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El museo imaginario de André Breton

‘El arte mágico’, obra del poeta surrealista que se mantuvo en secreto 30 años, se publica por primera vez en español

El escritor francés André Breton, en una imagen sin datar.
El escritor francés André Breton, en una imagen sin datar. ROGER VIOLLET

La editorial Atalanta descubre al lector en castellano El arte mágico, un libro oculto y de culto durante la segunda mitad del siglo XX, la última gran obra de André Breton, publicada en 1957 en Francia en una edición tosca y casi secreta para el Club Français du Livre, y que fue recuperada y mejorada para librerías en 1991. La editorial española aporta ahora un nuevo diseño y una nutrida bibliografía para cumplir el sueño que Breton, fallecido en 1966, no pudo ver: todas las imágenes a color de las piezas de arte seleccionadas.

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La idea de trazar la historia del arte mágico, heterodoxa y llena de sugerencias, desde el paleolítico y las artes no occidentales hasta los paisajes metafísicos de De Chirico, pasando por Leonardo, Paolo Uccello, Alberto Durero, Brueghel, El Bosco, Goya o Arnold Böcklin, fue concebida en los años treinta por Breton, aunque tuvo que esperar a los cincuenta, tras la Segunda Guerra Mundial, para empezar a tomar forma gracias a un encargo de Marcel Brion, autor de otro libro inencontrable, Palacio de sombras.

El arte mágico formaba parte de una pentalogía, en la que se incluían el religioso, el clásico, el barroco y El arte por el arte, del historiador André Chastel. De ahí que Breton intente diferenciar el concepto mágico del religioso o del canon del arte consagrado por las escuelas académicas (“una civilización de profesores que, para explicar la vida del árbol, solo se siente a gusto cuando la savia se ha retirado”). Pero, sobre todo, en busca de una nueva mitología, quiso demostrar que su surrealismo no era un movimiento exclusivamente literario.

Toda estética de ruptura reinventa la tradición y eso es lo que quiso hacer Breton en El arte mágico: revisar la historia del arte con una visión poética que escapara a la codificación rigurosa del racionalismo científico y dotar al surrealismo del mérito de haber recobrado para el arte el poder de la magia, perdido en la pintura de gusto burgués y el realismo social o disecado en la matemática del cubismo. Superada hoy la necesidad de justificar las raíces artísticas del surrealismo, la propuesta mantiene su potencial e invita al lector a visitar el museo imaginario de Breton, nunca exhaustivo, siempre anárquico y arbitrario, por medio de comentarios y lecturas imaginativas, en ocasiones discutibles, pero que aspiran a rescatar de la sala de disección las obras seleccionadas, a liberarlas de su lectura literal, del dogma religioso y del “conocimiento científico que tiende a extender su dominio a todas las invenciones humanas”. El arte, sostiene el autor, es vehículo de “una magia en acción que dispone de poderes reales”, opuesta a la razón que invoca la ley de la analogía, y “una conciencia lírica universal” que permite una experiencia directa con la obra de arte sea cual sea el tiempo o el lugar de procedencia.

Escritura cifrada

La idea de la pervivencia en el inconsciente humano de una gran escritura cifrada que se encuentra en todas las partes del cielo y de la tierra y que nos une en armonía con la naturaleza sigue siendo contemporánea. En el libro, aparecen las obras que ilustran los sueños y los fantasmas más íntimos, el vértigo de Eros, el caos, la noche, las pasiones, los misterios de las civilizaciones extinguidas, las brujas, la mística, la muerte, el azar… Una magia que, según Breton, tiene dos vías: la de la naturaleza de Leonardo y la moral del Bosco. Él defiende un arte “que no hace más que dar, o devolver, el impulso moral y poético a lo que fue el afán de la magia, su secreto diversamente confesado, siempre amenazado y jamás disuelto a lo largo de los siglos”.

A Breton le encantaban los juegos. El libro se completa con un apéndice de casi 200 páginas con las respuestas a una encuesta que encargó que coordinara Gérard Legrand. Son etnólogos, filósofos, historiadores del arte, poetas, pintores y matemáticos como Heidegger, Blanchot, Bataille, Herbert Read, Lévi-Strauss…

Algunas de las respuestas cuestionan la propuesta de Breton: el efecto del arte no es real, solo “simulacro e imaginación”, dice Lévi-Strauss, o “emoción”, afirma Herbert Read, para quien arte mágico es “un juego de palabras”. “Hay que dejar la magia a los hombres prelógicos”, sostiene el anarquista, aunque reconoce que “incluso el hombre más civilizado no está exento de un discurso simbólico”. En sentido opuesto, Octavio Paz da sentido al libro de Breton: “Volver a la magia no quiere decir restaurar los ritos de fertilidad o danzar en corro para traer la lluvia, sino usar de nuevo los poderes de exorcismo de toda la vida: restablecer nuestro contacto con el todo y tornar erótica, eléctrica, nuestra relación con el mundo. Tocar con el pensamiento y pensar con el cuerpo. Asimilar, en suma, la antigua y aún viviente concepción del universo como un orden amoroso de correspondencias y no como una ciega cadena de causas y efectos”.

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