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Todos quieren ahora a la Malinche

Un cómic, un documental y el musical de Nacho Cano reivindican un personaje poco conocido en España y denostado en México. ¿Se convertirá la traductora indígena de Cortés en la nueva protagonista de la guerra cultural que rodea la conquista?

La intérprete Malintzin, entre Hernán Cortés y los señores de Tlaxcala, en una ilustración del 'Códice de Tlaxcala'.
La intérprete Malintzin, entre Hernán Cortés y los señores de Tlaxcala, en una ilustración del 'Códice de Tlaxcala'.API (Gamma-Rapho via Getty Images)
Patricia Gosálvez

Hernán Cortes apenas la mencionó en sus cartas a Carlos V, pero medio milenio después, en la capital del reino, la gente se hace selfis junto a la efigie de la indígena que le sirvió de intérprete. El enorme rostro de cartón piedra de Malinche adorna la entrada a la carpa de Ifema donde Nacho Cano ha montado un tremendo musical en torno al personaje. En la otra punta de Madrid, sobre un expositor de la FNAC —planta Cómics— descansa la novela gráfica Soy la Malinche (Nuevo Nueve), de la viguesa Alicia Jaraba, publicada esta primavera. Y en internet, el director Jose Luis López Linares, que consiguió el año pasado que su documental España, la primera globalización fuese el más visto en los cines patrios, lanza una campaña de mecenazgo para rodar: Doña Marina, el nacimiento de Hispanoamérica.

Son tres aproximaciones con sensibilidades distintas sobre un personaje poco conocido en España. Y harto complejo en México, donde la traductora y madre del primer hijo de Cortés fue denostada a tal punto en el XIX, durante la Independencia, y en el XX, tras el proceso revolucionario, que en la calle “malinchista” sigue significando traidor a la patria y servil frente a lo extranjero.

“Es una figura muy tergiversada”, dice Esteban Mira Caballos, autor de la reciente obra Hernán Cortés: una biografía para el siglo XXI (Crítica, 2021). “En México la empezaron a retorcer los criollos para romper con España y fue luego manipulada por el indigenismo más radical para crear el mito de la Chingada, la idea de que México es hijo de una violación; por el otro lado, en España, su figura como mediadora entre dos mundos fue ninguneada o romantizada, reducida a un símbolo de la grandeza del mestizaje por ser amante de Cortés, a quien el nacionalismo más ultra —exacerbado como reacción al secesionismo catalán— dibuja como un héroe de caballería intachable que liberó del yugo a los salvajes”. Para el historiador sevillano las leyendas maniqueas que rodean la conquista, “las negras y las rosas, son una barbaridad”. “Entremedias estamos los historiadores profesionales”, zanja, “los de aquí y los de allá, los conservadores y los progresistas, que podemos tener matices, pero estamos básicamente de acuerdo”.

Entrevistados media docena de ellos, de ambos continentes, distintas especialidades y talantes, todos coinciden en que Malinche, más allá de hablar náhuatl, maya chontal y luego español, medió, con inteligencia y dotes diplomáticas, entre dos mundos de hombres, convirtiéndose en una bisagra fundamental para que conquistadores y caciques nahuas se aliasen para derrocar juntos al gran señor mexica. “Fue una superviviente”, repiten todos, de quien no sabemos muchas cosas, empezando por su nombre: Marina la bautizaron los españoles. Cuando Cortés empezó a usarla como “lengua”, los indígenas, incapaces de pronunciar la “r”, le dijeron Malina, y a medida que crecía su fama, añadieron el reverencial Malin-tzin, que los conquistadores pronunciaron Malinche. Los cronistas de la época, españoles e indígenas, dejaron constancia del respeto que por ella sentían. Para Bernal Díaz del Castillo, Doña Marina era “de buen parecer y entremetida y desenvuelta”, y tan “excelente mujer y buena lengua” que Cortés “la traía siempre consigo”. Los indígenas la pintaron en sus códices del mismo o mayor tamaño que a sus señores y a aquel hombre barbado al que llamaban “el capitán de Malintzin”. Ella aparecía casi siempre con la vírgula de la palabra saliéndole de la boca. Apenas la única mujer con voz, Malinche llegó a ser uno de los personajes más poderosos de su tiempo.

El cómic: la forja de una superheroína indígena

La ilustradora Alicia Jaraba (Vigo, 1988) se topó de casualidad con el personaje en una librería de viejo: “Compré un novelón de los setenta muy épico y romántico titulado Malinche, nunca había oído hablar de ella y me fascinó”. El reto era dibujar “el encuentro marciano entre dos culturas” y en medio, una joven con “el superpoder de hablar lenguas”, dice esta licenciada en Filología Hispánica y Francesa, en cuya viñetas los idiomas que no se hablan aparecen como hilos enredados de los que tirar.

