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Productivo despegue de Nadal ante Draper

El campeón de 22 grandes sortea un estreno peliagudo contra el inglés (7-5, 2-6, 6-4 y 6-1, en 3h 41m) y recarga el depósito anímico antes del encuentro con McDonald

Nadal sirve durante el partido contra Draper en la Rod Laver Arena de Melbourne.
Nadal sirve durante el partido contra Draper en la Rod Laver Arena de Melbourne.LUKAS COCH (EFE)
Alejandro Ciriza

Aun lesionado, el joven Jack Draper se niega a ceder. Tiene agallas el chico y guerrea hasta el último pelotazo, que se va largo y certifica el triunfo de Rafael Nadal: 7-5, 2-6, 6-4 y 6-1, en 3h 41m. En esta puesta de largo en Melbourne, donde defiende el título logrado el curso pasado, el español obtiene oro y firma autógrafos feliz, porque se marcha al vestuario con el depósito anímico creciendo después de una generoso repostaje. No ganaba un partido oficial desde el 17 de noviembre, entonces contra el noruego Casper Ruud en Turín, ya eliminado del Masters; acumulaba seis derrotas en sus siete últimos compromisos; el adversario amenazaba y cumple en la arremetida, incordio de principio a fin. Sin embargo, la jornada es de lo más productiva.

“Esta victoria me va a ayudar. Ha sido un inicio muy positivo, contra un rival muy duro y que tiene un gran futuro”, valora el de Manacor, que se medirá el miércoles con el estadounidense Macenzie McDonald, de 27 años, 65º de la ATP y con el que ya se cruzó en Roland Garros hace tres años. Otra buena oportunidad para seguir tomando impulso después de un debut exigente, rumiado y curvilíneo, traducido en un buen chute anímico.

El joven Draper propone y no se arruga, juega con personalidad. Antes de saltar a la pista, cuando Nadal se acerca a él y lo envuelve con toda su mística por la espalda, el británico se toma su tiempo para ultimar los enseres y una vez sobre el cemento, rebate con buenos argumentos. Tiene 21 años y es el 38º del mundo, después de haber superado un periodo espinoso por las lesiones y de haber dado un señor acelerón el curso pasado, escalando desde el 262º puesto; ofrecía buenas pistas como júnior y en julio se le cogió definitivamente la matrícula cuando le birló un set al mismísimo Novak Djokovic en el tapete de Wimbledon, viniendo a decir que ha llegado hasta aquí para hacerse notar. Y así es. Ahí hay tenista.

De entrada, Nadal cierra un primer set aseado, pero en los peloteos hay miga y el guion no es ni mucho menos unidireccional. Transcurre el duelo parejo, a un ritmo más bien pastoso porque esta bola australiana es remolona –”son de peor calidad, a los pocos golpes pierden presión”, describía en la antesala del torneo el mallorquín– y le cuesta coger velocidad; azotan los dos zurdos, pero a duras penas consiguen golpes ganadores por más que armen el brazo y descarguen. No hay chispa, no hay electricidad. Es día de cabeza y pizarra, de no dudar, de no dar pasos en falso y menos aún de abrir la puerta porque el inglés, erre que erre, es bien agradecido y si le invitan, acepta la cortesía.

Enredos y soluciones

En todo caso, en la resolución de esa primera manga peca de ingenuidad, al tirar una dejada inoportuna y mal ejecutada que Nadal encara relamiéndose para decantar a su favor el parcial. Hasta ahí, el campeón de 22 grandes ha ofrecido corrección, un par de brochazos interesantes con la derecha y buen tono con el servicio, que decae de manera notable en la continuación; del 82% obtenido con los primeros y el 88% con los segundos, pasa a retener solo un 57% y un 40%, respectivamente. El español se desinfla como si hubiera sufrido un bajón de azúcar y está incómodo, acusa la falta de ritmo; no le salen las cosas y el pulso se enmaraña contra sus intereses.

Las cuatro gotas que de repente caen (esto es Melbourne) detienen unos minutos el partido; una bola se pincha y los recogepelotas se arman un buen lío a la hora de hacer circular las demás; por error, solicita encordar una de las raquetas que ya estaba lista, aunque finalmente la recupera; llueve pero no llueve, y el juez decide reanudar el partido cuando ha transcurrido el tiempo justo para que los dos jugadores se hayan quedado fríos; llora un bebé, después otro y el tercero completa el coro, si no intervienen un par de pajarillos que acostumbran a asomarse por la central de Melbourne Park; las bolas se despeluchan con un par de juegos y esta no vale, la otra tampoco y la siguiente aún menos; y, casualidad o no, la reconfortante salida del sol (sí, esto es Melbourne) coincide con la reacción del español, más entonado y 3-1 arriba tras la rotura.

Nadal, de naranja reflectante, coge mejor color pero solo a ratos, va y viene su tenis y lo aprovecha Draper para activar el debate y meter más presión. El de Sutton, con una carrocería más que considerable –1,93 de estatura y 85 kilos–, se desplaza bien y discute sin parar, lo que significa dos cosas: de un lado, apuros y zozobra para el balear, exigido en cada punto; de otro, el ir recuperando sensaciones, automatismos y los mecanismos necesarios para competir a pleno gas después de la intermitencia del último medio año. Nadal sortea fases de agobio y a la vez se quita óxido; los cuerpos tienen memoria y el suyo precisa de movimiento continuado para recargar el instinto competitivo. Sufre, pero en el fondo lo agradece. Frente a la adversidad responde con soluciones.

Dos sets a uno por encima, bien resuelto el enredo que se ha formado en el tercero y replicado el break que Draper logra al inicio del cuarto, el número dos del mundo saca partido a la viveza que el sol le aporta a la pelota –más bote, más efecto– y también al declive físico del rival, que al ir a devolver hacia el pasillo hace un gesto y frena. Ahí se acaba todo. Acalambrado y erosionado de tanto ir y venir, presa del sobreesfuerzo, el británico se rompe pero no se inclina. Pese al dolor, sigue hasta el final con un saque de mínimos y la grada de Australia le premia con la ovación. Efectivamente, loable resistencia la de Draper y próspero despegue para Nadal.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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