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Pialat convierte la locura de Van Gogh en idiotez

La película Van Gogh, de Maurice Pialat, fue aplaudida y abucheada, que es lo que busca: crear una falsa polémica para así vender como oro lo que en realidad es barro. Para forzar el escándalo prefabricado, Pialat convierte la locura del genial holandés en algo que nada tiene de genial y mucho de idiotez. Había expectación ante este filme. Primero, porque hace cuatro años el cineasta francés ganó aquí la Palma de Oro con Bajo el sol de Satán, un insincero filme que provocó el más violento abucheo jamás oído en La Croisette.

El agraviado Pialat pretende ignorar ahora con estudiado despecho el rechazo a que se vio entonces sometido, pues ni siquiera ha ofrecido una rueda de prensa para presentar su Filme. Y en tercer lugar, por la actualidad del pintor, recién conmemorado el centenario de su suicidio.En su obra Genio y locura, el filósofo y psicólogo Karl Jaspers analizó con seriedad la personalidad y la obra de Van Gogh. Mostró que una y otra son indisociables, las dos caras de una misma moneda. Y dedujo que en la locura de Van Gogh hay componentes indispensables para entender su genio, de la misma manera que en su genio hay rasgos específicos de su locura.

Van Gogh fue, y nadie lo duda, un loco, un psicótico o un esquizofrénico. Pero resulta difícil de creer que fuese el tonto amorfo y arbitrario que Pialat se saca de la manga en esta película. Escribió Van Gogh páginas importantes para la literatura mística e iluminada del pasado siglo y pintó, en estado de trance casi febril, centenares de cuadros, entre los que se encuentran algunos indispensables para entender, pese a ser Van Gogh un creador solitario y no de escuela, la evolución de la pintura de este siglo.

Ahora, a causa de la campaña de divulgación promovida durante el centenario de su muerte, esto, que antes era una evidencia para las grandes minorías de aficionados a la pintura, se ha convertido casi en un lugar común, en un fenómeno de consumo de masas. Todo el mundo adora de repente a Van Gogh y su patética figura se ha convertido en un mito y en un objeto turístico.

Es probable que Pialat se haya dejado llevar por un comprensible prurito iconoclasta y que haya pretendido abatir al ídolo por el hecho de serlo. Está en su derecho, si esa era su idea al hacer esta película. Lo que ocurre es que ha ejercido mal ese su derecho a ser iconoclasta, rematadamente mal: realizando una película técnicamente bien hecha, pero muy aburrida y, lo que es peor, tramposa, porque en ella Pialat elude no ya el análisis, sino la simple muestra de las interioridades, de la lógica y de la dinámica creativa de la pintura de Van Gogh. Y sin esta pintura, éste no existiría ni sería recordado por nadie. Es como intentar acabar con el mito de Cervantes prescindiendo del hecho imprescindible de que escribió El Quijote.

La película, por ello, carece de todo sentido y no tiene ni pies ni cabeza, pues no trata en realidad de Vincent van Gogh sino de un individuo que se llama así, al que le pasan cosas que le pasaron al pintor holandés y que pinta cuadros que vemos sólo de pasada o de refilón que pintó aquél, pero que en modo alguno es aquél, sino otro, un personaje arbitrario, inventado, ilusorio, de perfiles difusos, al que Pialat define por lo que tiene de indefinido y del que saca a la luz únicamente lo que tiene de opaco: lo que la locura tiene de demencia e idiotez, y no de lucidez y de fuente de genialidad.

De esta manera la actitud iconoclasta del cineasta francés se queda en pura y simple falta de generosidad, es decir en mezquindad. Pero con mezquindad es imposible hacer una buena película, una obra de arte. Pretendiendo hacer una película moral, a Pialat le ha salido -quizá involuntariamente- otra obscena.

Y terminó la competición de películas en Cannes 91 con una obra germano-turca bien intencionada, aceptable y nada más. Se titula Hasta la vista extranjero. Esta noche, llegarán los premios. Hay en discusión bastantes películas de calidad e incluso algunas excelentes. El i tirado no lo tiene, por tanto, fácil.

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