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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El fin de un mito

NO ERA fácil imaginar en junio de 1981, cuando se diagnosticá una desconocida peste gay en cinco homosexuales de Los Ángeles (California), que el entonces enigmático mal, poco después identificado con el no menos extraño nombre de síndrome de inmunodeficiencía adquirida (sida), desencadenaría en los años siguientes una de las más graves epidemias que se han abatido sobre la humanidad.La irrupción de la enfermedad en las sociedades avanzadas de Occidente -en zonas atrasadas y depauperadas del África negra ya se había manifestado con anterioridad- tuvo el efecto de un cataclismo. No sólo fue, desde el instante mismo de su aparición, un reto para la medicina y para la ciencia. También constituyó un problema social y sanitario de primer orden e, incluso, un factor de confrontacion pólítíca entre los Gobiernos.. Su original vinculación a prácticas sexuales juzgadas nefandas y a reprobadas conductas sociales como el consumo de heroína fue causa de apocalípticas interpretaciones.

Líderes religiosos y dirigentes sociales de corte puritano atribuyeron la denominada peste del siglo XX a una especie de castigo divino contra una sociedad hedonista y dominada por la sexualidad. Consideraciones de orden moral y religioso. se interfirieron así en un problema de naturaleza sanitaria, dificultando la puesta en práctica de las medidas adecuadas para prevenir los riesgos. Hubo líderes políticos que no dudaron en utilizar electoralmente el miedo al sída para practicar políticas racistas e intolerantes: desde el endurecimiento de las leyes de inmigración a la adopción de métodos inquisitoriales de control social y de censura moral e ideológica.

Pero al inicial espanto social, alimentado por la ignorancia, la insolidaridad y la intolerancia, siguió el convencimiento de que el sida no tenía nada de mistenoso y que su tratamiento en sociedades democráticas dignas de ese nombre sólo podía basarse en la responsabilidad y en la información: que los ciudadanos conocieran los riesgos de la enfermedad y los medios para prevenirse ante ella. Cumbres de ministros de Sanidad de todo el mundo, destinadas a coordinar las políticas de tratamiento del SIDA, y conferencias intemacionales sobre esta enfermedad (la séptima se inicia el próximo día 16 en Florencia, Italia), han contribuido en estos 10 años a divulgar entre la población y, sobre todo entre las jóvenes generaciones, la vital importancia de un comportamiento responsable en la evitación del contagio.

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Los estragos dejados por el sida en sus 10 años de existencia son ciertamente pavorosos: un millón y medio de víctimas en todo el mundo y de 8 a 10 millones de infectados con el mortal virus, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Y aun cuando las tasas de incremento se van atenuando, la tendencia seguirá siendo ascendente en los próximos años. La previsiones son una mayor incidencia de la enfermedad entre mujeres y niños y un aumento del porcentaje de contagio heterosexual, en relación con la transmisión por uso de drogas por vía intravenosa, o por contacto homosexual. La Organización Mundial de la Salud avanza la escalofriante cifra de 40 millones de personas infectadas por el virus en el año 2000. En España, situada en el tercer lugar de Europa, después de Suiza y Francia, el número de enfermos diagnosticados de sida es actualmente de 5.014, de los que casi dos tercios se han contagiado al inyectarse droga.

A los 10 años de su aparición, muchos perjuicios y muchos tabúes han caído frente al sida. La enfermedad se ha hecho sanitaria y humanamente más soportable.aunque siga siendo incurable. Hoy, como cuando se descubrió, sigue siendo un problema epidemiológico de primer orden que requiere la máxima atención de Gobiernos y ciudadanos. Eso sí, ha dejado de ser un misterio, un mal desconocido, una plaga bíblica. Ha pasado a ser simplemente una enfermedad.

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