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TIPO DE LETRA
Columna
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Safo, Rosalía y Quevedo (con Bizarrap): vuelven los clásicos

La música urbana ha dinamitado la dicotomía entre cultura fría y cultura caliente que separaba la Antigüedad de la Modernidad

El productor argentino Bizarrap, durante un concierto en Barcelona en junio.
El productor argentino Bizarrap, durante un concierto en Barcelona en junio.MARTA PÉREZ (EFE)
Javier Rodríguez Marcos

Quienes piensan que la Antigüedad puede ser una guía contra la incertidumbre o el estrés deberían tener presentes estas preguntas de Florence Dupont: “¿Qué podemos pensar de los nobles atenienses, para quienes la droga y la pederastia eran formas superiores de la cultura y de la herencia de la élite? ¿Qué pensar de los romanos, que consideraban un defecto la esperanza y para quienes el verdadero valor en un naufragio no estriba en aferrarse para sobrevivir sino en dejarse hundir lo más deprisa posible?”.

Helenista e hija de Pierre Grimal ―el amarillo de su diccionario de mitología es un clásico en sí―, Dupont es autora de un provocador ensayo titulado La invención de la literatura (Juan Antonio Matesanz lo tradujo para Debate en 2001). En él sostiene que eso que llamamos literatura ―según ella, “letra muerta”― tiene apenas 200 años. Lo anterior sería un ente vivo, inaprensible en un discurso, algo más cercano a una fiesta flamenca que a un simposio académico, por más que esa palabra remita al banquete griego. ‘Cantar para no decir nada’ o ‘Libros para no leer’ son algunos de los epígrafes en que se divide un estudio que considera las creaciones orales antiguas como inseparables de la fiesta, la ebriedad y el eros. Eran cultura caliente. Nada que ver con las letras modernas, que formarían parte de la cultura fría, más basada en lo reproducible que en lo irrepetible, en la biblioteca que en la discoteca. Pese al prestigio de Catulo o Apuleyo, Anacreonte o Safo (traducida musicalmente este verano por Christina Rosenvinge), no deberíamos leer como monumento algo que fue un acontecimiento. Por kitsch que nos pueda parecer, las estatuas clásicas tenían colorines.

Esas nociones de monumento y acontecimiento servían hasta ahora para explicar la relación tradicional entre disco y concierto. Pero llegó la música urbana y dinamitó esa dicotomía. La ceremonia es otra, necesita otra piel (por citar a otro clásico). ¿La letra? Eso queda para la literatura. Dos de las mayores estrellas de la actualidad no pasarán a la historia por una rima como “¿Esta noche quién la borra? / Tú me besaste y se me cayó la gorra”, pero la enésima paradoja es el valor que muchos músicos y gallos de batalla conceden al ingenio conceptista de las viejas figuras retóricas. “Codeína para parar de pensar / en esa mina mala, mata el bienestar / y me domina”, dice Khea en una aliteración de libro. Y tiene gracia que en el número uno mundial de Spotify el que lleve semanas sea Quevedo, cuya sesión con Bizarrap contiene, favorecido por el seseo, otro efecto barroco: “Estoy a ver si me garantizas / que te me pegas como quien graba con Biza. / Y vi salir a las amigas del party / y ella se quedó”. Biza. Visa. Es un calambur y se puede bailar. Los griegos estarían orgullosos.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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