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Calamaro en Madrid, locura y genio en directo de la leyenda argentina

El cantante revienta el Wizink con una colección de canciones universales tras un comienzo tenso en un concierto con C. Tangana, Ariel Rot y Kase.O como invitados

Andrés Calamaro lanza un beso a C. Tangana al terminar su actuación conjunta en el Wizink Center.
Andrés Calamaro lanza un beso a C. Tangana al terminar su actuación conjunta en el Wizink Center.INMA FLORES
Manuel Jabois

Andrés Calamaro, el hombre excesivo, traje oscuro y camisa verde, gafas de sol, sale al escenario del WiZink, que le aclama, y él advierte, gélido: no le gustan los flases, le distraen, le molestan. Lleva tiempo avisándolo en redes sociales, y en sus reflexiones sobre los conciertos tiene preferencia el comportamiento del público (“Comunidad completa a cara de perro, pulcros en el escenario y sin flases abajo. Cómo se agradece eso. Sin luces añadidas, concentrados en escuchar y disfrutar”, escribió en Instagram tras su show en Soria). En 2017, durante su gira Íntimo, pedía —por favor— respetar el espectáculo con los teléfonos móviles apagados.

Pero la advertencia en Madrid cae en saco roto y el concierto empieza enrarecido, con Calamaro enfurruñado y riñendo a quien le apunta con la luz. Canta Bohemio y Verdades afiladas, y al terminar dice: “Se me quitan las ganas”. Hay desconcierto entre la gente. Calamaro, que lo ha escrito todo, que lo ha cantado todo, que lo ha vivido todo, es capaz de cualquier cosa. Pero la producción del directo es inagotable y su repertorio, impresionante, así que sus propios temas (Cuando no estás, Crímenes perfectos) se llevan por delante su enfado, se llevan por delante al público, se llevan por delante la noche de junio en Madrid, y para cuando la gente entra en éxtasis cantando “Me parece que soy de la quinta que vio el Mundial 78, / me tocó crecer viendo a mi alrededor paranoia y dolor”, ya el WiZink se ha arrodillado ante el hijo pródigo de la capital; ya la gente, cuando empieza a sonar Me arde (“es tarde para curarme”), se sube a un estado de locura del que no baja hasta el final. Calamaro está en casa, y su casa se lo hace saber.

“Ella dijo que te vaya bien / quiso decir que te vaya mal”, canta el artista en All u need is pop, y pasa a Los aviones antes de meterle la primera traca endemoniada al recital: Maradona, Espérame en el cielo y Estadio Azteca, una involuntaria trilogía de amor al mejor futbolista de todos los tiempos. Saltan, sin camiseta, decenas de argentinos con la bandera de su país, un grupo abundante que al terminar, con el pabellón vacío, seguirá cantando Maradona hasta que los desalojan. Es la felicidad pura Estadio Azteca. El público la canta solo. Y Calamaro, enchufado, ya va sin cadena. Le mete al cuerpo Tuyo siempre (“No importa si no venís conmigo. / Este viaje es mejor hacerlo solo. / Yo te voy a recordar todos los días / porque un amor así nunca se olvida”). “Tuyo Siempre es un intento por escribir canción popular dentro de un disco venenoso y sofisticado como es El Salmón”, dijo hace años; Tuyo siempre es una canción con doble vida, un tema que ha ido creciendo hasta cantarse de memoria y bailarse hasta el final.

Y en esas está el público, a puro baile, cuando de repente aparece Puchito en el escenario, C. Tangana, para cantar Hong Kong con letra nueva en el estribillo (“tengo una flor de maría” en lugar de “una flor en el culo”). Tangana (despedido con un “gracias, Antonio” por Calamaro, que quizá creyó que el nombre gallego Antón —su nombre real— era diminutivo, o simplemente lo tradujo) se vacía con Hong Kong, incluida en su álbum El Madrileño. La noche empieza a iluminarse con nuevas llamas. Con Andrés Calamaro, Martin Bruhn a la batería; Mariano Domínguez en el bajo; Germán Wiedemer en los teclados y Julián Kanevsky a la guitarra.

Sale Ariel Rot y se incendia definitivamente el WiZink. Mi enfermedad, A los ojos y Canal 69. Las tres canciones, por separado, y cantándolas juntos los líderes de Los Rodríguez, valen el precio de la entrada. Es una década, los noventa, abriéndose en canal. Son composiciones hechas en estado de gracia, el mismo que perpetuó Calamaro con los discos Alta suciedad (1997), cuyo tema suena hacia el final del concierto —y Media Verónica al principio—, y Honestidad Brutal (1999), repletos de canciones con una historia detrás, a menudo trágica; canciones escritas desde la vida, sin artificios, sin impostura. Canciones que desangran al que las escribe y que se incrustan, como una ráfaga de balas, en la memoria de quienes las escuchan. Todo ello antes de enfrascarse en su particular Apocalypse Now, 24 horas al día y siete días a la semana componiendo canciones y consumiendo drogas hasta llegar a 700 temas y elegir 103 para ese desbarre maravilloso que es El Salmón (que también cantan en el show entre él y el publico: “Se ve que para algo usé la cuchara, / porque no encuentro sopa, postre ni ensalada”. Con Kase. O se marca Calamaro una Flaca intercalada por Mitad y Mitad que, para sorpresa de nadie, queda fantástica; queda, casi, como si fuese pensada para eso. Llega la hora de Paloma; la mitad de la canción la canta la gente: “Quiero vivir dos veces para poder olvidarte”. “Nadie recuerda un tuit —dijo hace años a la revista Efe Eme—, pero miles de personas recuerdan mis canciones. Y se enamoran con mis canciones, y llaman Andrés o Paloma a niños que engendraron fornicando con mis canciones de fondo. Hay que decirle la verdad a los estúpidos”.

Después de Paloma vuelve Rot y suena Sin documentos, himno absoluto y versionada hasta el colmo, antes de la impresionante Los Chicos, dedicada a “los amigos que se fueron primero”. “Muchos amigos se fueron antes que yo, / y me dejaron solo. / Por eso si en invierno hace frío / también bajo al infierno un poco”. Y con uno de esos amigos que se fueron primero, de los muchos que se le fueron a este cantante universal, cerró la apoteosis en que se había convertido el concierto: cantando Música Ligera, de los Soda Stereo de su amigo Gustavo Cerati, muerto en 2014 tras un coma de cuatro años después de sufrir una isquemia. Calamaro, para entonces, ha vuelto a ponerse la americana, que se sacó en medio del fragor del concierto, y echa unos capotazos entre olés a pocos metros de Las Ventas. Al salir, la gente llena los bares de los alrededores y sigue cantando canciones, las que salieron en el directo y las que no; hay canciones para una eternidad, que fue lo que eligió Calamaro vivir, y hay público hasta más allá del final. Ha vuelto a pasar en Madrid, donde pasa siempre, remontando el río, El Salmón.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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