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Viaje a la cuna de Marco Polo

Korcula, la isla croata donde se cree que nació el viajero, es un enclave en el mar Adriático que asiste a la afluencia de turistas en busca de los escasos rastros del explorador

Fotograma de la serie 'Marco Polo' de Netflix.
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Hay lugares que se empeñan en existir a fuerza de una ilusión, pueblos que se cimentan en la contumaz creencia de que un ilustre nació allí. Poco importa en aquellos lares qué excelso paisano podrá convertirse en los próximos lustros en el mejor escritor, político o matemático. Lo que sustenta la emoción de sus habitantes es la remota posibilidad de que, hace ya un buen puñado de siglos, una universal y especialísima persona corrió en sus calles por primera vez. Uno de esos singulares parajes es Korcula, ciudad ubicada en una isla croata del mar Adriático del mismo nombre, con poco más de 3.000 habitantes y una extensión de 300 kilómetros cuadrados. Situada junto a la costa dálmata, Korcula es una población habitada por la fantasía de que en 1254 el explorador Marco Polo —considerado el padre del turismo moderno— nació en una de sus casas. Korcula sigue, por lo tanto, la estela de esos pueblos que desafían a la historia y reivindican para sí un único nacimiento: Alcázar de San Juan (Ciudad Real) con Miguel de Cervantes, el pueblo kalash (Pakistán) con Alejandro Magno, o la región de Calvi (Córcega) con Cristóbal Colón. La figura de Marco Polo, por su parte, ha cobrado especial interés en los últimos tiempos gracias a la serie homónima que produce la cadena Netflix, una superproducción que recrea el viaje de más de 20 años del mítico aventurero por Oriente y su relación con Kublai Khan, el primer emperador chino de la dinastía Yuan.

En el pueblo de Korcula el tiempo se ha detenido. Hay una realidad bifurcada entre los apartamentos, restaurantes, terrazas y tiendas para turistas —con sus conexiones wifi siempre dispuestas— y las ancianas casas de ventanas quebradas y fachadas color óxido, tras las cuales asoman, tímidas y moribundas, las hojas de algunas plantas enmarcadas por cortinas mohosas. Esas casas están habitadas por mujeres velludas que pasean por la isla ajenas al vendaval turístico en el que andan inmersas. Muchas de ellas apenas farfullan tres palabras en inglés cuando sorprenden a los viajeros, extenuados, descansando en las escalerillas de sus casas. Ellas todavía recuerdan el croata tchakaviano, un dialecto autóctono verdaderamente eufónico en el que se mezclaban términos croatas con vestigios de las lenguas veneciana y griega.

El casco antiguo —con una estructura similar a la espina de un pez o a la lámina de una hoja con su peciolo, haz, nervios y base bien definidos— proporciona a la ciudad una peculiaridad: ninguna calle es contigua a otra, no existe continuación entre ellas, sino más bien un sinuoso periplo zigzagueante que el viajero emprende con entusiasmo cuando se encamina hasta la catedral de San Marcos, una impresionante edificación que acoge, entre otras, obras pictóricas de Tintoretto. Esta distribución actúa como un efectivo y natural sistema de ventilación: por un lado, evita la llegada a las casas de vendavales en invierno; por otro, permite refrescar la ciudad en los calurosos veranos. Algunas de las viviendas de Korcula, fabricadas con piedra autóctona maciza, conservan la cocina en su último piso. Cuenta la tradición que su ubicación impedía, en caso de incendio, la propagación a casas colindantes. Aún hoy es posible atisbar las ganzúas de piedra en las que se enhebraban cuerdas con poleas que servían para aupar los alimentos a las despensas de las cocinas.

El lugar que, según la tradición local, vio nacer al primer viajero moderno, es ahora objeto de la pesada liturgia del turismo: visitas rápidas guiadas, retratos de rigor en lugares mil veces fotografiados, compra de souvenirs diversos, cata de comida típica realizada por cocineros de cualquier parte del mundo... “El turismo es una consecuencia positiva de la democracia, si bien se está exprimiendo de una forma insensata. El negocio se ha impuesto al conocimiento”, sostiene el escritor Gabi Martínez, uno de los referentes de la literatura de viajes. En este sentido, Korcula es, en efecto, una criatura concebida para ser engullida de un único modo: vorazmente. “Ni el viaje de Marco Polo, ni lo que escribió sobre él se corresponde demasiado con la idea de viajero moderno que tenemos hoy”, asevera Martínez. Lo que el autor de Los mares de Wang (Alfaguara, 2008) sí rescata de moderno en el periplo de Marco Polo es su subrayado realismo: “Él viaja con una misión comercial, además de actuar como correo entre líderes de la época, y su descripción de lo que va descubriendo es bastante notarial, como si considerara una obligación de la experiencia dejar constancia escrita, pero sin profundizar demasiado. En ese sentido sí es moderno: tiende a la vista de pájaro”. El historiador Antonio García Espada, autor de Marco Polo y la Cruzada (Marcial Pons, 2009), apunta que “el título que le ha dado la posteridad de Príncipe de los Viajeros responde, como toda mitificación, a la necesidad de sublimar lo inexplicable y domesticar la irreductible complejidad de la realidad”.

