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La feria del libro de ocasión

En el siglo XV, un impresor alemán que vivía en Maguncia, se llamaba Gutenberg, era modesto, con barba muy larga -como las de hoy-, cantaba, bebía mucha cerveza, tenía mucho sentido del humor, tanto, que tuvo el buen humor de inventar nada más y nada menos que la imprenta. Se acabaron los papiros egipcios, las tablillas romanas, los pergaminos y códices medievales. Comenzaba, con la imprenta, la gran ocasión del libro, se iniciaba en la vida del hombre una revolución tan grande como la invención del vapor y la electricidad, en el siglo XIX o la relatividad y energía nuclear dé nuestro siglo, debida a otro alemán, que también bebía cerveza, tocaba mal el violín y se llamaba Einstein.Con esa gran ocasión del libro comenzó, como es natural, el libro de ocasión, o de lance, que asi se llama, como dice el diccionario de la Real Academia, «a lo que se compya aprovechando una coyuntura, y casi siempre más barato por ser cosa usada».

Se acaba de inaugurar en Madrid, con éxito extraordinario, esta primera feria que tiene ya, en Barcelona, veinticinco años de vida. Ello se debe, cómo bien ha dicho el presidente del Instituto Nacional del Libro Español, a la exclusiva iniciativa y esfuerzo de los propios libreros, iniciativa apoyada con entusiasmo por el Instituto y el Ayuntamiento. Enhorabuena a esos libreros, liombres inteligentes, generosos y comprensivos. Estos libreros, tanta,s veces sacrificados en su ejemplar profesión y oficio y que sirven al país sin pedir nada. Dedicados con pasión al amor allibro. ¿No es éste uno de los amores más puros al servicio de la Patria?

¿Se lee mucho en España? Hay una estadística increíble a la que se refería hace pocos días el padre Martín Descalzo: en España editamos 22.000 libros al año, es decir, sesenta diarios, que representan seis millones de páginas impresas anualmente. Parecen cifras enormes, dignas de un país que lee mucho. Pues bien, la media de cada edición no supera los 3.000 ejemplares, los cuales, distribuidos entre 35 millones de habitantes, no llegan, en el supuesto de que se vendan todos, a dos libros al año por español. En 1976, en el 52 % de los hogares españoles, ¡los libros no llegaban a diez! Sí, en España se lee poco, muy poco, a pesar de que en los últimos años,el aumento de lectores ha sido importante. De todas formas, es evidente que es urgente una política del libro más amplia, más coherente y práctica, en extensión y en profundidad. Las medidas tomadas hasta ahora han sido, casi siempre, pequeñas, paiciales y no supone nuna auténtica ayuda a la expansión del libro. Y a esa nueva y necesaria política se la podría dar el nombre de las sabias palabras de Cicerón: «Un hogar sin libros, es como un cuerpo siln alma. »

El cartel anunciador de esta feria es un delicioso dibujo de Jano, que nos muestra a dos bibliófilos de chistera y levita eligiendo, con fruición, sus libros de ocasión. El interés básico de esta feria es que en ella hay libros que no están a la venta en las librerías, pues los libreros que exponen -diecisiete de Madrid, nueve de Barcelona, uno de Valencia y uno de Granada- han traído aquí ejemplares guardados cuidadosamente en los almacenes. Se encuentra uno con «libros insólitos», como bien ha dicho el vicepresidente de la feria, don José Berchi. Esto, y otras muchas circunstancias, harán de esta feria un merecido triunfo que ayudará a superar la crisis del libro de ocasión, crisis que tiene hoy dos facetas fundamentales: 1ª La venta masiva de libros de ocasión, a las Universidades; y 2ª Las bibliotecas heredadas, que antes se vendían a los libreros, hoy pasan de padres a hijos. En fin, esperamos y deseamos que se constituya el gremio de libreros de lance, que consiga promocionar el libro de ocasión.

Se merece un recuerdo la entrañable cuesta de Moyano, en donde se venden y compran libros de ocasión desde hace más de medio siglo. ¡Cuántos estudiantes, cuántos obreros, cuántas personalidades han desfilado por ella! Contaba Miguel Pérez Ferrero, las horas que se pasaban en la cuesta, revolviendo y comprando libros, ¡Valle-Inclán, Baroja, Azorín y tantos más! Yo, en mi modestia de lector y comprador, me he pasado allí muchas mañanas de mi vida estudiantil. Cierta vez encontré en una de las casetas de Moyano un libro que perseguía yo desde hacía años, por las librerías del Sena: «Las cartas de Mirabeau a su amante Sofía.» Qué alegría el poder comprar, en buenísimo precio, los cuatro tomitos editados en París, en 1818. Son todo cartas de amor. Antes, los enamorados se escribían mucho. No porque amaran más y mejor que, ahora, sino porque no existía el teléfono. Y en otra ocasión, encontré en Moyano una de las biografías de mi padre -Amiel-, dedicada por él, con largos párrafos de amistad y afecto, a determinada e importante personalidad. Recuerdo la carta que dicho personaje envió a mi padre, carta llena de gratitud y de entusiasta crítica de la obra. Pues bien, el libro estaba sin abrir. Es evidente que abrir los libros es esencial, se lean o no. Por elemental educación y protocolo. Y, sobre todo, porque libro no abierto es libro no nacido. Los abrepapeles, los abrecartas, son los verdaderos bisturíes que ayudan al parto del libro. Sin ellos, su contenido, su ser auténtico, no ve la luz. Como los barcos llevan las mercancías a través de los mares, el libro lleva su mercancía -la cultura- a través del tiempo y las distancias. Y, sin cultura, el ser humano se desdibuja hacia razas animales. Creen algunos que el libro corre peligro por los actuales y futuros medios audiovisuales. Recuerdo lo que le oí un día a don José Ortega: que el libro estará siempre en su sitio, unido a la vida del hombre, por los siglos de los siglos.

Que cada cual encuentre su ocasión y su lance.

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