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Stalin planeó confiscar dos millones de obras de arte europeas para hacer un 'supermuseo'

Dos historiadores rusos destapan en un libro un episodio silenciado durante 50 años

Los 70 cuadros impresionistas y posimpresionistas franceses encontrados en el Museo de L'Hermitage, en San Petersburgo, a principios de año no constituyen el trofeo aislado de un general del Ejército Rojo, como se suponía. Las pinturas formaban parte de un abrumador botín de más de dos millones y medio de piezas artísticas requisadas por las tropas soviéticas en la Alemania nazi al final de la II Guerra Mundial. El expolio se llevó a cabo siguiendo órdenes expresas de Moscú y con destino a llenar un supermuseo con el que soñaba Stalin, pero que nunca vio la luz.

Stolen Treasure: the hunt for the world's lost masterpieces (Tesoro robado: la caza de las obras maestras mundiales perdidas), un libro escrito por los historiadores rusos Konstantin Akinsha y Grigorii Koslov, publicado este mes en el Reino Unido, narra una peripecia histórica que ha permanecido oculta para el pueblo ruso y la opinión pública internacional durante cincuenta años. La historia de un robo masivo de piezas artísticas, entre ellas 1.745 obras de primera magnitud mundial, diseñado meticulosamente por el aparato soviético al término de la Gran Guerra.Las investigaciones que han permitido elaborar el libro a Akisnsha y Koslov se remontan a 1987, cuando Koslov, experto del Museo Pushkin a la sazón, encontró por azar, en los sótanos del Ministerio de Cultura en Moscú, una serie de documentos apilados entre basura que revelaban la existencia de conversaciones secretas del Gobierno soviético con la Alemania del Este en tomo a tesoros requisados en Dresde.

Los legajos apilados en el suelo del ministerio fueron el hilo conductor que permitiría a Koslov, -con la colaboración de Kosntantin Akinsha- establecer la verdad sobre la operación dé robo "compensatorio" diseñada meticulosamente por el Gobierno soviético de entonces. Sin embargo, hasta la total desintegración de la Unión Soviética no fue posible para ambos historiadores entrar en las cámaras secretas donde se guardaban las obras de arte. Pinturas de Velázquez, Botticelli, Rembrandt, Rafael y El Greco, procedentes la mayoría de museos de la Alemania nazi; obras maestras de los impresionistas franceses -entre ellas Los bañistas, de Cézanne y un retrato de Picasso-, encontradas en el sótano de la residencia del industrial alemán Otto Krebs, y un largo etcétera de trofeos llegaron a la Unión Soviética con destino a llenar las salas de un supermuseo que nunca llegó a edificarse.

Los autores del libro, editado inicialmente en el Reino Unido en un intento de sortear el malestar que sus revelaciones puedan provocar en su país, sostienen que todavía hoy un millón de estas piezas requisadas se conservan en suelo ruso. En el monasterio de Zagorsk, a unos ochenta kilómetros al norte de Moscú, en los sótanos del Museo Pushkin, en el Museo de Historia de Moscú, y en el famoso Hermitage se apilan todavía miles de estos trofeos en espera de un destino claro.

Fue en enero de 1944 cuando un patriótico arquitecto soviético, Igor Grabar, planteó por primera vez la idea de que la Unión Soviética tenía un derecho moral a ver recompensadas las pérdidas de su patrimonio artístico causadas por la II Guerra Mundial. Nada inusual en el comportamiento de los ganadores a lo largo de todas las contiendas que ha visto la historia. En la Unión Soviética el inventario de la catástrofe causada por las bombas alemanas era abrumador. Desde las residencias de los zares a las afueras de Leningrado, hasta decenas de iglesias y palacios en Chernigov, Istra, Kalinin, Mozhaisk, Smolensk y Nereditsa habían desaparecido para siempre. ¿Qué mejor forma de llenar tan dramático vacío artístico que la apropiación de las joyas del Kaiser Friedrich Museum, por ejemplo? Un botín que serviría además para crear un inmenso museo para mayor gloria de Stalin.

Lista completa

Expertos en arte soviéticos se pusieron manos a la obra y redactaron una lista completa de obras de arte, la mayoría incluidas en museos alemanes, algunas en Budapest, Rumania y varias ciudades italianas. Cuadros procedentes de los museos de Berlín, Dresde, Leipzig, Hamburgo y Múnich (incluidos Los girasoles, de Van Gogh, y Vista de Arles), pero también de la Galería Nacional de Budapest, un solo cuadro de la Colección Real de Rumanía, La adoración de los Magos, de El Greco, y algunas piezas sueltas de museos de Roma, Nápoles, Venecia, Florencia y Viena formaban parte de la lista.

Muchos de estos trofeos realizaron el largo camino hacia Moscú para terminar apilados en húmedos sótanos, viviendo una existencia anónima durante 50 años. Su destino, ahora, plantea nuevas incógnitas y un difícil reto diplomático para el Gobierno ruso. Un portavoz de la editorial británica Weindenfeld & Nicolson, que ha lanzado una primera edición de unos 5.000 ejemplares de Stolen Treasure, confirmó ayer que el libro será editado en breve en Alemania y en Norteamérica. Aun así, la editorial se negó a comentar los pormenores de la operación que ha permitido a Konstantin Akinsha y a Grigorii Koslov el acceso directo al público internacional.

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