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Sergio Ramírez: “Contemplo la posibilidad de morir en el exilio”

El novelista perseguido por el Gobierno de Daniel Ortega reflexionó sobre su literatura, las izquierdas en la región y su segundo exilio, en una charla con Jan Martínez Ahrens, director de EL PAÍS América

Catalina Oquendo

Poner sus manos en un escritorio de madera, tener un lugar seguro donde escribir como única certeza en medio de su segundo exilio. Rondando los 80 años, el novelista nicaragüense Sergio Ramírez reflexiona sobre el futuro, la izquierda en América Latina y la literatura desde su nuevo espacio en Madrid, donde ha ido a refugiarse tras la persecución del Gobierno de Daniel Ortega. “No sé si la vida me va a alcanzar para regresar a Nicaragua”, afirma el autor en conversación con Jan Martínez Ahrens, director de EL PAÍS América, durante una charla virtual del Hay Festival de Cartagena.

La conversación, que toma como punto de partida su última novela Tongolele no sabía bailar, en la que aborda las protestas ciudadanas de 2018 en Nicaragua, ha sido un viaje a las raíces de su vida como escritor y el cruce con su trayectoria política, además de un análisis afilado del presente en el cual, aunque pueda resultar paradójico, no resulta un completo pesimista.

“En términos de modernidad política y a pesar de la corrupción, el narcotráfico y los vacíos institucionales, las democracias han avanzado en América Latina. No nos vamos a medir por las excepciones”, ha dicho. Para él, Cuba, Venezuela y Nicaragua son “países aferrados a dirigentes que pretenden conservar el poder para siempre”.

En su lugar, ha destacado el caso de Chile, con la elección de Gabriel Boric. “A los 35 años ha demostrado una gran madurez política al hacer un viaje necesario al centro como una coincidencia de fuerzas políticas que le va a dar estabilidad al Gobierno sin amenazar con romper la institucionalidad”, aseguró el escritor, que durante gran parte de su vida también estuvo dedicado a la política. De hecho, llegó a ser vicepresidente de Ortega a finales de los 90, antes de su ruptura con el sandinismo.

El pesimismo, que él prefiere llamar realismo, aparece al volver a hablar de su natal Nicaragua. Con 150 presos políticos en las cárceles y más de 140.000 exiliados, la multiplicación de los agentes de la policía y la existencia de fuerzas paramilitares que aparecen en el aeropuerto para quitar el pasaporte de los perseguidos por el régimen, Ramírez no ve un futuro halagüeño. “Hay una cárcel que es para 150 presos políticos, pero hay otra cárcel que es todo el país para muchísimos nicaragüenses”, suelta con voz tranquila.

El escritor, que ya vivió exiliado de una dictadura, la de Anastasio Somoza, no vislumbra un levantamiento como el que se dio en 2018 por la cantidad de exiliados. “Uno de los síndromes del exilio es que apenas estalla un petardo, el que está viéndolo de lejos piensa que ya viene alguna revuelta armada. Hay que ser realista para encontrar una solución”, reflexiona.

Ramírez conoce bien a Ortega. El escritor fue el vicepresidente en el primer Gobierno sandinista (1985-1990), tras el derrocamiento de Somoza, con el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y lo describe como un hombre “poco intelectual”, sin la suficiente formación para entender un fenómeno de cambio en todas sus dimensiones. “El germen autoritario por su formación marxista leninista combinado con la tendencia dictatorial de Nicaragua ya vivían en él”, apunta sobre lo que llama un Gobierno neoliberal en términos económicos.

La literatura es reinvención

El novelista y columnista ha recibido, entre otros galardones, el Premio Alfaguara de Novela 1998, el Premio Latinoamericano José María Arguedas 2000 por Margarita, está linda la mar; el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso 2011; el Premio Internacional Carlos Fuentes 2014 y el Premio Cervantes 2017.

Tongolele no sabía bailar es una novela repleta de imágenes y personajes que permiten ubicarse en el presente. La superstición de Rosario Murillo, esposa de Ortega y figura central del régimen, las dos Nicaraguas, la rica y la de una pobreza “que ofende” están en el libro que ha sido censurado en su país. “No me alcanzó el tiempo en la novela para hablar de la estrella de cinco picos, un círculo esotérico (que suele usar Murillo) para protegerse. Eso refleja que, aunque demuestren fortaleza, la pareja (Ortega-Murillo) está atemorizada”. Sin embargo, no son ellos el objeto de interés del libro sino el “efecto de las tiranías sobre la gente sencilla”, apunta.

El humor, que le viene de sus tíos y abuelo, que le enseñaron a reírse de sí mismo, ha sido una impronta en su literatura y también una forma de tomar distancia de los acontecimientos. Y la decisión de ser un “escritor comprometido” que se impuso una tarde de 23 de julio de 1959, cuando el dictador Somoza mató a cuatro estudiantes, es algo a lo que no piensa renunciar aún en el exilio. “Esa tarde adquirí ese compromiso en términos éticos, lo que ha cambiado es la edad y que antes creía que podía cambiar el mundo desde la acción política. Dejé la política hace años, pero como escritor tengo una voz, debo usarla y yo la alzo”.

Sergio Ramírez asume que no regresará a Nicaragua si no hay libertad para los presos políticos. “Contemplo la posibilidad de morir en el exilio. No es fácil decirlo, pero es parte de la realidad, el peso del exilio tengo que ponérmelo sobre la espalda”. Sentado en su nuevo escritorio donde ahora escribe cuentos, a veces –como dice- se pregunta: “¿qué cosa es el país de uno cuando se está lejos?”.

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Sobre la firma

Catalina Oquendo
Corresponsal de EL PAÍS en Colombia. Periodista y librohólica hasta los tuétanos. Comunicadora de la Universidad Pontificia Bolivariana y Magister en Relaciones Internacionales de Flacso. Ha recibido el Premio Gabo 2018, con el trabajo colectivo Venezuela a la fuga, y otros reconocimientos. Coautora del Periodismo para cambiar el Chip de la guerra.

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