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El encanto del pequeño festival en la España vacía

Al margen de las grandes y a veces incómodas propuestas musicales masivas, el verano se llena de entrañables citas en pueblos de ensueño o parajes naturales con la música folk como protagonista

El grupo asturiano Salón Bombé toca en el festival Demanda Folk en 2019, en Tolbaños de Arriba, Burgos.
El grupo asturiano Salón Bombé toca en el festival Demanda Folk en 2019, en Tolbaños de Arriba, Burgos.Fernando Iñiguez

Ni Tanxugueiras ni Karmento se crearon justo para competir en el Benidorm Fest y, de ganarlo, para participar en Eurovisión. Vetusta Morla no eligieron de la nada a El Naán para compartir con ellos sus conciertos en las grandes fechas de 2022, al dúo burgalés Fetén Fetén no le llamó por ciencia infusa Fito Cabrales para telonear su gira, ni Kiko Veneno y Ariel Rot tuvieron la súbita ocurrencia de avisar a última hora a Los Hermanos Cubero para cantar juntos el pasado 17 de junio en las Noches del Botánico en Madrid.

La música de Karmento, Fetén Fetén, Tanxugueiras, El Naán o Los Hermanos Cubero, con sus matices bien diferenciados, tiene un denominador común: la ibérica de raíz, una propuesta difícil de escuchar en las radios convencionales, públicas o privadas, salvo en contados programas especializados. Y, salvo también en contadas ocasiones, los artistas españoles de pop y rock, los que llenan grandes estadios y encabezan los grandes festivales masivos y macroconciertos del verano, jamás habían osado juntarse con los músicos del folk y la tradición oral.

Ambiente en el festival Poborina Folk de 2019.
Ambiente en el festival Poborina Folk de 2019.fRANCHO (POBORINA FOLK)

Los grupos de folk mencionados, y otros muchos que ahora empiezan a sonar más en circuitos ajenos a estas músicas (Aliboria, Manuel Luna, Vanesa Muela, Baiuca, Eliseo Parra, Ursaria, Entavía, Rodrigo Cuevas, Vallarna, Luar na Lubre, Xabier Díaz, Tündra, DOS, Zagala, Vegetal Jam, Collado Project, Caamaño & Ameixeiras, El Nido, Korrontzi…), no han empezado hace tres días, aunque algunos los hayan descubierto ahora, sino que casi todos llevan tiempo formándose, recorriendo pueblos de la España vaciada que cada verano baila y canta con todos ellos y llenan numerosos festivales de pequeño y medio formato con sus jotas y seguidillas, fandango, ariñaris, charros y ajechaos, muñeiras, parrandas y pasodobles sin ningún tipo de complejos. Música tradicional, o que se inspira en la tradición, de reelaboración y nueva creación, y a veces mezclada con tendencias más contemporáneas, hacen del folk ibérico una propuesta actual muy viva, renovadora, e inspiradora. No son músicas minoritarias como muchas veces se las ha querido relegar, “sino minorizadas”, como sostiene el músico cantante y panderetero gallego Xurxo Fernándes (Radio Cos, Jacko El Muzikante).

El aire libre es el lugar natural, o más adecuado, para disfrutarlas. Por eso, con la llegada del buen tiempo proliferan tantos encuentros para cantarlas y bailarlas. Recientemente, por ejemplo, se han celebrado en Comillas (Cantabria) y Cartagena (Murcia) las 17ª y 13ª ediciones, respectivamente, de los festivales Folkomillas y Cartagena Folk. Para una población como la cántabra, de no más de 2.100 habitantes, el festival es todo un acontecimiento, pues en los tres días pueden llegar a pasar cerca de 8.000 personas. Para sus organizadores, es el “acontecimiento que marca el inicio del verano y que todo el pueblo espera”. La cita murciana, en una población de más de 200.000 habitantes, puede pasar más desapercibida, pero sus conciertos principales en el Parque de La Rambla convocan, desde el año pasado que empezó a usarse, una cifra considerable.

