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Jugando mal, Alcaraz también gana

El murciano remonta ante el finlandés Ruusuvuori tras ceder un set y escapar a una situación de emergencia: 2-6, 6-4 y 6-1, en 2h 16m. Abordará el domingo a Dimitrov

Carlos Alcaraz
Alcaraz celebra un punto durante el partido contra Ruusuvuori en Madrid.Rodrigo Jimenez (EFE)
Alejandro Ciriza

Madrid, de repente, tiene un mal sueño. Durante unos instantes, el aficionado de la Caja Mágica se imagina un torneo sin Carlos Alcaraz, se despierta empapado y jadea nervioso: ¿Esto está pasando? El trance dura un buen rato, hasta que se recupera de pleno la consciencia y se aterriza en la realidad. Al final, era solo eso, un mal sueño: 2-6, 6-4 y 6-1 para el murciano, en 2h 16m. Otra victoria, sí, pero la tarde ha transcurrido a ritmo de sobresalto. Emborronado, el chico ha sufrido de lo lindo ante Emil Ruusuvuori, que le ha tenido contra las cuerdas y al final se ha diluido. Habrá cita el domingo, pues, contra el búlgaro Grigor Dimitrov (7-6(6) y 7-6(2) a Gregoire Barrere).

“A mí y a mi equipo casi nos da un infarto…”, admite el ganador a pie de pista. “Estoy muy contento de haber podido sacar adelante un partido muy duro. Tienes que estar ahí todo el rato, no en todos los partidos vas a jugar como quieres. Tengo claro que vendrán momentos duros”, prosigue el número dos de la ATP. “La gente piensa que no debería perder o complicarme, pero cada partido es un mundo. Hay que ser humilde, aceptar los momentos si no salen bien e intentar cambiarlo con buena actitud. Es algo muy importante y yo lo tengo claro”, cierra antes de retirarse al vestuario y felicitar a su padre, de cumpleaños.

Alcaraz llegó a Madrid como un tiro, pero la Caja Mágica oculta mil trampas y rara vez ofrece tardes de calentamiento o transición, sino que exige desde el principio. Rara vez depara partido cómodo y menos si –no se olvide, porque el tenis es cosa de dos– tienes enfrente a las primeras de cambio al 41º del mundo; poca cosa, tal vez, para aquellos que sigan el circuito de refilón o se asomen de vez en cuando, que no para los profesionales y aquellos que conocen bien las interioridades del tour. No era Ruusuvuori (24 años) ninguna perita en dulce y, adivinadas las dudas del rival, el finlandés fue a por todas.

Desde el inicio ofreció Alcaraz síntomas de que no estaba fino. Poco inspirado con la derecha y el revés, torcido con el servicio, se enredó rápido y guerreó todo el rato a remolque. Muy extraño todo, teniendo en cuenta la dinámica que arrastraba de Barcelona y la convicción que transmitió en el preámbulo del torneo. Madrid, sin embargo, siempre es Madrid y aquí –a 657 metros de altitud– todo sucede muy rápido. Vuela la bola y, si no hay claridad, se dispara la cifra de errores. Seas quien seas, un estreno es un estreno y los nervios siempre afloran, más cuando se compite en casa, tienes 19 años y eres el gran señalado.

El control del espacio

El murciano recolocaba el hombro derecho una y otra vez para liberar la tensión, e insistía en el gesto. Sufría para sacar adelante cada turno de servicio y le costaba descifrar el revés plano de Ruusuvuori, envalentonado y firme en la propuesta. Sin pestañear, el nórdico cargó con determinación y, lograda la primera rotura, no redujo de marcha. A Alcaraz, en cambio, le pesaba la tarde, plomiza a más no poder en el barrio de San Fermín. No le convencían sus raquetas, no sentía la pelota al golpear y, todavía más extraño, durante un buen rato ofreció la sensación de no controlar la espacialidad.

Atrapado por el bochorno (32 grados), desubicado también, no lanzó la primera dejada hasta el quinto juego –raro, raro– y con el 4-1 se volvió sin disimulo hacia su banquillo, plagado de caras largas. El día anterior ya había dejado ver que no se encontraba del todo a gusto. “¡Pero cómo puedo estar así!”, se afeó durante el entrenamiento al errar en una maniobra. Y la puesta de largo fue una continuación. Exceso de potencia en los golpes, si no tiraba demasiado corto, y un porcentaje inusual de pelotazos a la red; el recuento definitivo registra 33 errores no forzados. Cedido el primer parcial, sudores fríos en la grada, raquetazo a la arena y un amago de alarma.

Con 3-2 a su favor en el segundo, Ruusuvuori tuvo una ocasión de oro que finalmente se le esfumó. Dispuso de cinco opciones para lograr el break, pero lo que podía haber significado un paso de gigante derivó en un reconstituyente para el español. Perdonó el finlandés y cayó en el barro. Al siguiente juego gripó, sufrió un resbalón –primera doble falta para 30-40– y Alcaraz, agradecido, encontró por fin la luz. No la había, o eso parecía, pero al de El Palmar le basta con muy poquito para hacer mucho daño. De repente, se creció. Se acabó el funambulismo; ahora sí, un Alcaraz más real. Acertó en el crochet al mentón nada más empezar el tercer set, y a partir de ahí se creció.

Reventó el corsé y, ahora sí, volvió a ser ese tenista abrumador que hace solo unos días impuso la ley del más fuerte en Barcelona. De nuevo reconocible, pasó del sufrimiento al abuso en un chasquido de dedos. Como un Lamborghini, tiene esa virtud de pasar de cero a cien en pocos segundos. Así se las gasta él, a quien hoy por hoy nadie logra ponerle freno ni encadenarle. Suma y sigue Alcaraz, destapando una más que interesante faceta de su perfil: jugando mal, también sabe ganar.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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