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SILLÓN DE OREJAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Llegaron las entrañables con sus listas

Listas para todo y para todos. Ya pueden conocer la del año de Babelia. Y les recomiendo las 'Listas memorables' recopiladas por Shaun Usher

Manuel Rodríguez Rivero
Bing Crosby, Rosemary Clooney, Vera-Ellen y Danny Kaye en Blanca Navidad, de Michael Curtis (1954).
Bing Crosby, Rosemary Clooney, Vera-Ellen y Danny Kaye en Blanca Navidad, de Michael Curtis (1954).

Ya están aquí las entrañables fiestas, rebosantes de energía y temibles comidas empresariales de confraternización, muérdago (artificial), zambombas electrónicas, spots de fragancias protagonizados por dominatrix anoréxicas que se sirven de la corbata de machos débiles y etéreos como si fuera la cadena de un animal de compañía. No importa que la aún improbable igualdad de sexos siga cobrándose el peaje anual del asesinato de docenas de mujeres a cargo de sus inseguras, impotentes, celosas parejas: esos miserables asesinos que las querían tanto. La orgía de consumo iguala y difumina, con su inevitable cualidad lenitiva. Conforta que todo se reproduzca con variaciones poco significativas, incluido ese ubicuo culto al cuerpo (“sepultura portátil”, lo llamó Quevedo en metafísico verso) y a la juventud con tableta de chocolate abdominal. Como cada año, y en previsión de la alegría que se me viene encima, tengo al alcance de la mano mi provisión de inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (a los que ya he recurrido para soportar la campaña electoral), lo que me va a permitir gozar de la familia, de los amigos, de los recuerdos reprimidos, de los shows televisivos (incluida —¡glup!— la ingesta de las 12 uvas apostólicas), del discurso de la Corona (siempre lo escucho con una botella de Coronita en la mano); en fin, de la alegría del eterno retorno de lo mismo (tictac, tictac). Llega también, para solaz de libreros, la venta masiva del libro navideño, aunque aquí tiene menor predicamento que en Alemania, Francia o Reino Unido, países en los que la producción de coffee-table books, almanaques y beaux livres se multiplica exponencialmente. En todo caso, he optado por recomendarles (por si quieren “practicar la elegancia social del regalo”) algunos modestos y menos llamativos, pero apropiados para las fechas. Además de las estupendas agendas literarias para 2016 publicadas por las editoriales Alba y Errata Naturae (escribiré en una los días pares y en otra los impares), el libro en que mejor he visto reflejado mi estado de ánimo es el álbum Navilandia (La Cúpula), que reúne las salvajes historietas, llenas de sarcasmo y humor negro del veterano y premiadísimo dibujante Didier Tronchet (1958) sobre la Navidad y la obligación de ser felices y quererse tanto. En el otro extremo están los Cuentos de Navidad: de los hermanos Grimm a Paul Auster (Alba), en la que encontrarán una selección de 38 relatos de motivo navideño (sólo 5 sujetos a copyright: en la edición, lo “nuevo” es caro). Por cierto que Libros del Zorro Rojo ha publicado en formato regalo la Trilogía de Nueva York (1985-1987), de Paul Auster, estupendamente ilustrada por Tom Burns. Si quieren leer (o recordar) uno de los más acabados ejemplos (junto a Pobres criaturas —de Alasdair Gray, 1992— o¡Menudo reparto! —de Jonathan Coe, 1994—, ambas en Anagrama) de la narrativa del bajo posmodernismo, que tantos estragos causó en la novela de los ochenta y noventa, no se la pierdan.

Listas

Ya pueden conocer la lista de Babelia, que no nos ha salido nada tonta, y eso que el año no ha sido espectacular en lo que ha producción libresca (sobre todo en ficción) se refiere. Lo malo es que, por necesidades de publicación, nuestra lista hay que cerrarla a finales de noviembre, por lo que libros importantes se quedan para siempre en el limbo. En mi caso, hubiera cambiado alguno de los que incluí por Altos estudios eclesiásticos (Debate), el primer tomo de los Ensayos del maestro Ferlosio: ya sé que casi todo lo que contiene estaba publicado con anterioridad, pero el conjunto se merece un homenaje. Y, si hubiera podido votar a más de cinco, habría incluido Yo soy El Otro, la nueva novela de Berta Vias Mahou que acaba de publicar El Acantilado. En todo caso, para un obseso de las listas, como siempre he sido (Jay Gatsby también se hacía las suyas con sus propósitos para mejorar), la publicación del muy navideño Listas memorables (Salamandra), recopiladas por Shaun Usher, supone una auténtica gozada. En él las encontrarán de todo tipo. Por poner unos ejemplos, a mí me han llamado la atención, entre otras, la de posibles asesinos de JFK que compuso su secretaría pocas horas después del magnicidio y que apuntaba en primer lugar a Lyn­don (Johnson) y al Ku Klux Klan; la intolerable y ultramachista con las condiciones que redactó Einstein para no separarse de su mujer (y que ella aceptó); los consejos para rockeras producidos por Chrissie Hynde (la genial lideresa de Pretenders), y que incluyen esta perla: “No creas que enseñar las tetas y tratar de parecer follable te ayudará. Recuerda que estás en un grupo de rock. No es ‘fóllame’, sino ‘¡que te follen!”; la casi infinita lista de títulos propuestos a Hitchcock por la Paramount como alternativa a Vértigo, que estimaban poco comercial; o la lista de propiedades sujetas a impuestos de George Washington, en la que figuran con su nombre varias decenas de esclavos, además de cuatro mulas. En fin, listas para todo y para todos. Total, que me voy a sentir obligado a contribuir con mi lista de propósitos para el nuevo año libresco. Ya les contaré, pero les adelanto que he sustituido el cajón de los desechables por otro de mayor tamaño.

Lotería

Cuando lean esto (suponiendo que todavía quede alguien ahí), me faltará poco para ser rico. De lo que haría y dejaría de hacer en el caso de que me tocara la lotería también me hago una lista cada año. Como dice el repugnante anuncio de la Primitiva, “no tenemos sueños baratos”, de modo que los míos tampoco lo son. Por lo demás, la lotería —el primer décimo fue emitido por la Casa de la Moneda en 1812— es uno de esos fetiches patrios que le sirven al historiador Manuel Lucena Giraldo para trazar una peculiar historia de España, tan amena como bien informada, que lleva por título 82 objetos que cuentan la historia de un país (Taurus) y que pretende trazar el devenir histórico de la Piel de Toro a partir de muestras significativas de nuestra cultura material y sentimental: desde el cortador bifaz de Atapuerca (con el que machacaría con gusto el cráneo de quien yo me sé) hasta el aeropuerto diseñado por Lamela-Rogers en Barajas, desde el que partirá mi avión privado cuando sea creso. La idea no es nueva: en 2011, Neil MacGregor, director del British Museum, publicó su A History of the World in 100 Objects, basada en la popular serie de divulgación de qualité que había creado para la BBC. El libro (publicado aquí por Debate) tuvo escuela. Lucena le da una hábil vuelta de tuerca castiza y, en mi opinión, ligeramente escorada hacia objetos demasiado “cargados” (artística, histórica, literariamente), aunque rehuyendo todo esencialismo y fijándose en lo que los objetos han representado para sus contemporáneos. La imagen de España que queda es eficaz, aunque fragmentada, como lo es esta complicada nación de naciones después de todo.

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