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Katir y Mario García Romo brillan en la Diamond League de Oslo en la quizás mejor carrera de 1.500m del siglo

El murciano (3m 28,89s) termina segundo en Oslo tras Jakob Ingebrigtsen, que bate el récord de Europa (3m 27,95s), y el salmantino entra el exclusivo club de los sub 3m 30s (3m 29,18s)

Carlos Arribas
Jakob Ingebrigtsen, tras la victoria.
Jakob Ingebrigtsen, tras la victoria.Fredrik Varfjell (AP)

Es la madre de todos los 1.500m, el mejor reparto nunca reunido, y Mo Katir y Mario García Romo, dos españoles con aspiraciones, y Jakob Ingebrigtsen al frente, un noruego de 22 años del que todo el mundo espera que bata el récord del mundo de 1.500m (25 años hace ya de los 3m 26s de Hicham el Guerruj en Roma). No se corre a ritmo de récord del mundo. Ingebrigtsen dice que la pista no es lo bastante rápida para bajar de 3m 26s y se conforma con bajar de 3m 28s y batir su mejor marca y el récord de Europa. Las liebres, dos, por esos tiempos le guían y en la última recta se deshace el último que le agobia, Katir, y gana solo por distanciamiento. Consigue su objetivo, 3m 27,95s, la mejor marca de siempre del campeón olímpico de Tokio, récord de Europa y sexta mejor marca de todos los tiempos, y por detrás, todos los que esprintan tras Katir para ser tercero también terminan felices.

Katir, segundo, con 3m 28,89s, no tanto, pues no ha mejorado su mejor marca por 13 centésimas. García Romo, sí. El salmantino de Villar de Gallimazo, quinto, logra bajar de 3m 30s, la barrera de la superxecelencia. Sus 3m 29,18s, le convierten en el tercer español tras Katir, plusmarquista nacional, y Fermín Cacho (3m 28,95s, que lo consigue. Lo nunca visto: dos españoles, y muy jóvenes, por debajo de 3m 30s en la misma carrera. Los amigos de García Romo y compañeros de entrenamiento en el equipo On, Yared Nuguse y Ollie Hoare, baten el récord respectivamente de Estados Unidos (3m 29,02s) y Australia (3m 29,41s) y el francés que llega, Azzedine Habz se queda, con 3m 29,26s, a 28 centésimas del récord nacional de Mehdi Baala.

García Romo llegó en avión a Oslo a la 1.30 de la mañana del miércoles. Llega desde Sankt Moritz, en la altura suiza, donde ha estado dos semanas entrenando con su grupo, Hoare y Nuguse, a las órdenes de Dathan Ritzenhein, y también ha bajado a Italia. “Los entrenamientos han sido muy buenos”, dice antes de la carrera. “De cara al verano creo que estamos por un buen camino y para el 1500 del jueves el objetivo es básicamente luchar por la victoria, intentar ser lo más competitivo posible contra todo el mundo y, bueno, intentar sobre todo que este sea una carrera que cimiente bien los pasos para las siguientes carreras del verano”.

Ocurre todo en Oslo, en el estadio Bislett, pequeño y coqueto, en junio, no se pone el sol, la luz es cálida, rojiza, como las fachadas de las casas de alrededor, y en los balcones los vecinos toman vino blanco y saborean atletismo, corean a Karsten Warholm, el chico del barrio, que allí se entrena para quemar las vallas, ganar el oro olímpico y batir el récord del mundo, pero solo esperan una cosa todos los años, la carrera que cierra el mitin, con el sol aún brillando a las 10 de la noche, que es el 1.500 masculino este año y otros años es lo mismo pero con 100 metros más, la milla. Oslo, sus Bislett Games, es el recuerdo de Ovett, Coe y Cram, los británicos que siempre rehuían enfrentarse y allí batían habitualmente récords mundiales, y es el recuerdo de Herb Elliott, chaval salvaje de 20 años que el verano loco de 1958 llegó a Escandinavia en una furgoneta Volkswagen desde Dublín, donde había batido el récord mundial de la milla, con media docena de australianos más, vagabundos, melenas y barbas, que tiraban el saco bajo las estrellas a través de media Europa, y en Gotemburgo, tras noches de alcohol y excesos batió el récord del mundo de los 1.500m (3m 36,0s) por más de dos segundos y unos días después, en Oslo, el último día de su verano europeo, y ya derrengado, gana con 3m 37,4s, y solo recibe aplausos tibios que le dejan frío y quien dos años más tarde batiría el récord del mundo ganando los Juegos de Roma dice: “He hecho la segunda mejor marca de la historia, pero es tal el apetito insaciable de público por más y más récords que la marca decepcionó a casi todos. Volé a casa considerablemente más cínico que cuando fui a Europa”.

Escandinavia, y Oslo, es el paraíso del medio fondo y no hay atleta que no sienta una especie de euforia cuando sale a competir, e Ingebrigtsen, seis días después de batir el récord mundial de las dos millas (3.218,72m: 7m 54,10s) no es Elliott y no se queja de la falta de motivación del público que enloquece con su dominio y sus zancadas, su aceleración imperceptible pero real que le concede victorias por desistimiento de los rivales, aunque Katir, que ha corrido a tirones y a veces por la calle dos, lo que le lleva a correr no 1.500m, sino 1.549s, lo que supone un desgaste de siete segundos, no desiste, y es quizás el miedo a que el español de Mula le derrote en su casa lo que lleva Ingebrigtsen a correr más cauto al final, a marearse entre el griterío y los ánimos de miles de espectadores, a guardarse algo por si acaso, y quizás renuncie a un récord muy complicado a cambio de una victoria, pues no llega a su límite, y renuncia también a la sensación que más de 60 años después no olvida Elliott, que la viviendo batiendo el récord: “I put an scorcher [un cambio de ritmo imposible], miro hacia abajo y veo la pista precipitándose hacia atrás, y al fondo, veo esa querida y esbelta cinta adorable [el que ganaba cortaba la cinta que detenía el cronómetro con el pecho o la cara, y a veces la victoria dolía y sabía a sangre, cortes y heridas], y magnetizado, hipnotizado reboto hacia ella, sintiéndome eufórico mientras estalla en mi pecho”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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