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Tribuna:ESTADOS UNIDOS, A FINALES DE LOS AÑOS OCHENTA
Tribuna
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Soluciones de urgencia para una fea década

Parece que la década de los ochenta puede que se recuerde como la década fea. En Estados Unidos se ha dado una especie de ignorancia general en la que se han evadido los problemas críticos en vez de solucionarlos, en la que es mejor controlar un error produciendo daños que evitarlo, en la que se prefiere sentarse erguido en la montura que cabalgar hacia adelante y en la que, entre mucha verborrea, se han visto disminuidas y mermadas ciertas libertades e igualdades esenciales de la vida nacional.De una manera notoria, las dos administraciones del presidente Reagan han producido un enorme déficit presupuestario que si se deja que aumente sin control durante dos años más alterará la estructura nacional.

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He visto cómo otros tres países, la República Federal de Alemania, Japón y Brasil, incurrían en tal grado de endeudamiento que su única solución fue devaluar su moneda, eliminar la deuda y causar terribles daños a la clase media. A los muy ricos y a los muy pobres no les afecta gravemente, ya que los ricos pueden permitirse perder algo y los pobres no tienen nada que perder. Pero el medio se ve aplastado y a veces no se recupera jamás.

Entre tanto, la s fortunas de los pobres, de las minorías y de los estudiantes han sufrido reveses tan tremendos que Estados Unidos corre el peligro de perder su reputación como país de amparo. Se está convirtiendo en una sociedad en la que los ricos llevan ventaja, y los pobres, desventaja. Noche tras noche oigo a portavoces de la Administración argumentar que, puesto que el índice Dow Jones ha aumentado otros 10 puntos, todo va de maravilla en la República, sin tener en cuenta el hecho de que los petroleros de Luisiana están ahogándose en la quiebra y que los agricultores de Iowa están per diendo sus granjas. Mientras les escucho recuerdo los pensamientos de Oliver Goldsmith sobre su aldea desierta: "Mal va la tierra, presa de los males de la prisa, / donde la riqueza se acumula y los hombres se arruinan".

Desilusión

Durante esta década, la acumulación de riqueza se ha visto deificada. Ivan Boesky es el prototipo de financiero, y el artista de la absorción de empresas que puede orquestar un golpe de valores es un héroe más alabado que el gerente de una empresa que da trabajo a gente y que fabrica un producto utilizable.

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La fealdad de la década surge por todas partes.Un antiguo secretario de Interior, James Watt, denigra la herencia nacional norteamericana de parques y espacios abiertos. El ministro de Justicia, Edwin Meese, se esfuerza por cambiar el esquema constitucional. Se fomenta la libre actuación de las fuerzas religiosas ultraconservadoras. El sistema de, la escuela pública, una de las razones por las que Estados Unidos se convirtió en una sociedad superior, se ve amenazado. Bajo la bandera de proteger al hogar y a la familia, el Gobierno invade los dormitorios.

En este momento tan poco propicio, la Administración de Reagan se autodescalifica con su manejo de la crisis de los rehenes en Irán, vendiendo armas a un enemigo declarado y desviando ilegalmente los beneficios hacia la turbia situación en Centroamérica. Hay desilusión en el país y desprecio en el extranjero. Es la primera vez que recuerdo, en mi traba o en el extranjero, que otros países se ríen de los norteamericanos.

Espero que las cosas puedan arreglarse. Desde 1960, Estados Unidos no ha tratado bien a sus presidentes. John Kennedy fue asesinado, Gerald Ford sufrió dos atentados, a Lyndon Johrison se le echó.de su cargo, Richard Nixon dimitió, y si Ronald Reagan tiene que ser mutilado, Estados Unidos aparecerá ante el resto del mundo como una república bananera más. La popularidad sin par de Reagan es un capital que no puede desperdiciarse de manera alegre.

En primer lugar, el presidente puede presentarse ante el pueblo y decirle: "He permitido que se produjera un error. Lo he corregido. Y no voy a permitir que vuelva a suceder, pues yo obedezco las leyes y tradiciones de este país".

En segundo lugar, debe devolver la política exterior al control de quienes más cualificados estén para dirigirla. Hay que pararles los pies a los vaqueros de los sótanos de la Casa Blanca.

En tercer lugar, debe disolver su equipo de fontaneros. Si se reconoce y se rectifica el error a tiempo no hará falta ninguna brigada de limpieza.

En cuarto lugar, tiene que dejar a un lado los fanfarrones verbalismos machistas. Estados Unidos tiene frente a sí problemas graves.

En quinto lugar, debe dejar bien claro en todo lo que haga y diga que es una persona humanita.ria que se preocupa tanto por los pobres y la clase media como por los ricos.

En sexto lugar, debería batallar honestamente contra el déficit y no confiar en juegos de manos. El Gobierno debe subir los impuestos y reducir los gastos. (Pero ya que los republicanos se niegan a hacer lo primero y los demócratas se muestran incapaces de hacer lo segundo, supongo que iremos dando tumbos hacia una gran devaluación.)

En séptimo lugar, todo lo que hagan los dirigentes republicanos en los próximos dos años,.así como el comportamiento del Congreso demócrata, debería estar encaminado a una transición suave y responsable hacia la próxima Administración. El pasado mes de octubre parecía que esa Administración sería republicana, aunque las derrotas de ese partido hacen que esa victoria sea menos automática.

La década fea está aproximándose a su fin. Espero que el presidente Reagan pueda reagrupar sus fuerzas y acabar su espectacular encumbramiento de una forma ordenada. Pero sólo podrá conseguirlo si acaba el aventurismo, sólo si se crean controles sensatos y sólo si se le habla a la gente con palabras con sentido común.

El presente artículo es un resumen de un artículo del novelista James A. Michener publicado en The New York Times.

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