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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sínodo sobre laicos

MÁS DE 200 obispos de todo el mundo discuten estos días en Roma el papel de los laicos en la Iglesia católica. No está claro si el debate se plantea por una necesidad coyuntural de mano de obra para influir sobre la sociedad o por un convencimiento de la necesidad de llevar a la práctica los principios proclamados por el Concilio Vaticano II. Los observadores se preguntan si se pretende sólo frenar el clamor de los laicos -especialmente de las mujeres, que se sienten discriminadas- o se trata de incorporar la experiencia laical a los centros de decisión de la Iglesia.Monseñor Díaz Merchán ha denunciado en el aula el peligro de que los seglares "se mantengan en un estado casi infantil dentro de la Iglesia". La advertencia es además un diagnóstico cuyas consecuencias desbordan las fronteras de la confesión religiosa que más ha influido en nuestra estructura social y política. El clericalismo, más allá del tópico, tiene su origen en la misma clericalización del hecho religioso. Los obispos podrían contentarse, por ello, con aumentar el número de seglares practicantes. Con esta posibilidad se cuenta ya, y con preocupación, en muchos ambientes católicos renovadores. Lo religioso seguiría siendo un objeto más de consumo, en cuya fabricación intervienen sólo los clérigos y cuya venta y distribución encomiendan a los seglares. La distinción entre maestros y alumnos, entre pastores y ovejas, ha sido típica de la Iglesia y de los modelos que ha pretendido presentar a la sociedad civil.

La mujer resulta ser el tema estrella del sínodo. Su discriminación en la sociedad civil es aún más sangrante dentro de la Iglesia católica. Los renovadores no pretenden reparar sólo la marginación respecto al varón, sino incorporar la sensibilidad femenina a los centros del pensamiento moral, por cuya ausencia la Iglesia ha pagado un alto precio. La consideración de la feminidad pone a prueba la sensibilidad masculina y clerical del sínodo. Siglos de interpretación judeo-cristiana del origen y el papel de la mujer en la sociedad se ponen ahora en entredicho. Desde la fábula del Génesis al descubrimiento de la virginidad de María, la respuesta a los problemas de la desigualdad de sexos en la comunidad católica ha sido endeble. La historia de la Iglesia católica es un permanente desencuentro con los problemas de la mujer, agudizado ahora por la liberación sexual, la desaparición del rol nuclear de la familia y la extensión del aborto legalizado.

Sería ingenuo pensar en una reivindicación antiautoritaria de democratización de la Iglesia, al modo de la sociedad política. Pero la igualdad de todos los hombres y mujeres, el respeto a los derechos humanos, la libertad de expresión, la de asociación y toda una serie de derechos consustanciales con la dignidad de la persona que la jerarquía eclesiástica predica no han sido acreditados en la conducta diaria de los hombres que controlan el aparato del poder eclesiástico. La opacidad de las instituciones eclesiásticas no es presentable en el siglo de la comunicación y de la participación. No le basta a la Iglesia preocuparse de la formación que obispos y sacerdotes han de dar a los seglares si al mismo tiempo no se reconocen las enseñanzas que éstos pueden ofrecer a los obispos.

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La laicidad es una conquista cultural y social. Fundamentalmente consiste en no temer la realidad, y, por tanto, en no negarla. El respeto a las personas, al pensamiento científico y, en general, al conocimiento y visión que el hombre va adquiriendo de la naturaleza exige a los responsables de la Iglesia que tomen conciencia de su enclaustramiento cultural histórico. La laicidad golpea con insistencia en el portón de bronce de la Iglesia católica.

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