Para centrarse en “la mejor parte de todo cómic: el origen del héroe”, Jaraba acaba el suyo antes de la caída de Tenochtitlán. Es la parte donde hay menos certezas sobre Malintzin: se cree que nació en una familia noble del actual Veracruz, donde su pueblo sería uno de tantos sometidos a Moctezuma. Vendida de niña como esclava por su familia (probablemente porque su madre y su padrastro habrían tenido otro hijo y estorbaba en la herencia), sirvió a los mayas durante años hasta que estos se la entregaron en 1519 (con unos 20 años) a los españoles tras rendirse en la batalla de Centla. El cómic imagina el sufrimiento de la joven a merced de unos y otros, su ingenio, sus dudas, su fe en Tláloc, su complicidad con Cortés: “Quería mostrar una relación desigual, pero de conveniencia para ambos”, dice.

Viñetas de la novela gráfica 'Soy la Malinche', de Alicia Jaraba Abellán.
Viñetas de la novela gráfica 'Soy la Malinche', de Alicia Jaraba Abellán.

¿La publicará en México? “Allí es un tema muy sensible”, explica la autora, que la ha movido por un par de editoriales que le pidieron tiempo para “mirarla con lupa”.

Para Berenice Alcántara, investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), tanto el mito de la Malinche traidora como el de la madre del mestizaje “no tienen en cuenta la diversidad de los pueblos mesoamericanos, ni su participación en la conquista”. Malintzin también se reivindica desde el feminismo, explica Alcántara, “ya que nos ha llegado tamizada por los hombres que la contaron”. El peor relato “telenovelesco” para la experta está en el ensayo sobre la identidad mexicana El laberinto de la soledad (1950), de Octavio Paz, que la convierte en una “enamorada sumisa, subyugada violentamente al poderío de los españoles”.

Lo que se sabe es que Cortés “dio” a Marina a uno de sus capitanes, al que luego mandó a España, y desde entonces “estuvieron” Marina y Cortes y “hubo en ella un hijo” (los verbos son de Bernal Díaz del Castillo), Martín, que nació en 1522. El padre (que tuvo otros hijos mestizos) lo reconoció y hasta se lo llevó a la corte de Felipe II. Hernán se casó dos veces con sendas españolas y Marina desposó con otro de sus hombres, lo que le aseguró la libertad y una buena posición social.

“Lo del amor entre ellos... es ficción”, resopla Izaskun Álvarez Cuartero, profesora en la Universidad de Salamanca, a quien el cómic de Jaraba le parece “bien documentado y narrado”. ”Como lega en el tema fue difícil navegar entre los sesgos con los que se ha escrito sobre ella”, dice la ilustradora, que recomienda el documental Malintzin, historia de un enigma (2019) como primer acercamiento al personaje. “El cómic tiene una sensibilidad que trata de entender a todas las partes”, opina Alvarez Cuartero. Un afán que echa de menos en “el actual revival trasnochado de orgullo nacional patrio”: “Hace años que el americanismo español es moderno y decolonial y ahora la ultraderecha más rancia quiere echarlo a perder volviendo a conceptos como Hispanidad, héroes, patria... La leyenda negra no dura hasta la actualidad, ¿qué necesidad de sacar brillo ahora a los conquistadores?”.

Manuel Lucena, investigador del Instituto de Historia del CSIC, que acaba de ser designado director de la cátedra del español y la hispanidad de las universidades de Madrid por Isabel Ayuso, no ve “tal revival”. Tampoco cree que hoy en día exista un odio contra los españoles. Pero sí “nos cuesta autoafirmarnos y tenemos que poner en valor lo que nos hace globales y confiere autoestima”, porque “casi que pedimos perdón por hablar español”, dice. “No te puedes pasar de sacar pecho”, admite, “no hay que hiperventilar, pero tampoco quedarse corto”.

El documental: Doña Marina contra la leyenda negra

El cineasta José Luis López-Linares (Madrid, 1955) estuvo en la presentación de esa cátedra (también Mario Vargas Llosa). En el vídeo con el que recauda dinero para su próximo documental, Doña Marina: el nacimiento de Hispanoamérica, deja claro que para él la leyenda negra sigue muy viva. Refiriéndose a la Conquista, dice que el objetivo del filme es “contraatacar al corazón de todos los ataques que hay contra la historia de España y la de Hispanoamérica, que es la misma”.

