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El desafío de Pau Capell en el Ultra Trail del Mont Blanc

El atleta de North Face intentará, a partir de las 18h del viernes, ser el primero que cubra los 171 kilómetros de la prueba reina del trail en menos de 20 horas

Carlos Arribas
Ultra Trail del Mont Blanc
Pau Capell.

Una circunferencia completa, 360 grados de Chamonix a Chamonix alrededor del pico más alto de Europa, el Mont Blanc, son 171 kilómetros por Francia, Suiza, Italia, 10.000 metros de desnivel positivo, un perfil de recorrido como las olas del mar, 810 metros, el punto más bajo, el pueblo de Saint Gervais; 2.565m, el más alto, la cima del col de las Pirámides Calcáreas, una de las ocho o nueve subidas, y la Aguja de Bionassay, el Col de Bonhome, y sus correspondientes bajadas, por vaguadas, laderas, pendientes, caminos, barrancos, y las cresterías quizás del col de la Seigne y Val Veni, desde las que los 2.300 participantes en el Ultra Trail Mont Blanc (UTMB) verán salir el sol al amanecer el sábado (si no llueve, que seguramente, no), apagarán el frontal que les ha alumbrado la noche, gritarán, guau, y seguirán corriendo a pie, o caminando, un paréntesis mínimo, un chute de energía inmenso en su búsqueda que seguirá bajo el Diente del Gigante, Val Ferret… Nombres, paisajes, lugares para detenerse y dejarse deslumbrar, vistas que ellos despreciarán. Su objetivo es otro.

Salen a las seis de la tarde de este viernes. El amanecer es 13 horas después. Son 13 horas de carrera a siete minutos el kilómetro de media, más despacio subiendo, rápido, a ritmo de 4m-4m 30s el kilómetro, en el poco llano, y desesperados, lanzados, en los descensos, saltando de piedra en piedra, riscos y torrenteras, a 3m-3m 30s el kilómetro, y qué dolor, agujas en los músculos, y el alma agitada. Velocidad media, nueve kilómetros por hora y un poquito más. Cuando amanece, el cuerpo está ya cansado. Y un poco triste. La nieve del Mont Blanc no es perpetua. El calentamiento global está acabando con los glaciares. Las avalanchas pequeñas, los desprendimientos, son continuos.

Perfil UTMB


“Los segundos esos que ves salir el sol por encima de esa montaña y dices, guau, este momento... vivo el trail por este momento, pero al cabo de un minuto, cuando ya has visto salir el sol, ya vuelves a la penuria... Me quedan siete horas como mínimo, una jornada laboral entera, por delante, y ya llevo más de eso en las piernas, y no es solamente correr, has de subir un monte, bajarlo, subir a 2.000 metros, volver a bajar...”

Al teléfono desde Chamonix, habla Pau Capell, de 28 años, 1,70 metros, 62 kilos, de Sant Boi (Barcelona), uno de los 2.300 participantes en la prueba más importante del circuito del ultra trail. Uno de los 40 élites, explica, de los que, en un duelo de eliminación, se retirarán la mitad, y de los 20 que queden, diez no tendrán el día, y de esos 10, cinco tendrán el día… “Y si tú estás entre ellos, pues muy bien. Y ahí es donde has de luchar realmente para intentar ser un poco más inteligente y guardar fuerzas para el final. El cuerpo humano llega a un punto en el que el desafío ya no es físico, es mental. Y cuando la mente entra en juego es muy fácil tirar la toalla”.

UTMB Tridimensional

Uno de los que quizás estará también es otro catalán, el mito Kilian Jornet, el rey del Mont Blanc y de cualquier proeza que se quiera pensar, y ganador de tres UTMB (de 2009 a 2011), que está débil porque ha pasado una covid dura. Jornet, de 32 años, y ganador ya esta temporada de la Zegama y las 100 millas de la Hardrock, en Estados Unidos, decidió esperar a última hora, y al consejo de los médicos, para tomar una decisión. “Hemos de agradecerle todo a Kilian. Fue un gran incitador de que este deporte se hiciera más grande y mantiene viva esta llama después de muchos años con todas las proezas que ha hecho”, dice Capell. “Ahora, este es un deporte ya muy estable que no necesita tener estos referentes, aunque lo es. Pero, ostras, nos ha hecho un grandísimo favor para que todos podamos vivir de esto. Por él se ha creado un boom en este deporte”. Junto a él, los grandes rivales de Capell serán el norteamericano Jim Walsley y los franceses Mathieu Blanchard y Aurélien Dunand Pallaz.

