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La superación del cinismo y la utopía

En unos pocos meses hemos visto cambiar el estado del orden internacional y el orden de la guerra. Nos hemos dado cuenta de que los bloques eran una manera de organizar un orden internacional y de prevenir las guerras. El conflicto se centraba en el vértice y todos los conflictos locales se articulaban como partes del conflicto global. En ese contexto se dieron muchos conflictos, algunos in ternos de los bloques, como aquéllos resueltos con la invasión de Hungría y de Checoslovaquia; otros, los más, externos. Hubo conflictos dolorosos y sangrientos como el de Vietnam, guerras interinas en el Tercer- Mundo, que ahora empiezan a solucionarse, como las de Angola y Mozambique. El orden de los bloques no era precisamente pacífico; de hecho era más bien un sistema de conflictos organizados; o de conflictos saldados en el seno del bloque soviético con la represión violenta. Se trataba de un orden internacional muy singular en el que el conflicto era sistemático y, en consecuencia, controlado. El conflicto era una condición y un medio para mantener el sistema y, por tanto, era un conflicto gobernado: los límites del conflicto eran los de la pervivencia del sistema.El mundo occidental fue el que se benefició de este sistema y, como es lógico suponer, y hasta por principio, su territorio quedaba excluido del conflicto, dado que estaba protegido por la barrera nuclear. En su seno sus relaciones estaban reguladas de una manera consensuada; el único conflicto interoccidental fue el modesto incidente de las Malvinas entre Reino Unido y Argentina. Así se creó un área atlántica noroccidental que pareció ser el mundo de la paz perpetua. Sin embargo, todas las guerras en las que intervinieron fuerzas. armadas europeas y americanas en el Tercer Mundo acabaron en tragedias: Indochina, Argelia, Vietnam. Occidente se protegió mediante la bomba nuclear, el desarrollo tecnológico de los armamentos y su exportación. Hubo, por tanto, una historia diferente incluso a la suya propia. El conflicto regulado del sistema de bloques era represivo en el mundo comunista y violento en el Tercer Mundo, pero el mundo americano, eurooccidental y japonés se acomodó como el mundo de las islas Bienaventuradas.

Es difícil comprender que esta historia se ha acabado con el sistema de los bloques y con el riesgo del holocausto nuclear. Ha caído un orden internacional y sabido es que todo periodo de transición es un periodo de anarquía, como así lo está demostrando el estallido del caso yugoslavo.

En esta rápida sucesión de acontecimientos ha parecido nacer un orden nuevo, fundamentado en las Naciones Unidas, en el que la potencia americana ha pasado a ser la única superpotencia: éste ha sido el escenario y el marco en el que ha transcurrido la guerra del Golfo. En ella se ha combatido en el marco de las Naciones Unidas y por primera vez se ha visto la victoria de una superpotencia en una guerra territorial contra un país del Tercer Mundo. La segunda superpotencia, o lo que queda de ella, ha colaborado para obtener el consenso. Parecía, pues, que el sistema de bloques estaba organizando su traspaso a un nuevo sistema de ordenación de la sociedad internacional: el previsto en la Carta de las Naciones Unidas. En realidad, el éxito de la guerra del Golfo era sólo una consecuencia indirecta del fin del sistema de bloques, pero no el nacimiento de uno nuevo. Si Siria entraba en el bando antiiraquí era como una resultante de la caída del imperio soviético al que siempre se había remitido: la pérdida de su protector le imponía el abandono del perjudicial bando propalestino y la participación en la conferencia del Oriente Próximo. Pero obtenía de los americanos la transformación de Líbano en una dependencia siria.

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La intervención americana no parece que vaya a ser todavía el principio de una nueva legalidad internacional en la que las Naciones Unidas sean garantes de la legitimidad y la superpotencia americana su brazo armado. Esta perspectiva podría ser la de un sistema de orden intemacional porque la potencia EE UU podría organizar en tomo a sí otras fuerzas como, por ejemplo, las de Rusia o las de la confederación de Estados que suceda a la Unión Soviética.

¿Qué figura debería asumir este orden internacional? No se trata de potenciar los cascos azules o de organizar mejor las sanciones. Precisamente, el caso yugoslavo muestra los límites de las fuerzas de interposición: su intervención requiere que el conflicto esté ya resuelto y la paz instalada. Más en concreto pide que exista ya un vencedor. Si una o ambas partes rechazan la interposición, la intervención formal y legal de las fuerzas de policía es impensable. Es decir, que no basta con un simple sistema de policía internacional para garantizar la paz en el mundo. Lo que el estatuto de las Naciones Unidas preveía era un bloque de Estados interesados en poner su política y su potencia al servicio de la prevención de los conflictos armados y, en caso de que fallase la prevención, de su solución. Eso, naturalmente, requiere la fusión, en torno a un principio de legalidad y de legitimidad internacional, de intereses políticos y económicos capaces de dar forma a un verdadero orden internacional. De manera diferente a lo que fue en los años cuarenta y como alternativa a la anarquía consiguiente al final del sistema de bloques, esta perspectiva vuelve a aflorar de nuevo a la superficie.

En la base de este orden podría estar un consenso entre los países de la OTAN, la confederación postsoviética y Japón; existen en conjunto intereses y fuerzas suficientes para afrontar este problema. Ello supondría la superación de la actual forma de organización de la ONU, empezando por la composición del Consejo de Seguridad y del derecho de veto.

¿Es esto una utopía? En realidad, este orden está ya apareciendo ante nuestros ojos. Los acontecimientos soviéticos han desempeñado un papel detenninante: y si resulta posible sostener el trasvase de los pueblos postsoviéticos a un diferente nivel de vida, la posibilidad desembocaría en la actualidad. Tras el final del comunismo, la organización de la comunidad mundial nos muestra una realidad posible que es, al mismo tiempo, superación del cinismo y de la utopía.

es diputado socialista italiano en el Parlamento Europeo.Traducción: J. M. Revuelta.

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