Israel aprovecha la crisis en Gaza para disparar la colonización de Cisjordania
El Gobierno declara estatales un número de hectáreas sin parangón desde los años noventa, mientras que el ultraderechista ministro de Finanzas legaliza por la puerta trasera más de 60 colonias y en las colinas aparecen 15 nuevas
“El pueblo judío tiene el derecho exclusivo e indiscutible a todas las partes de la Tierra de Israel. El Gobierno promoverá y desarrollará asentarse en todas sus partes”. La frase ―empleando el concepto bíblico que incluye al menos las actuales Israel y Palestina y que figura en el acuerdo de la coalición de Gobierno que lidera el primer ministro, Benjamín Netanyahu― toma hoy, año y medio más tarde, distintas formas en estas desérticas lomas de Cisjordania, en las que cada inhóspita hectárea acaba convertida en campo de batalla de una colonización que Israel ha acelerado en silencio aprovechando el ruido que genera la invasión de Gaza.
“Mira, este es nuevo. No estaba hace unas semanas. Con él son 14 solo desde octubre”, señala Dror Etkes, el activista israelí que mejor conoce la expansión de los asentamientos, en un largo recorrido por la zona. Desde febrero, el Ejecutivo ha declarado más de 1.097 hectáreas “territorio estatal” (lo que facilita edificar o ampliar allí asentamientos judíos). La cifra convierte ya 2024 en año récord desde los noventa sin haber llegado siquiera a su ecuador.
La colonización en Cisjordania lleva años dejando cifras inéditas, pero la sordina de la guerra en Gaza y un Gobierno en el que el nacionalismo religioso ―estrechamente vinculado a la promoción de los asentamientos― ocupa un lugar clave han formado una mezcla perfecta para su explosión. “Nuestro derecho a la Tierra de Israel está anclado en la Biblia”, ha subrayado este martes Netanyahu, un judío secular que cada vez lanza más guiños a la derecha religiosa en forma de referencias bíblicas.
Al propio Etkes, que lleva tres décadas siguiendo la labor colonizadora y dirige la ONG Kerem Navot, le cuesta seguir el ritmo de las novedades. Cada vez es más frecuente ver un puñado de caravanas en un alto estratégico. Las montan a escondidas ultranacionalistas religiosos que suelen decir que no necesitan más documento de propiedad que la Biblia, en la que Dios entrega esas tierras al pueblo judío. Esos grupos de jóvenes saben hoy tres cosas: que los suyos están en el Gobierno; que su nueva colonia va a sobrevivir, aunque vulnere la propia legislación israelí; y que solo necesitan paciencia. Los miniasentamientos suelen acabar recibiendo protección y apoyo institucional (más o menos encubierto) y privado. Auténticas ciudades dormitorio también eran un puñado de casas hace décadas.
En febrero, la Administración Civil, el organismo del Ministerio de Defensa que gestiona el día a día de la ocupación militar, declaró tierra estatal 264 hectáreas entre los asentamientos de Maale Adumim y Keidar, al este de Jerusalén. Un mes más tarde sumó otras 800, en el Valle del Jordán, a las que se añaden unas decenas más. Para comprender la dimensión, el total es algo menos de la mitad de todas las hectáreas (2.400) declaradas estatales entre 2018 y 2023.
La declaración como tierra estatal se fundamenta en una interesada interpretación israelí de una ley del siglo XIX, en época otomana, para aprovechar los cultivos. Como el derecho internacional impide a Israel, en tanto que potencia ocupante, confiscar tierra en su propio beneficio, rescató la ley otomana a conveniencia para apropiarse en Cisjordania de aquellas tierras que queden sin cultivar durante años. Puede suceder porque sus dueños se convirtieron en refugiados, porque el ejército no les permita acceder a ellas, porque temen los ataques de los colonos… El Gobierno de Isaac Rabin las detuvo en 1992, cuando negociaba los Acuerdos de Oslo, y Netanyahu las retomó esa misma década, en su primera legislatura. Gracias a esta interpretación legal, Israel ha declarado tierras estatales un 16% de Cisjordania, que ocupa militarmente desde que la tomó en la Guerra de los Seis Días de 1967, según datos de Paz Ahora, la principal ONG pacifista del país.
Poblados abandonados
Desde una base militar parte una larga tubería negra. Llega al asentamiento de Malajei Hashalom, al que provee agua, pese a que esté prohibido en teoría porque Israel lo considera ilegal. Justo encima de las ruinas de Ein Ar Rashash, un poblado beduino cuyos habitantes abandonaron por miedo a las agresiones de los colonos, ha surgido un asentamiento: Gal Yosef. Etkes calcula entre 15.000 y 20.000 las hectáreas a las que los palestinos no pueden acceder ya desde octubre.