En apenas una semana, la campaña de mecenazgo ha recaudado 20.000 euros, un 17% de los 120.000 que busca. El director de Asaltar los cielos (1996) está contento. Confía en la comunidad creada por su anterior documental, España: la primera colonización (2021), que tuvo más de 50.000 espectadores en salas. “Lo que me impulsó a hacer aquella película fue la lectura de Imperiofobia”, explica López-Linares, “pensé que se podía hacer lo mismo en formato documental”. El superventas de la filóloga malagueña María Elvira Roca Barea (que en una de sus ediciones usa precisamente un códice en el que aparece Doña Marina) se ha convertido en epicentro de la guerra cultural que se libra actualmente en España. Para López-Linares, “la grandeza de la Historia de España e Hispanoamérica sigue siendo ninguneada”. El cineasta prefiere por ello centrarse en contar “lo bueno” (como la “excepcional historia de Doña Marina”): “Lo malo ya está muy contado”. ¿Teme caer en la leyenda rosa? “Es difícil pasarse de frenada, si comparas la leyenda rosa que existe en Francia o Gran Bretaña, donde lo malo no se cuenta apenas habiendo mucho más que ocultar”. “Es una desfachatez”, añade, “que sea a nosotros a quienes se nos diga que tenemos que pedir perdón”.

En el avance del documental, junto a los códices del XVI aparecen imágenes del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, con indígenas o activistas tirando estatuas de conquistadores. También entrevistas a expertos (su anterior documental contaba con decenas de ellos, de todos los colores) como Martín Ríos Saloma, profesor en la UNAM. “En México las heridas siguen abiertas no tanto por lo ocurrido en el XVI como por la desigualdad lacerante actual... A veces la única forma de explicarla de manera sencilla es volver a la Conquista”, dice el experto por teléfono. “El nacionalismo español llama más la atención y quizás se pueda enmarcar la reivindicación de glorias pasadas como un asidero ante la crisis del Estado nación en Europa y los retos del siglo XXI”. A estas alturas, concluye, argumentar que otros imperios lo hicieron peor le parece “pueril”. “No creo que haya que pedir perdón, pero quizás España se deba mirar más en el espejo americano y no vernos solo como los que recibimos”.

El musical: una antropóloga se coló en la fiesta de Nacho Cano

“Parece que ahora unos y otros están tirando de cada brazo de la pobre Malintzin”, dice Isabel Bueno Bravo, historiadora especializada en antropología de América, que critica cierto “victimismo” en ambos lados de la guerra cultural. Como premio por la metáfora, se gana una entrada a Malinche: The Musical, el espectáculo de Nacho Cano que se ha llevado críticas de toda índole. Webs como Eldebate han arremetido contra su antiespañolismo y anticlericalismo (y afirman que el ex-Mecano eliminó por ello una escena en la que el gobernador de Cuba se hacía pasar por Jesucristo ante Cortés, que en efecto ha desaparecido del show). Desde medios como Eldiario.es lo han tachado de racista y criticado por erigirse como un “apóstol” con “una Biblia actualizada por los embrujos liberales del emprendimiento”. Ni tan mal, porque la estrella del pop declaró en la presentación: “Me pone cachondo que me ataquen”. Debe estar caliente como comal, que dirían en México. “México grande y libre, México mágico”, apostilla el estribillo del pegadizo tema central.

Una escena de 'Malinche: The Musical', de Nacho Cano.
Una escena de 'Malinche: The Musical', de Nacho Cano.

Al público tampoco parecen importarle las críticas. Un día de entre semana, el grandioso teatro montado en Ifema está casi lleno de gente bien vestida y perfumada. La cara de la antropóloga es un abanico de emojis durante el primer acto: mientras se suceden los chistes picantes, los anacronismos y el pastiche histórico/cosmogónico levanta una ceja, abre mucho los ojos, suspira, se lleva las manos a la cabeza. “Pensé que venía a ver La Misión y es más un Pocahontas de Disney con humor como de revista de Lina Morgan”, balbucea incrédula. Sigue con las referencias a la cultura popular: los indígenas parece “vikingos asalvajados”, los soldados españoles “piratas, romanos o sacados de un Juego de Tronos tropical”, el conjunto, “un espectáculo impresionante de luz, música alta y color como los que hacen en las pirámides para los turistas”.

En el segundo acto, abandona las expectativas racionales y deja de apuntar lo que considera absurdo en una libretita para disfrutar risueña del show. “A Malinche, una mujer inteligente y calculadora que supo jugar sus cartas, no la he visto por ningún lado, apenas en una escena que explica su labor como intérprete. No sé lo que he visto, la verdad, pero sales como de subidón”, zanja generosa la experta brindando con una margarita de nueve euros en el vistoso restaurante donde los gogós animan a los asistentes con hitazos de Mecano. Apenas queda tiempo para comentar el final de Malintzin, que no sale en la obra y que tampoco está claro. Murió en algún momento entre 1526 y 1529, probablemente de viruela aunque también pudo ser, apunta la experta, como consecuencia de un durísimo viaje a Honduras al que se la llevó Cortés embarazada de su segunda hija (esta ya de su marido). Antes le dio tiempo a pasar por su pueblo natal y perdonar a su madre por haberla vendido como esclava. Una decisión que hizo que la conquista de la tierra donde nació fuese “más rápida y menos cruenta de lo que habría sido sin ella”.

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Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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