Los rastros de Marco Polo en Korcula son escasos, apenas un torreón adherido a un edificio con puerta y ventanas verdes en el que, según los lugareños, nació el famoso explorador. Una recreación algo bizarra de su posible casa se presenta al turista en el Museo de Marco Polo, uno de los reclamos turísticos. “La posibilidad de que Marco Polo naciera en Korcula existe. La zona estaba entonces fuertemente sujeta a la esfera de influencia de la República de Venecia, con delegados y colonias comerciales esparcidas por todo el Mediterráneo oriental y el mar Negro”, explica García Espada. Los más ancianos del lugar revelan que es en Korcula y no en Venecia —lugar oficial que los historiadores aprueban como origen del mercader— donde se ha registrado el apellido Polo. Un argumento que sirve —como el mejor escudo— para defender la tesis local. Gabi Martínez coincide: “La cuestión es quién aporta la evidencia de que Marco Polo naciera ahí. Las leyendas territoriales asociadas a nombres universales son rentables. La posibilidad vende y la verdad es accesoria... e incluso molesta”. Un discurso que comparte García Espada: “Ese tipo de reivindicaciones nacionalistas suele responder a intereses políticos, identitarios, o económicos, como el turismo”.

Caravana de Marco Polo. Ilustración del 'Atlas catalán' de Carlos V (1375).
Caravana de Marco Polo. Ilustración del 'Atlas catalán' de Carlos V (1375).

Lo único que la historiografía sí ha confirmado es que Korcula formó parte de la República de Venecia. Igualmente se ha constatado que Venecia fue derrotada por Génova en una batalla en Korcula en 1298, siendo el propio Marco Polo el que comandara el bajel veneciano Polovih. Allí fue capturado por los genoveses y durante el año que permaneció en prisión dictó a su compañero de celda, Rusticiano de Pisa —conocido escritor de romances— sus famosos relatos por Asia. De este distinguido dictado nació el libro Los viajes de Marco Polo, también conocido como El libro del millón. Allí dejó escrita para la posteridad su hazaña: “Ningún otro hombre, ni cristiano ni sarraceno, ni mongol o pagano, ha explorado tanto el mundo como Messer Marco, hijo de Messer Niccolo Polo, gran ciudadano y noble de la ciudad de Venecia”.

No son pocos los que han dudado a lo largo de los siglos de la veracidad de los relatos de Marco Polo. ¿Cómo es posible que un hombre almacenara en su memoria datos exactos de un viaje que duró más de dos décadas? ¿Cuál es la razón por la que apenas mencionó hallazgos tan notables como la Gran Muralla china? Estas incógnitas siguen dando impulso a la investigación histórica: “Es curioso que en su libro la parte correspondiente a India ocupara casi lo mismo que todo lo concerniente al imperio del Gran Khan. Personalmente, creo que le cayeron bien los indios y desde luego alcanzó una comprensión del vasto universo hindú, en muchos aspectos no superada hasta nuestros días”, afirma García Espada.

Lejos de considerar a Marco Polo el primer cronista de viajes, Gabi Martínez cree que el aventurero solo contempló su escritura como algo lateral: “Lo que deja es un documento fiel, pero sus escritos no desprenden que la literatura fuera una debilidad suya. Creo que su ansia de saber quedaba más satisfecha con el mero diálogo. Quizá por eso cuando pienso en Marco Polo y recuerdo el libro de Italo Calvino Las ciudades invisibles, lo pienso como un gran conversador”.

Tras 23 años de periplo por Asia, Marco Polo, su padre y su tío regresaron a Venecia. Apenas los reconocieron a su llegada y nadie les creyó cuando narraron las historias sucedidas en Siam, Java, Cochinchina, Birmania o Ceilán. Años después, El libro del millón se convirtió es una suerte de best seller medieval y Marco Polo en autor de éxito. Su fama se difundió por Europa y su libro era consultado por viajeros, políticos y expedicionarios. Uno de ellos fue Cristóbal Colón. El navegante poseía una copia anotada del libro cuando emprendió el viaje financiado por los Reyes Católicos que acabó convirtiéndose en el descubrimiento de América. Muy poco se sabe de los últimos años de vida de Marco Polo tras su liberación en Génova en 1299 y su asentamiento en Venecia como miembro del Gran Consejo. El hombre que propugnó la tolerancia religiosa en sus viajes fue conminado en 1324 por un sacerdote en su lecho de muerte para que confesara que sus relatos no eran más que embustes. El explorador pronunció entonces sus últimas palabras: “Ni siquiera he contado la mitad de todo lo que he visto”.

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