Capell ganó hace tres años el UTMB. Lo hizo en un tiempo récord: 20h 19m. Este año regresa. Quiere batir su marca, quiere ser el primero que rompa la barrera de las 20 horas. Son cuatro maratones seguidos, y tres kilómetros de regalo. Cinco horas cada maratón. Se prevé una tarde de viernes tormentosa, con algo de lluvia. Viento débil a moderado del noroeste. Entre 10 y 20 grados de temperatura a 1.000m, entre 9 y 17, a 1.500m, y entre 6 y 14, a 2.000m. Una prueba que aúna dos elementos, la stamina (resistencia a alta intensidad, aguante) y la adrenalina, el riesgo, el corazón a 200 no por el esfuerzo físico sino por la sensación de peligro cuando se desciende a toda velocidad rozando precipicios. “Y le añadiría un tercer elemento, masoquismo”, dice el atleta, entrenado por Laia Díez, que se ha entrenado dos semanas en el Valle del Rift, en Iten, donde los maratonianos kenianos, y no ha mejorado la carrera, como pretendía, pero sí su fe en la humanidad viendo cómo, ellos que tan poco tienen, cooperan entre sí los deportistas africanos, cómo se ayudan a mejorar. “Llegas a rozar tanto el límite que puede parecer un poco una locura, ¿no? Cuando estás 20 horas corriendo a un nivel bastante alto de intensidad piensas que, ostras, que el sufrimiento es bastante importante”.

Pasará momentos de fatiga, momentos de exaltación endorfínica, pájaras. Momentos en el que los músculos se contraerán ajenos a su voluntad, pasos de autómata. Alimentará el cuerpo con comida líquida que lleva en el bidón en la mochila, y con barritas, geles, hidratos, sándwiches de Nutella y de mermelada, que le dará su pareja en los avituallamientos, en los que le mirará a la cara, y, como le conoce, decidirá si ve rastros de sal que ha sudado mucho, que debe tomar sales para no deshidratarse, y comerá lo que encuentre en los refugios de montaña. Y Capell, atleta de North Face, vestido con ropa diseñada por Fernando Elvira, también deberá alimentar el espíritu, la moral, el ánimo. Y para eso está la familia.

“Mi asistencia son mis padres, mis hermanos, mi pareja… Un abrazo de mi padre cuando llevo 15 horas corriendo se siente mucho más que un día normal”, dice. “Cuando gané en 2019, hice cuatro llamadas durante el recorrido, una por cada maratón que terminaba, y eran llamadas que dividí durante todo el recorrido y hacía a mis seres queridos, a mis padres, a mi expareja o a mi amigo o a mi entrenadora. Estas estrategias las hago durante los momentos críticos de las carreras. Y sobrevivo”.

Hillary ascendió el Everest simplemente porque estaba ahí. Capell, que empezó a correr por la montaña para recuperarse de una lesión de rodilla que se hizo jugando al fútbol sala y en 20 minutos se enamoró de la libertad, quiere bajar de 20 horas animado por una necesidad interior, mística. “Yo corro por la montaña para conocerme a mí. Nadie de nosotros nos vamos a conocer nunca al 100%. Mañana, o de aquí a un año, haremos alguna acción, vamos a contestar de alguna manera a alguien o vamos a hacer algo o la vida nos va a llevar a un punto extremo, y diremos, guau, yo pensaba que en este punto extremo yo no iba a actuar de esta manera”, medita. “Y en la montaña en larga distancia esto sucede. Hay momentos de cansancio en los que dices no sé por qué estoy corriendo si realmente estoy reventado físicamente, pero sigues corriendo y recuperas este momento superando, lo superas de alguna manera haciendo algo que no podías imaginar que harías”.

Si su aspiración se cumple, llegará a Chamonix, de vuelta, antes de las dos de la tarde del sábado, a la hora del vermú en una terraza al sol. Un vermú y una lata de mejillones. “Si tomo una cerveza, me da un patatús. El cuerpo está en otro lado”. Y el alma en las nubes.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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