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La España tópica de los años sesenta

TVE-1 inicia un ciclo con películas de Gracita Morales y López Vázquez

La primera cadena de Televisión Española comienza hoy un mini ciclo dedicado al cine de humor español protagonizado por la pareja José Luis López Vázquez-Gracita Morales. Sus películas son el reflejo de una época en la que el país seguía siendo diferente, y esa diferencia era más patente en la pacata moralidad de los personajes que caracterizaron las películas de entonces.

Un miniciclo de películas protagonizadas por Gracita Morales y José Luis López Vázquez sirve para comprender mejor la sorpresa de los extranjeros ante el milagro de la transición española. Esos dos actores, unidos a Alfredo Landa, Lina Morgan, Antonio Ozores, Josele Román, Tony Leblanc, Isabel Garcés, Manuel Gómez Bur, Laly Soldevila, Jaime de Mora y Aragón, José Sacristán y tantos otros eran la confirmación de que el tópico existía, de que el país iba a seguir siendo diferente toda la vida, que éramos una irreductible banda de paletos emboinados, obsesionados por los muslos de señoritas que si los mostraban era porque su moralidad era dudosísima. Vistas hoy, supongo que esas películas tendrán efecto de bálsamo reparador: el país que muestran ya no existe, el franquismo fue un espejismo, el corte entre pasado y presente es radical. Y está claro también que habrá quien se reencuentre con lo que en la época le divirtió o gustó. Ahora ese mundo imaginario tiene el mismo valor que los recuerdos escolares o de la mili compartidos entre compinches ya maduros.En Chica para todo (1963) Gracita usa en la ficción otro diminutivo -Petrita- y es una pueblerina que emprende el viaje a Madrid para mejorar su situación. Ya se sabe, en los pueblos son muy bestias, la mentalidad muy cerrada y no hay perspectiva alguna de prosperar. Pero los empleos madrileños duran poco y acaban mal. Ya en la pendiente se encuentra con Adela, una paisana a la que parece que las cosas le van muy bien. Adela trabaja en una sala de fiestas y se dedica al alterne, término hipócrita de gran éxito durante los sesenta. Cuando el primer cliente se propasa con Petrita, ésta exclama ostentóreamente -Gil y Gil es un personaje de Ozores- Decepcionada, regresa al pueblo. Y en el autobús conoce al hombre de su vida, un Antonio Ozores que será el futuro gasolinero. En fin, menosprecio de corte y alabanza de aldea.

Parodia y sainete

La parodia es el punto de partida de otros dos títulos. En Objetivo Bi-ki-ni (1968), también de Mariano Ozores, López Vázquez, Antonio Ozores y Gracita están ahí para demostrar que los españoles no servimos para la estafa internacional y la conspiración a gran escala. En Operación Cabaretera -1968, y de nuevo de Ozores-, Daniel (López Vázquez) e Hipólita (Gracita) se ven envueltos en otro equívoco semejante, receta que repetirían con variaciones en Operación Mata-hari.El sainete, filtrado por Alfonso Paso, sirve de esquema para las dos últimas cintas: Una señora estupenda (1967), de Eugenio Martín, y ¡Cómo está el servicio! (1968), del prolífico Mariano Ozores. Los personajes pertenecen a la tradición, se consideran reconocibles. Las situaciones tienden a resultar inverosímiles y a redimirse a través del plus de credibilidad que aportan aquéllos.

Gracita Morales es la década de los sesenta y un extraño caso de protagonismo inesperado. Ni su físico ni su voz -un timbre agudo muy característico- parecían destinarla a otra cosa que a papeles de secundaria graciosa. No fue así, y eso, al final, la condenó. Sus chachas, chicas honradas y monjitas acabaron por cansar. Nadie pensó en rescatarla, como sí se hizo con López Vázquez. Ozores fue casi la razón exclusiva de la vinculación de Gracita al cine. Su época es eufórica: la producción hispana oscila entre 120 y 160 títulos al año. Se trata de productos muy baratos, destinados al consumo interno o a coproducciones con Italia: spaghetti-western y agentes secretos de tercera fila. Algunas cosecharon un gran éxito de público. En ellas, la conclusión siempre era la misma: como España, nada. Hoy puede que sean películas marcianas, tan marcianas como el franquismo, pero tuvieron sus espectadores. Hoy, aquel país ha desaparecido tras la euforia modernizadora de los socialistas, pero detrás del retorno de las tonadilleras, de la moda taurina o de la patriotería olímpico-deportiva, vuelve a asomar la cabeza. ¡Qué horror!

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