Crecimiento desbordado

La constante general de los festivales folk del verano es que ninguno tiene afán comercial o de lucro, y que la mayoría son organizados por entidades o asociaciones culturales amantes del género, con la ayuda económica de los respectivos ayuntamientos, diputaciones provinciales y, solo ocasionalmente, de las comunidades autónomas. En algunos casos, ayudan a financiarlos también marcas y empresas comerciales locales. La hostelería y el turismo rural de cada zona son los grandes beneficiarios económicos de todo este tejido de festivales, pues los que los organizan tienen como objetivo difundir la sabiduría tradicional y generar actividades culturales en lugares donde, normalmente, no suelen darse en ninguna otra ocasión del año.

Para el Demanda Folk, por ejemplo, que se desarrolla en una localidad de apenas 52 habitantes (Tolbaños de Arriba, Burgos), llegar a congregar cada año el primer fin de semana de agosto cerca de 5.000 personas en medio de un enorme pinar es mucho más de lo que podían imaginar cuando empezaron en 2007. El crecimiento les ha desbordado y, de hecho, tras la suspensión del año pasado por la realista amenaza de posible incendio y la complicadísima evacuación que supondría sacar de golpe a tanta gente de un lugar tan apartado como la idílica Sierra de la Demanda, ha llevado a sus organizadores a repensarse el formato y este año no se va a celebrar.

La Banda Morica tocan en el Demanda Folk de 2018, en Tolbaños de Arriba.
La Banda Morica tocan en el Demanda Folk de 2018, en Tolbaños de Arriba.Fernando Iñiguez

El crecimiento y la sobredimensión de festivales que se emplazan en preciosos parajes naturales preocupa también a Danzas sin Fronteras, un veterano encuentro, casi como un campamento escuela de bailes de todo el mundo, que va a celebrar su vigésima edición del 11 al 20 de agosto en la localidad toledana de Navamorcuende. Sus organizadores apenas quieren hacer más publicidad que la que ya tienen entre su clientela fija. s Se plantean decrecer, en vez de crecer, pues creen que si se convirtieran en un festival masivo con otro tipo de visitantes perderían el espíritu que les alumbró: disfrutar del baile y la naturaleza en tranquilidad durante diez días entre amigos y familias con otras actividades como yoga, meditación, senderismo... además de los propios conciertos.

Y es que las actividades paralelas a los conciertos son también denominador común en todos los festivales de este tipo. Rutas a pie por espacios protegidos y reserva de la biosfera, observación de estrellas, degustación de gastronomía con productos locales, meditación, yoga, actividades con los más pequeños, juegos y descubrimiento de patrimonio natural son comunes, entre otros muchos, en el Bolao Folk (Cóbreces, Cantabria, 560 habitantes, sexta edición del 7 al 9 de julio), CUCA Folk (Herguijuela de la Sierra, Salamanca, 243 habitantes, sexta edición del 20 al 23 de julio) o el Poborina Folk, que celebró su 23ª edición de 23 al 25 de junio en la localidad turolense de El Pobo, de 106 habitantes, y que recibió a cerca de 5.000 visitantes entre los tres días.

Dinamizar los entornos

El más veterano de todos los festivales es la Cita Folk, que tiene lugar en Jódar (Jaén) desde 1972, en plena dictadura, y que ha sorteado todo tipo de dificultades en sus más de 50 ediciones. Le sigue el Folk Segovia, con 38 ediciones a sus espaldas, y que siempre se celebra en el cruce de semana entre junio y julio. Ofrece actuaciones con el milenario acueducto a las espaldas u otros lugares emblemáticos de la capital castellana.

Eliseo Parra, arropado por el grupo Tactequeté, en el Festival Internacional Folk de Plasencia de 2004.
Eliseo Parra, arropado por el grupo Tactequeté, en el Festival Internacional Folk de Plasencia de 2004.Eduardo Palomo. (EFE)

Los organizadores de estos festivales, además de los del Pozoblanco Folk (33ª edición del 3 al 5 de agosto en Pozoblanco, Córdoba, 17.000 habitantes), Parapanda Folk (32ª edición en Íllora, Granada, 10.000 habitantes, último fin de semana de julio) o el Folk Plasencia (27ª edición del 24 al 26 de agosto), destacan unánimemente que la mayor contribución que cada uno ofrece es el aporte cultural y su apoyo a la dinamización de los entornos respectivos. Coinciden todos que ver al final a los vecinos de cada pueblo confraternizando en paz y alegría con la gente llegada de fuera es la mayor recompensa que se llevan y la constatación de que el esfuerzo, principalmente personal voluntario, merece cada año la pena.

