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Reportaje:

La presencia española, borrada de El Aaiún

La terminal de carga de Fosbucraa se viene abajo, como un símbolo de la huella colonial hispana

Sólo seis de los 700 hombres que trabajan en los yacimientos de fosfatos de Bucraa (Fosbucraa) son españoles, pese a que tras la retirada española del Sáhara occidental el INI conservó un 35% del capital de la compañía explotadora. En sólo 13 años, la presencia de los hombres de la antigua potencia colonizadora y de su lengua y cultura se ha borrado casi por completo. Rabat se empeña en sustituir lo español por lo francés, en el marco de su política de homogeneizar el Sáhara con el resto del reino jerifiano. Madrid asiste indiferente a la operación.

En Bucraa, una inmensa grúa deposita el arenoso material en una especie de cordillera amarilla, a cuyo término otra grúa lo recoge y lo coloca sobre la cinta transportadora. Así arrancan los hombres la riqueza mineral de este desierto, unos fosfatos sacados de la aridez que, paradójicamente, servirán para fertilizar otras tierras. El sistema es una obra de ingeniería alemana puesta en pie por los españoles en los últimos años de su presencia en el Sáhara occidental.Con lo que llama "recuperación del Sáhara", Marruecos se garantizó una posición de monopolio mundial en las exportaciones de fosfatos. Los marroquíes niegan con indignación que ése fuera el motor de la marcha verde. "Los fosfatos de Bucraa", dice sobre el terreno el ingeniero responsable del yacimiento, "significan tan sólo el 2% del total de las reservas marroquíes de este mineral. En la actualidad extraemos de aquí dos millones de toneladas anuales, frente a los 25 millones de toneladas del total de la producción marroquí. En el fondo, no es muy rentable".

La cinta transportadora lleva el mineral un centenar de kilómetros hacia el Oeste, en paralelo a una carretera rectilínea y monótona, una cicatriz de asfalto en el desierto. En el mar, la terminal de carga de los fosfatos de Bucraa levantada por los españoles se viene abajo a causa de la erosión del mar y el viento. Es todo un símbolo de la implacable desaparición de las huellas de la presencia colonial. Marruecos construye ahora una nueva instalación para dar salida a la riqueza mineral del desierto y, al lado, un puesto de pesca con lonja, e instalaciones frigoríficas de la última generación.

Palas inmensas quitan día y noche la arena que invade la carretera entre la costa y El Aaiún. A la derecha, según se va hacia el mar, una compañía francesa construye una central eléctrica capaz de suministrar electricidad a medio millón de personas. Se diría que Marruecos pretende convertir el Sáhara en un nuevo Kuwait o, como dice un períodista norteamericano, "cambiar megawatios por votos".

Confort en el desierto

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El principal monumento de la actual prosperidad de El Aaiún es la gran plaza levantada con todo el estilo del mechuar de las casas reales marroquíes. Hay allí un palacio de congresos cuya limpieza y confort desearían no pocos edificios oficiales de Rabat y Casablanca; una biblioteca con libros en árabe y francés que está sin abrir; un salón de juegos por estrenar; palmeras traídas de Marraquech; soportales cónstruidos al modo de las jaimas del desierto, y una mezquita con tejas verdes como las de Fez. Pasan mezclados hombres con las tradicionales derahas y hombres con las chilabas que se usan en el Norte, mujeres con melefas y otras con caftanes.Todo es así en el Sáhara, combinación de lo antiguo y lo nuevo. Marruecos conserva las tradiciones locales que puede integrar en el conjunto del reino, pero entre ellas no está el uso del español. Las clases en el Sáhara se imparten en árabe y francés; todos los rótulos de calles, comercios y centros oficiales están escritas en esas dos lenguas. "Es la culpa de Madrid", dice el jefe del gabinete del gobernador de El Aaiún, un saharaui que habla correcto castellano. "El Gobierno español se niega a abrir un centro cultural porque dice que eso significaría reconocer la soberanía marroquí. En el mismo espíritu cerró hace tres años la Casa de España de El Aaiún".

Una treintena de notables saharauis se ha reunido en la casa de un nieto del jeque Malainín, el último de los grandes predicadores musulmanes del Sáhara occidental. Se bebe té sin menta; un brasero enciende maderas aromáticas, y las alfombras y los bancos adosados a las paredes recuerdan el ambiente de las jaimas. La casa es, por lo demás, nueva y hasta lujosa.

Pese al discurso oficial acerca de la vinculación entre las tribus saharauis y Marruecos, ésta es la primera vez en la historia que la monarquía jerifiana administra directamente el territorio. Su política consiste en incorporar a los notables afectos a la gestión de los asuntos locales y, sobre todo, al desarrollo económico. Los que regresan de Tinduf son recibidos calurosamente y se les facilita enseguida casas y empleos. Los reunidos en la casa del nieto de Malainín son un ejemplo de este tipo de saharauis. Visten derahas blancas y azules con bordados dorados y lucen barbitas de chivo sobre sus oscuros rostros. La mayoría habla castellano. "Estamos marroquíes", responde Leili a una pregunta sobre su identidad. "Siempre lo hemos estado". El viejo saharaui explica que cuando Marruecos conquistó su independencia, muchos de los reunidos en esa sala lucharon con el Ejército de Liberación Nacional para conseguir la inmediata incorporación del Sáhara al nuevo Estado.

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