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Riqueni, retrato del guitarrista flamenco que salió del pozo de la bebida para regresar a la música

Un documental recoge los 12 años de lucha del artista sevillano contra su enfermedad con sus altibajos y un proceso de superación

Una imagen del documental 'Riqueni', sobre el guitarrista de flamenco.
Una imagen del documental 'Riqueni', sobre el guitarrista de flamenco.

El Teatro Lope de Vega de Sevilla acogía el pasado febrero un concierto especial. El guitarrista sevillano Rafael Riqueni celebraba sus 45 años de profesión. En las caras de los devotos asistentes se percibía una celebración mayor: la de ver y disfrutar del artista totalmente recuperado. Esas son las primeras imágenes del documental que lleva su nombre y recorre sus últimos 12 años de vida, la historia de un proceso de superación que no se entiende sin el auxilio de la música.

Del brillo de esas imágenes, se retrocede a la humilde dependencia de los maestros de la Academia de baile Amor de Dios, de Madrid: Riqueni ordena sus enseres y explica a cámara que el cuarto no es solo suyo, pero que “él duerme muchas noches allí”. Corría el año 2011, y el tiempo transcurrido desde entonces hasta el mencionado concierto nutre esta cinta que, dirigida por el también sevillano Paco Bech, ha sido presentada en el reciente Festival de Cine Europeo de Sevilla, que finalizó el 29 de noviembre.

Rafael Riqueni, de 61 años, revolucionó la escena de las seis cuerdas por su precocidad y creatividad. Ganó los dos principales nacionales de guitarra flamenca de concierto, en Jerez y en Córdoba, con solo 14 años. En apenas un decenio entregó unas grabaciones que se convertirían en obras de culto: Juego de niños (1986), Mi tiempo (1990), Suite Sevilla (junto a José María Gallardo del Rey, 1992), y Alcázar de Cristal (1996). Tras ellas, su voz se apagaría. Un trastorno bipolar, agravado por el suicidio de su padre y por determinadas adicciones, lo hicieron casi desaparecer del mapa.

Rafael Riqueni, en un banco en la localidad sevillana de Gines, el 28 de noviembre.
Rafael Riqueni, en un banco en la localidad sevillana de Gines, el 28 de noviembre. Alejandro Ruesga

Su caída lo llevó a la citada academia de baile, donde su director, Joaquín San Juan, le dio cobijo y lo protegió. Allí se encontraba cuando Bech, que sentía una especial fascinación por su música, escuchó que el guitarrista preparaba temas nuevos para una grabación. Llevaba 15 años sin hacerlo y, de inmediato, le asaltó la idea de realizar un documental sobre ello. Se fue a Madrid, pero, cuando llegó, descubrió una realidad que superaba lo imaginable: un músico enfermo y en un preocupante estado, que, prácticamente, había abandonado una guitarra que quería retomar, pero que se le resistía.

Lejos de abandonar, Bech reconoce que la fascinación que sentía por Riqueni lo empujó a seguir grabando. Además, tuvo la percepción de que el guitarrista deseaba salir del pozo en que se encontraba, algo que acordaron que “tenía que ser cosa de dos”. A ello se pusieron y el trabajo continuó. Solo habían tenido contactos esporádicos en el pasado, pero la relación empezó a funcionar. “Al principio fue duro ­­—reconoce Bech—. Idealizaba con la idea de recuperar su carrera y él quería, pero el camino nunca fue fácil”.

El director usa el símil de un combate de boxeo para describir el proceso: “Cuando parecía que remontábamos, con periodos de mejoría cierta, siempre había un golpe que nos obligaba a empezar de nuevo. El pasado ponía muchas objeciones a lo que estábamos haciendo: causas pendientes, la indiferencia de la industria, las recaídas o las interferencias”, cuenta. El documental recoge el paso de Riqueni por varios costosos centros que no le proporcionaron mejoría: incluso cayó en una depresión tras la muerte de su admirado Niño Miguel, con el que compartía habitación en uno de ellos.

Imagen de 'Riqueni'.
Imagen de 'Riqueni'.

