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Memorable y rotundo Morante

Tras una faena de alta intensidad cortó las dos orejas de un exigente y encastado sobrero de Garcigrande

Morante de la Puebla, en un pase de pecho al toro sobrero de Garcigrande.
Morante de la Puebla, en un pase de pecho al toro sobrero de Garcigrande.Arjona Pagés
Antonio Lorca

Morante de la Puebla ha firmado una brillante página torera en La Maestranza con una faena de alta intensidad a un toro sobrero de Garcigrande que tras unos titubeos en los primeros tercios embistió con fijeza y codicia en la muleta y permitió que su matador protagonizara una obra emocionante que fue premiada con las dos orejas. Dio la impresión de que el propio Morante no tenía confianza en las condiciones del animal. De hecho, apretó al torero en el capote, cumplió sin alharacas en el caballo -el primer puyazo lo recibió del picador que guardaba la puerta-, se quedó corto en banderillas y en terrenos de sol decidió esperar a su matador.

Pero Morante no estaba por la labor de recorrer la mitad del anillo, y mandó a su subalterno Lili que se lo trajera mientras él, sonriente, esperaba recostado en las tablas. No fue fácil la maniobra de traslado, pero el maestro no se inmutó hasta que lo tuvo a su merced. Y una vez allí, contra todo pronóstico, se hizo presente el misterio. Ese toro malaje se enamoró del engaño rojo y decidió perseguirlo con humillación, fijeza, brío y emotividad. Y el enigma de la casta lo convirtió en un compañero exigente que llamaba a gritos a un torero asentado y poderoso.

Y el artista -Morante- aceptó el reto. Unos ayudados y dos pases de pecho prologaron una labor basada en la firmeza, la disposición, el valor seco, la quietud y la hondura. De la conjunción de toro y torero brotaron, primero, muletazos con la mano derecha de enorme verdad; aguantaba Morante el ímpetu de su oponente con las zapatillas firmes y la muleta tersa, bien colocado, templando la impetuosa embestida. Un primoroso cambio de manos dio paso a dos tandas de naturales -el palillo de la muleta siempre sujetado por el centro-, hondos, emotivos, hermosos y muy bien abrochados con el de pecho. Aún hubo una tanda de auténticos redondos, un garboso molinete y algún natural de regalo. La plaza, huelga decirlo, vivió unos instantes de absoluto arrebato por la disposición, el poderío y el dominio expresado por el artista.

Ese no era un toro bobalicón; era encastado y combativo que exigía un despliegue de valor, técnica y oficio. Y el artífice fue Morante. Montó la espada y cayó baja, pero esa imperfección no impidió que el presidente sacara los dos pañuelos y el ídolo sevillano sonriera a una concurrencia embelesada. El fogonazo sucedió con un sobrero de Garcigrande, porque la corrida de Torrestrella fue decepcionante en grado sumo, y solo la solvencia magistral de El Juli y el arrojo juvenil del toricantano Perera ocultaron en parte los muchos defectos de los toros.

Sin atisbo de clase, ni de entrega ni fijeza tenía el primero de El Juli, pero este le explicó con paciencia y suavidad lo que es embestir; y el animal, qué noble era, aceptó la sapiencia de su compañero. Así, la plaza asistió a una clase de un maestro de la técnica y quedó sorprendida por el conocimiento demostrado. Apagado y asfixiado fue su segundo, del mismo tenor que el primero de Morante.

Pero abrió plaza Manuel Perera, un chaval con cara de asustado ante dos figuras, que tomó la alternativa y se mostró dispuesto a no ser el convidado de piedra. Le gusta torear de rodillas y de tal modo recibió de capote al de la alternativa, y volvió a adoptar la misma postura en el inicio de la faena de muleta; de rodillas en la puerta de chiqueros esperó al sexto y tuvo que echar cuerpo a tierra ante la mirada de pocos amigos del animal, y otra vez comenzó de hinojos el tercio final.

Quería demostrar, y lo consiguió, que su poca experiencia podía suplirla con arrojo y pundonor. Muy deslucido fue el toro de la ceremonia, pero lo veroniqueó con soltura, no le perdió la cara, ni rehuyó la pelea, y no permitió que el animal se le subiera a las barbas. Descastado y sin celo fue el que cerró el festejo, y Perera consiguió que sonara la música a base de un valor a veces embarullado, pero siempre verdadero de quien quiere atraer la atención de un público que tenía la cabeza en un veterano.

Morante se marchó a pie con la sonrisa en los labios; satisfecho parecía El Juli, que brindó su segundo toro al ganadero de la tarde, Álvaro Domecq, y con cara de circunstancias el joven Perera. Evidentemente, quería más, pero la tarde de su alternativa será recordada por la gran faena de su padrino.

Torrestrella/Morante, El Juli, Perera

Toros de Torrestrella, -el cuarto, devuelto-, bien presentados, serios, mansos, nobles, descastados, desfondados y deslucidos. Sobrero de Garcigrande, bien presentado, cumplidor en el caballo, exigente y encastado.

Morante de la Puebla: tres pinchazos, casi entera _aviso_ y seis descabellos (silencio); casi entera baja _aviso_ (dos orejas).

El Juli: casi entera baja y atravesada y un descabello (ovación); estocada y un descabello (ovación).

Manuel Perera, que tomó la alternativa: pinchazo y media estocada (ovación); estocada delantera y caída _aviso_ y un descabello (ovación).

Plaza de La Maestranza. Decimotercera corrida de abono de la Feria de Abril. 7 de mayo. Lleno de ‘no hay billetes’.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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