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TIPO DE LETRA
Columna
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Parte de guerra (cultural)

De Caín a C. Tangana pasando por Woody Allen y Harold Bloom. Diez apuntes para una polémica interminable

Fotograma del videoclip 'Ateo' de C. Tangana y Nathy Peluso, rodado en la catedral de Toledo.
Fotograma del videoclip 'Ateo' de C. Tangana y Nathy Peluso, rodado en la catedral de Toledo.
Javier Rodríguez Marcos

(Prólogo) Un padre explica a su hijo de 11 años la historia de Sansón derribando las columnas del templo para acabar con los filisteos. El niño no está bautizado pero ha visto el Telediario. Al terminar la explicación, resume: “O sea, un terrorista suicida”.

1. Guerra cultural es un pleonasmo. No hay cultura que no sea fruto de una guerra. Walter Benjamin lo dijo así: “No hay documento de cultura que no sea a la vez documento de barbarie”.

2. La guerra cultural es tan antigua como el Génesis: Caín (un agricultor) mata a Abel (un ganadero). La España vacía se remonta al Paraíso: condenado por Dios, Caín deja el campo para fundar la primera ciudad: Enoc.

3. Para entender la cultura de la cancelación no hay como pasear por uno de los emblemas de la civilización occidental: la ciudad de Roma. Estatuas decapitadas para usar el cuerpo con la cabeza de un nuevo César, palacios barrocos construidos con piedras del foro y templos paganos convertidos en iglesias cristianas.

4. Cuando la cancelación se corta en mitad del proceso, como leche convertida en yogur, la llamamos mestizaje.

5. Cuando la cancelación la ejercen los poderosos hacia los de abajo la llamamos censura. Cuando se ejerce entre poderosos, la llamamos Historia. La Historia es lenta. Si es lentísima se llama actualidad. Costó menos sacar a Franco de las pesetas y sellos de correos que del Valle de los Caídos. Nadie protestó por lo primero.

6. ¿En qué se diferencia esta batalla cultural de las anteriores? En la tecnología. Y en el lugar del miedo. Podemos lo expresó hace tiempo de forma fea pero muy certera: el miedo ha cambiado de bando. También el humor. Casi nadie le reiría hoy a Harold Bloom la gracia de llamar a los estudios culturales “estudios lésbico-esquimales”.

7. Hay, no obstante, espacios aferrados a la lentitud. Por ejemplo, el lenguaje, que hasta ahora limitaba su carácter inclusivo al capítulo de tabúes y eufemismos (ese que hizo que el castellano recurriera al euskera para evitar que la evolución etimológica nos llevara a llamar siniestra a la izquierda). Como recuerda el académico Juan Gil en 300 historias de palabras (Espasa), el éxito de un neologismo tiene que ver con el favor de la mayoría de los hablantes y no con una esencia intocable: digamos que a las concursantas de Deforme semanal les queda un trayecto que hace ya tiempo recorrieron las infantas, un vocablo, según Gil, de no mejor “factura” que miembra. Vamos que escribir obscuro suena un poco viejuno. Cisgénero entró en el diccionario académico en diciembre pasado.

8. La superioridad moral de la izquierda ―residuo cristiano― procede de su defensa de aquellos a los que, durante siglos, la derecha consideró inferiores. Defensa cultural, social y económica no siempre coinciden. La lucha de clases no lo explica todo. El mismo Gobierno que hoy legisla en pro de los derechos civiles de los homosexuales puede lanzar mañana una reforma que recorte brutalmente sus conquistas laborales. La superioridad cultural de la izquierda procede de la falsa identificación entre vanguardia artística y progreso político. El estalinismo de Neruda aportan muchos matices. Tanto como saber que Fritz Ertl, uno de los arquitectos de Auschwitz, fue alumno de la Bauhaus.

9. La cancelación de Woody Allen y de ciertos artistas es una cuestión mercantil, no moral. El cliente siempre tiene razón y muchos de sus clientes están enfadados. Ya se les pasará. C. Tangana puede volver a Bilbao. De hecho, vuelve la semana que viene.

10. Cuando la guerra cultural se sobrecarga de moral produce idéntico efecto a derecha e izquierda: si estos defienden el derecho al divorcio y aquellos elogian el amor eterno, ambos se toman lo del otro como si fuera obligatorio.

(Epílogo) Los que niegan la guerra cultural son los mismos que niegan la lucha de clases: los que van ganando.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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