Para un artista como Eliseo Parra, gran renovador del folk ibérico en los últimos treinta años y que ha anunciado que éste es el último en los escenarios, los festivales folk “ayudan a normalizar una música que, precisamente, salió de ellos”. Para la casi tan veterana como él, aunque con muchos menos años de vida (se subió por primera a un escenario con 5 años y todavía no se ha bajado) vallisoletana Vanesa Muela, son importantes “por la posibilidad de conocer otras propuestas musicales de otros artistas”, algo que enriquece.

Diego Galaz, el violinista del dúo Fetén Fetén, cree que estos festivales “ofrecen una alternativa a los macroconciertos de pop y rock, y al ser normalmente familiares, los niños pueden conectar con la cultura a la que pertenecen y no perder la identidad”. Juan Carlos Centeno, de los extremeños Aulaga Folk, coincide en “la cercanía, la participación, la complicidad y la interacción del público”, que es para él, “mucho más intensa, presente y cercana que en un teatro”. Carlos Martín Aires toca la guitarra y el buzuki en formaciones como Alicornio, Atairaos y Vallarna, y afirma que “tocar en un festival en estos tiempos en los que parece que las redes sociales son el único medio para relacionarte con tus seguidores es especial”. “Es un lugar de encuentro entre músicos y aficionados, donde se puede aprender de otros grupos y de otras actividades y, sobre todo, sirven para hacer afición, para crear una corriente de fans de un género que necesita que su base de seguidores crezca”, señala Martín Aires.

Javier Collado, que lidera los grupos Collado Project y Zas!! Candil Folk, afirma: “Son siempre muy interesantes porque puede verte público que igual no iría a una sala. Además, solemos visitar lugares que de otra manera no sería posible”. Luis Martín, de los segovianos Nuevo Mester de Juglaría, formados en la universidad madrileña a finales de los años sesenta, cree que “al ser la mayoría al aire libre y, casi siempre, gratuitos para el público, propician un ambiente más festivo”. Esther Sánchez, que toca el violín y percusiones con Zagala, Dos, Collado Project y también acompaña a veces a Eliseo Parra, valora los festivales “como espacios de convivencia, en los que te juntas con tu tribu y de manera espontánea sucede la música y el baile más allá de lo que ocurre en los escenarios”.

Los Hermanos Cubero sostienen: “Una de las principales diferencias es la diversidad en el público. En este tipo de festivales puedes encontrar gente de todas las edades y condiciones, y por tanto tu música puede llegar a más gente”. El también dúo Vegetal Jam considera que lo bonito de un festival folk es “que siempre se convierten en una fiesta total donde la gente no para de bailar”.

A la larga lista de festivales, se ha incorporado desde el año pasado el Folk Cáceres, una audaz iniciativa de su diputación provincial que llevará desde el 9 al 29 de julio a 10 localidades pequeñas de la provincia (entre ellas, Aldeanueva del Camino, Fresnedoso de Ibor, Mohedas de Granadilla o Villamesías) a grupos como El Naán, Entavía, EnVerea, Milo Ke Mandarini o Vigüela. También se celebra el Troncho Folk este mismo fin de semana en Ribafrecha, La Rioja, su primera edición con un cartel fuerte donde destacan Mayalde, Vanesa Muela, Collado Project o El Naán.

Rozalén, que en su último disco, Matriz, ha abrazado el folk, propicia desde 2017 en su pueblo Letur, en la parte albaceteña de la Sierra del Segura, el LeturAlma, el que para ella es “el festival más bonico del mundo”. No es estrictamente de folk ibérico, pero siempre ha incorporado en cada una de sus ediciones rondas, rondallas, parrandas y cuadrillas de la región, como las de Motilleja, Aledo o Collado Project, que conviven con propuestas más rockeras.

Con permiso de la autoridad, y si el tiempo o cualquier otra contingencia no lo impide, la España despoblada volverá a bailar y cantar este verano en torno a una hoguera al ritmo de jotas y seguidillas, tan modernas y hipsters ahora.

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