El año 2014 resultó crucial: cambio de médico y de medicación junto a la retirada a la Sierra de Huelva, donde el músico pudiera llevar una vida sana, alejado de todo. En aquel medio natural, Riqueni mejoró milagrosamente para asombro de su propio médico, el doctor Leonsegui. En las imágenes se le ve tranquilo y feliz, recuperando su guitarra.

El regreso se veía cercano. Riqueni hace una aparición en la Bienal de Flamenco de Sevilla de aquel año y, a pesar del tiempo trascurrido o quizás por ello, es recibido como un héroe. Pero en el camino se volvieron a cruzar nuevos golpes en ese combate por la vida. El pasado volvió a pasar factura en forma de causas pendientes y Riqueni tuvo que ingresar en prisión. Se van al traste contratos y proyectos, como el del concierto con que iba a inaugurar la Bienal de 2016.

A pesar de esos reiterados problemas, Bech reconoce que nunca se le pasó por la cabeza dejarlo: “Siempre seguí grabando, de una forma distinta para un documental que ya iba a ser distinto. No quería que fuera la película de un fracaso y mantuve la esperanza de la recuperación total de su carrera”.

El largo tiempo de elaboración del documental —12 años y más de 500 horas registradas— provocó que el propio director pasara a casi coprotagonizarlo, aunque él se autodefine como “un personaje secundario”. En una suerte de making of oral, explica los múltiples avatares vividos y las funciones o decisiones que tuvo que tomar, que rebasaban las de un simple director. Riqueni es consciente de todo ello y expresa su gratitud: “Es muy fuerte lo que ha conseguido. Me ha salvado, me ha sacado de la bebida y me ha devuelto la salud”, pero, sobre todo, destaca que le ha proporcionado el modo de vida que tiene.

Riqueni, retratado en la localidad sevillana de Gines, el 28 de noviembre.
Riqueni, retratado en la localidad sevillana de Gines, el 28 de noviembre. Alejandro Ruesga

El guitarrista pudo ver por fin el resultado de tantos años en la proyección que se hizo en el pasado Festival In-Edit de Barcelona, a principios de noviembre, donde la cinta obtuvo una mención especial. “Fue muy duro —reconoce—, pero me gustó”. “Yo estaba muy mal y ya no tocaba. El tiempo en la sierra me dio mucha tranquilidad, pero me ha llevado diez años ponerme en forma y recuperar todo lo que había perdido: el tacto, el pulso, la profundidad, la redondez del trémolo…”. Sobre la música y su capacidad para componer, reconoce que siempre estuvo ahí, pero que le costó llevarla a la práctica.

La estabilización del guitarrista fue poco a poco llegando, con la desconfianza de los promotores: “Hacíamos conciertos en Sevilla y las críticas eran excelentes, pero no lográbamos rebasar esos límites geográficos”, se queja Bech. Los temas del disco Parque de María Luisa estaban listos para grabar, pero ahí encontraron la indiferencia de la industria y se vieron obligados a empezar solos. Finalmente, en 2017 la obra ve la luz, publicada por el sello Universal, y se convierte en uno de los discos más destacados de aquel año. Cuatro después entregaría Herencia, que, con estilos flamencos, es otra muestra de esa brillantez compositiva.

En el largo camino de recuperación, aún encontrarían un penúltimo obstáculo, la pandemia. Afortunadamente, una vez pasada, la carrera de Riqueni acumula un centenar largo de conciertos, que lo han llevado a festivales internacionales y a capitales como París, donde se ha hecho un habitual, ya sea en solitario o junto a la bailaora Rocío Molina, que lo reclamó para su trilogía de baile para la guitarra. A ella quiere agradecer el director su apoyo, que es el de una fan devota, como lo es Estrella Morente, que se fue a la cárcel a dar un concierto con él y con la que acaba de publicar un disco conjunto. No se puede olvidar el apoyo incondicional de Cristina Heeren, mecenas y artífice de la fundación de apoyo al flamenco que lleva su nombre, sin cuya contribución quizás la estabilidad actual de Riqueni no sería posible.

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