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EL JUEGO INFINITO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Superliga: dinero y amenazas

El proyecto avalado ya por la justicia necesita ahora de los agentes sociales. Mientras, algo está asegurado: la división del fútbol europeo y también el de las distintas Ligas nacionales

Jorge Valdano
Mbappe, durante la Supercopa francesa ante el Toulouse.
Mbappe, durante la Supercopa francesa ante el Toulouse.STEPHANIE LECOCQ (REUTERS)

El fútbol siempre ha sido un fenómeno social, cultural, simbólico y, también, económico. El mundo cambia y como lo que acelera esos cambios es el dinero hay que redefinir el fútbol: un fenómeno económico y, también, social, cultural y simbólico. Así lo hizo patente el TJUE en un fallo que obliga al fútbol a ajustarse a las reglas que rigen cualquier actividad económica. La Superliga derriba así una barrera legal que le permitirá organizar y regular competiciones al margen de la UEFA.

Ya convenció al dinero, ahora tiene que persuadir a los agentes sociales y culturales que también hacen al fútbol y que están representados por los hinchas, personajes emocionales. Pero hay más, la Superligue Company S.L. que venía trabajando su competición a la espera de que se le abriera esta puerta judicial, nos habla de tres divisiones (Star, Gold y Blue) con un total de 64 equipos.

64 equipos de los cuales, de momento, solo hay dos clubes comprometidos (Real Madrid y Barça) y alguno, como el Nápoles, que asomó la patita tras la sentencia. A la lista pueden sumarse más interesados temerosos de caer en la ruina, pero aún no hay constancia. ¿Quién más se subirá a ese tren? Puesto que a la Premier no se la espera y que equipos del tamaño y la capacidad de arrastre del Bayern y el PSG se han mostrado abiertamente contrarios, costará trabajo llenar los 64 casilleros. En esta pelea Champions y Superliga, al menos en una primera fase, se achicarán mutuamente. Veremos qué hace el tiempo con esa atomización del fútbol al que hay que agregarle el flamante fenómeno saudí que, si es por dinero, puede tentarlos a todos.

La Superliga ya no habla de cerrar la competición para la super élite. El efecto de aquella puesta en escena a lo bruto todavía pesa en la confianza del proyecto. Florentino sigue al frente del desafío con dos tipos de credibilidad: la histórica, puesto que representa a una entidad que siempre supo imaginar el futuro; y la credibilidad actual, porque preside un club saneado, con una ciudad deportiva extraordinaria, un estadio maravilloso y un equipo competitivo. ¿Qué ve el Madrid desde esa atalaya? Solo amenazas. Una industria que en España se debilita ante la pérdida de valores estelares insustituibles como Messi y Cristiano. Un corrimiento hacia la Premier del dinero que circula por los canales televisivos y empresariales. Una situación de desventaja frente a clubes a los que mueven pozos de petróleo, fondos de inversión y caprichosos empresarios ante la ceguera del fair play financiero.

Un club de fútbol solo puede pagar salarios que produzca el fútbol. A un súper crack como Mbappé el Madrid puede pagarle (exagerando) el doble que al jugador que más gana, y eso significa una cuarta parte de lo que le paga el Paris Saint Qatar. Claro que el Madrid asegura gloria, pero al paso que vamos, hasta la gloria tendrá un precio.

Algo está asegurado: la división del fútbol europeo y también el de las distintas Ligas nacionales. Quien acepte formar parte de la Superliga se entenderá que está atacando a la clase media que forma el gran tejido futbolístico y que, digamos toda la verdad, necesitan de los grandes para sobrevivir. Se abrirá un debate interesante en donde la moral discutirá con el dinero. Aunque, en el fondo, solo hay dinero peleando contra dinero para que, cada cual, pueda mantener su estatus. Así las cosas, la única pregunta que el debate debe contestar es: ¿Cómo mantendremos la viabilidad del fútbol para que siga siendo rentable y, al tiempo, un bien comunitario que beneficie a todos? Si alguien tiene la respuesta le ruego que me lo haga saber. Yo aún no la imagino.

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