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Gillo Dorfles, la moda de la moda

Muere el crítico y ensayista italiano a los 108 años

El crítico y ensayista italiano Gillo Dorfles en Barcelona, en 2002.
El crítico y ensayista italiano Gillo Dorfles en Barcelona, en 2002. Arduino Vannucchi

Cuando iba a cumplir, en abril, 108 años —hay quien recuerda que él mismo reconocía que por error anagráfico tenía dos años más— ha fallecido en Milán Gillo Dorfles, nacido en Trieste antes de que perteneciera a Italia y sobreviviente y testigo de las dos guerras mundiales y de toda la oscilación del gusto de un siglo entero. Su curiosidad intelectual solo podía compararse con su inabarcable memoria.

Licenciado en Medicina, se especializó en psiquiatría —lo que le capacitaba, decía, para entender mejor las alteraciones de la forma y de la armonía—. Siempre pintó, y el año pasado se pudo ver en Milán una exposición de sus dibujos “hasta 2016”. Fue desde muy joven crítico de arte, actividad que desarrolló toda su vida atendiendo siempre a la conversación entre ciencia y estética presente en la arquitectura, en la música, en la pintura o en el diseño. Sus pintores preferidos acaso por eso mismo fueron Kandinski y Paul Klee.

En 1948, creó el MAC (Movimiento de Arte Concreto) entre otros con Bruno Munari. En 1953, fue a Estados Unidos para encontrarse con Frank Lloyd Wright, arquitecto a quien tanto admiraba, y con Mark Rothko, a quien ayudó para una exposición en la famosa galería en Nueva York de Leo Castelli, que, como recordaba, era oriundo de Trieste. Fue profesor de Estética en Florencia, donde tuvo como ayudante a un jovencísimo Umberto Eco.

Ahora que se cumple medio siglo del Mayo del 68, hay que recordar lo que supusieron para aquella generación los libros de Gillo Dorfles, que nos hablaban de “las últimas tendencias en el arte de hoy”, de “artificio y naturaleza” o de “nuevos ritos, nuevos mitos”, donde se alternaban filósofos, científicos, músicos dodecafónicos y arquitectos vanguardistas con Rita Pavone.

Y en pleno 1968, en el que aparece Apocalípticos e integrados de Eco, Dorfles publica Kitsch. Antología del mal gusto, una manifestación decía entonces “típica del periodo que atravesamos” y de cuya vigencia podemos sorprendernos aún hoy, o sobre todo hoy.

Elegantísimo, siempre vestido de modo impecable y sin el mínimo “elogio a la desarmonía”, siempre se ocupó de los modos y de las maneras. “En tiempos no recientes, en torno a los años treinta, un gran arquitecto como Le Corbusier agitaba su Modulor como ejemplo indispensable para una ‘nueva armonía’ de la construcción”.

El diseño, los objetos cualesquiera fueren, formaba parte de su inmensa enciclopedia. Y, no en vano, fue un excelso coleccionista. Por esa razón, prestaba una especial atención a la falsificación de las imágenes (Falsificaciones y fetiches, publicado hace poco en español en Casimiro).

Con su inteligencia y su capacidad inmensa, Gillo Dorfles, insustituible testimonio de un eterno presente pletórico de gadgets, objetos, simulacros que modulan una moda que quisiera ser inmortal, nos ha dado un ejemplo inolvidable y una enseñanza a recordar:todos somos actores de los seudoacontecimientos.

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