartadas (es el caso de la rockera y festiva Suzie Parker).

La nueva versión de Let It Be incluye, al inicio, un breve diálogo entre Lindsay-Hogg y Jackson (quien no aparece en los créditos más que en los agradecimientos). El director de la cinta original explica que lo que él iba a hacer era un documental sobre el regreso de los Beatles a los escenarios. Los Fab Four llevaban sin actuar ante su público desde 1966: no habían querido distraerse de lo mucho que estaban innovando en el estudio. Esta vez pretendían reaparecer a lo grande, para lo que manejaron ideas faraónicas: la más ambiciosa era embarcar con el público en Inglaterra y tocar en un anfiteatro romano en Libia. El director filmaba las sesiones de las que saldrían las canciones de ese bolo pensando que eso sería material secundario, que lo central sería el concierto. Jackson no puede evitar expresarle su envidia: él mismo trabajó con ese material conociendo bien todas esas canciones, pero Lindsay-Hogg había tenido el privilegio de presenciar cómo las creaban delante de sus cámaras.

Los Beatles quemaban etapas muy rápido: cuando otros llegaban a donde habían señalado, ellos ya estaban en otra cosa. Al empezar 1969 habían dado por terminada la experimentación psicodélica y su álbum blanco del año anterior marcaba su regreso al rock básico. Eso hacía más fácil retomar el contacto con el público. Se percibe en la película que sienten cierta necesidad de volver a los orígenes: tocan viejos temas suyos (rescatan One After 909, escrita por Lennon con ¡15 años!) y de los maestros del rock and roll; hasta versionan Bésame mucho, una de las que tocaban en sus inicios. Tratan de recuperar el espíritu de Hamburgo o The Cavern, donde se foguearon con muchos conciertos antes de catar la fama.

Cuando montó Let It Be, Lindsay-Hogg se ahorró buena parte del material sobre la intimidad de la banda y dio prioridad a mostrarlos haciendo música. Get Back, en sus casi ocho horas, tiene mucho más espacio para dar a conocer la historia, o el cotilleo según se mire: es más parecido a un Gran Hermano, y se entiende que se hartaran del experimento. La producción de Jackson en 2021 tiene otro atractivo que apenas se sugiere aquí: entender el proceso creativo de cada canción, desde que uno tararea su idea hasta que cuaja en un tema perfecto.

Los Beatles, al empezar su concierto en la azotea de Apple Corps en Londres, el 30 de enero de 1969.
Los Beatles, al empezar su concierto en la azotea de Apple Corps en Londres, el 30 de enero de 1969. Ethan A. Russell (Apple Corps)

Por eso, Let It Be está más dirigida a que el espectador disfrute de la música, y es más asumible por quien no sea tan incondicional de la banda como para dedicarles ocho horas. El filme recoge también, pero en dosis comedidas, improvisaciones en el estudio, ensayos y algunas conversaciones entre ellos, en las que se observa cierta tensión. Queda claro que Paul ha tomado las riendas ante un John menos implicado. Hay momentos icónicos, como el vals que bailan Lennon y Yoko Ono (omnipresente y siempre silenciosa) mientras Harrison canta I Me Mine. Se les ve pasándoselo muy bien en alguna jam session (muy entusiasta la que da lugar a Dig It a partir de Like a Rolling Stone de Dylan). Y hay una breve discusión que parece anticipar la ruptura, cuando Harrison planta cara a McCartney por sus órdenes: “Tocaré lo que quieras que toque, o no tocaré si no quieres que toque. Haré lo que digas para complacerte”. Después de ese choque (eso ya no se cuenta en Let It Be, pero sí y con todo el detalle en Get Back), Harrison desapareció durante seis días. Ni en la película ni en la serie posterior es fácil entender qué piensa de todo esto Ringo Starr, refugiado en un rol secundario. Otra diferencia: en Get Back se subraya más el papel clave que desempeñó, para encauzar el proyecto, el teclista Billy Preston, que concursa al disputado título de quinto beatle con más méritos que otros.

La irritación de Harrison con el experimento de Let It Be acabó de dar al traste con la idea de tocar en un anfiteatro de Libia. Pero Lindsay-Hogg había ido a filmar el making of de un concierto. Así que al final tenía que haber uno, que resultó mucho más modesto pero igualmente histórico. Es el famoso concierto sorpresa en la azotea de los estudios de Apple Corp de Londres, bien filmado desde arriba y desde abajo. Al principio, cuando el sonido atruena desde el tejado, en la calle apenas paran algunos curiosos. Algunos parecen preguntarse: ¿de verdad serán ellos?, porque no se conocían esas canciones recién compuestas. Otras personas se las apañan para subir a otras azoteas cercanas y no dan crédito. Ya había una buena muchedumbre en las aceras cuando termina la actuación, de solo 42 minutos, bajo la tensa mirada de agentes de la policía. Lennon se despide en nombre de la banda con su sarcasmo habitual: “Esperamos haber aprobado la audición”. ¿Intuía que era su última actuación juntos? John, que había sido el fundador, nunca perdonó que fuera Paul quien anunciara la ruptura.

Más de medio siglo después, se puede ver Let It Be sin pena porque se acaben de separar esos talentos prodigiosos. Se disfruta de una banda de una creatividad inigualable, que se mete el estudio sin tener un plan y sale con material para más de dos álbumes, repleto de canciones emblemáticas. El nivel musical sigue siendo altísimo, aunque la cohesión del grupo acusara el desgaste de ocho años de éxito desmedido. Apuntaban un camino interesante, el de los Beatles que habrían sido en los setenta, pero decidieron recorrer el siguiente trayecto cada uno por su cuenta.

Disney avanza así en su plan de explotar la franquicia The Beatles como hace con Marvel o Star Wars. Vienen más proyectos sobre el cuarteto de Liverpool: Sony ha anunciado, para 2027, cuatro biopics, uno por cada uno de sus miembros, dirigidos todos por Sam Mendes (el cineasta de 1917). La industria sabe que es muy difícil que quienes aman a los Beatles lleguen a hartarse de ellos.

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Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).
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