Una barrera de piedras y arena impide salir a la carretera a los más de 3.000 habitantes de Duma. Es, junto con la más pequeña Mugayer, la única localidad palestina en pie entre Ramum, al oeste; la ciudad de Jericó, cerca de la frontera con Jordania; y el asentamiento de Maale Efraim. “Hace un año se podía ver aquí a pastores beduinos y ahora está vacía”, recuerda Etkes. Solo se atisban los restos de sus antiguos poblados chabolistas, que se llevaron a partes de Cisjordania menos peligrosas, o nuevos conatos de asentamientos.
En la carretera Alon, que atraviesa Cisjordania en perpendicular y entre carteles y barreras en hebreo con frases como “venganza” o “muerte a los árabes”, no se ven coches con matrícula verde o blanca, la de aquellos palestinos sin permiso para acceder a Israel o a otras zonas de Cisjordania bajo su control, como Jerusalén Este. En parte es por miedo tras el asesinato cerca hace un mes de un adolescente israelí, que desató una oleada de ataques contra palestinos, explica Etkes.
El mes pasado, con las ascuas de la escalada entre Irán e Israel y el foco en las protestas en las universidades de Estados Unidos por una invasión que ha dejado más de 35.000 muertos, el titular israelí de Finanzas, Bezalel Smotrich, ordenó a los ministerios conectar a las infraestructuras, proporcionar servicios municipales y construir edificios públicos a unas 60 pequeñas colonias que el propio país considera ilegales. Es la aplicación de una decisión del año pasado en la que el Gobierno exhorta a tomar las medidas necesarias para “conectar a infraestructuras esenciales, construir edificios públicos y educativos” en determinados asentamientos que “el Gobierno pretende actuar para regular”. Algunos ya estaban conectados, pero a través de asentamientos cercanos o a infraestructuras consideradas temporales.
Aunque menos ruidoso y popular que Itamar Ben Gvir, el titular de Seguridad Nacional que le seguía en la lista electoral, Smotrich es el ultraderechista con más poder en el Ejecutivo. No solo por ser la mano que mece el dinero, sino también porque, en las negociaciones con un Netanyahu desesperado por regresar al poder, le arañó un puesto en el Ministerio de Defensa que le da un amplio mando sobre asuntos civiles en Cisjordania.
La ONG Paz Ahora definió su decisión como una “legalización por la puerta de atrás”: evita las condenas internacionales y problemas legales y las protege de la demolición, que este Gobierno ha dejado virtualmente de aplicar, pero podría no hacerlo el siguiente. Según medios locales, el documento del ministro incluye instrucciones como el establecimiento de instituciones educativas, la construcción de carreteras o relacionadas con asuntos del día a día, como los fondos de los seguros médicos.
La decisión equipara de facto medio centenar de puestos de avanzada a los asentamientos. Aunque todos los asentamientos, en los que viven unas 700.000 personas, son ilegales de acuerdo al derecho internacional, el vocabulario político israelí suele distinguir entre “barrios” (los grandes y residenciales en Jerusalén Este), “asentamientos” (los de Cisjordania que considera legales, generalmente establecidos hace décadas) y los “puestos de avanzada”, más pequeños e ilegales también para Israel. Comenzaron en los noventa, tras los Acuerdos de Oslo.
También se han disparado desde octubre las expulsiones de palestinos por miedo a las agresiones de colonos, cada vez más indistinguibles de los soldados, tras la movilización masiva de reservistas y las facilidades para obtener armas. Casi 20 localidades, con más de 1.000 habitantes (generalmente beduinos que pertenecen al mismo clan familiar y viven de la agricultura y la ganadería), han deshecho sus casas, desmantelado sus precarias construcciones y buscado un sitio menos expuesto. Es un fenómeno —a menudo con la connivencia o pasividad de los soldados— muy vinculado a la expansión desde hace años de las colonias en forma de granja, que permiten controlar mucho territorio con poco esfuerzo. Pueden verse a cada tanto en los altos del camino, así como a algún joven con el atuendo habitual de los nacionalistas religiosos cuidando del ganado.
El aumento de las agresiones a palestinos o a activistas de izquierda, la creciente sensación de impunidad de los colonos y, en general, el ambiente reinante desde el ataque de Hamás el 7 de octubre (la jornada más letal en la historia de Israel) lleva a Etkes a tomar precauciones. No posee un vehículo, para que los colonos no se familiaricen con él; y no quiere que el que alquila ni su rostro aparezcan en las fotos, para dificultar que lo identifiquen. Las paradas son cortas. En una, dos guardas de seguridad armados se acercan a indagar qué hace. Hay tensión y le insultan al volver al coche, pero la cosa no va a más. “Tengo el acento y color de piel adecuados”, dice sobre su condición de judío israelí.
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