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Los libros fueron las armas de las Misiones Pedagógicas creadas por la II República

Hoy se cumple el 50º aniversario de la fundación de la histórica institución cultural

Los libros fueron las armas que se propusieron usar las Misiones Pedagógicas, creadas por la II República hace hoy cincuenta años, para elevar el nivel cultural de los españoles. El propósito era enseñar a divertirse leyendo. Cuando esa diversión se logre, decían entonces los promotores de la idea, «habrá una nueva España». En los textos que siguen se conmemora el comienzo de tan histórica iniciativa, de la que ya ofreció EL PAÍS SEMANAL un reportaje retrospectivo en su número del pasado 24 de mayo.

Apenas instaurada la República, hace ahora medio siglo se planteó la necesidad de mejorar, de forma urgente, la cultura de los españoles; habitantes en pueblos pequeños, tan alejados de los bienes cultura les como lo estaban de los materiales. Con esta idea, Manuel Bartolomé de Cossío, quien en palabras del actual director de la Biblioteca Nacional «gozaba de un gran prestigio intelectual, y si no lo hubiera impedido una larga enfermedad que le mantuvo postrado en la cama, hubiera sido el primer presidente de la República», se ocupó de crear y poner en marcha un Ministerio de Instrucción Pública, y dentro de un Patronato de Misiones Pedagógicas cuya aparición oficial en la Gaceta de Madrid se produjo el 29 de mayo de 1931.En el preámbulo del decreto se decía que «es necesario y urgente ensayar nuevos procedimientos de influencia educativa en el pueblo acercándose a él y al magisterio primario», y aseguraba que con las Misiones Pedagógicas «se, trata de llevar a las gentes (..) el aliento del progreso y los medios de participar en él, en sus estímulos morales y en los ejemplos del avance universal, de modo que los pueblos todos de España, aun los apartados, participen en las ventajas y goces nobles reservados a los centros urbanos».

Para tarea tan importante contaron las misiones con más entusiasmo que medios. Intelectuales y estudiantes, algunos de los cuales figuran hoy con todo derecho en la historia de la cultura -Antonio Machado, Miguel Hernández, Luis Cernuda y García Lorca fueron misioneros-, aprovechaban los días de fiesta y las vacaciones para ir con su mensaje cultural de pueblo en pueblo. Daban conferencias, recitaban poesías, cantaban y enseñaban a cantar, hacían teatro, ponían cine y mostraban los grandes cuadros de la pintura universal con copias muy perfectas de tamaño real.

Pero, conscientes de que todo esto sólo podía servir como un aguijón, como una llamada o un grito que despertara el deseo de aprender y que de poco serviría por sí solo, dejaban -como quien deja una semilla- una pequeña biblioteca y la promesa de ampliarla si mostraban interés en ello. Más de 5.000 bibliotecas fueron así creadas en los seis años que duró la experiencia, y más de medio millón de libros quedaron en las manos de quienes pocas o ninguna oportunidad habían tenido hasta entonces de leer otra cosa que no fuera la pizarra escolar.

Y no era poco lo que con ello se pretendía. El propio Cossío explicó a veces personalmente en las plazas de los pueblos que «nosotros quisiéramos alegraros, divertiros casi tanto como os divierten y alegran los cómicos y titiriteros, porque esto es principalmente lo que se proponen las misiones: despertar el afán de leer de los que no lo sienten, pues sólo cuando todo español, no sólo sepa leer -que no es bastante-, sino tenga ansias de leer, de gozar y divertirse, sí, divertirse leyendo, habrá una nueva España».

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