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CRÍTICA: CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Misterio en la División Azul

'Silencio en la nieve', se levanta sobre una premisa excéntrica, llamativa e inusual: la investigación de unos asesinatos en serie en el seno de la División Azul

Un lago helado del que emergen los cuerpos de un grupo de caballos cuyo movimiento se ha suspendido en el tiempo proporciona la poderosa imagen de partida a Silencio en la nieve, adaptación cinematográfica de la novela El tiempo de los emperadores extraños, de Ignacio del Valle, obra que ya se levantaba sobre una premisa excéntrica, llamativa e inusual: la investigación de unos asesinatos en serie en el seno de la División Azul. Hacía mucho tiempo que Gerardo Herrero no afrontaba un proyecto tan aparatoso, pero el resultado —discutible e imperfecto-—es lo más estimulante que ha dado su carrera en muchos años: la película no se mantiene a la altura de la fuerza onírica y enigmática de esa imagen de apertura, pero supone una encomiable aproximación a un territorio inédito en el imaginario del pasado histórico, con el firme propósito de poner en cuarentena inercias de representación y arquetipos gastados por el uso.

SILENCIO EN LA NIEVE

Dirección: Gerardo Herrero.

Intérpretes: Juan Diego Botto, Carmelo Gómez, Andrés Gertrudix, Carlos Clavijo, Jorge de Juan.

Género: thriller. España, 2012.

Duración: 114 minutos

La pareja de investigadores a la fuerza encarnada por Juan Diego Botto y Carmelo Gómez —el soldado Andrade y el sargento Espinosa— se sirve en una clave dramatúrgica contenida que parece toda una declaración de principios, pero que también condiciona el tono general de un relato que parecía reclamar más nervio. Las secuencias puntuales que la película diseña a la medida de los personajes más extremos de la función —los encarnados por Andrés Gertrudix y Sergi Calleja— permiten intuir esa otra película posible, recorrida por el trastorno y la locura, que Silencio en la nieve decide no ser. Uno sentiría la sensación de cablear a esos dos actores secundarios para que proporcionaran algo de su excedente de energía a todo lo que les rodea.

En otras secuencias de Silencio en la nieve, en las que se habla de la fotografía en relación a cierta conciencia de la posteridad, apunta otra de esas películas posibles que Herrero parece tantear para desestimar al instante. Es una lástima, porque lo mejor de Silencio en la nieve acaba estando en sus márgenes y sus apuestas por la convencionalidad —la trama romántica, la identificación del verdadero villano— acaban asumiendo la función de disonancias en un proyecto que —ahí está el plano final de Juan Diego Botto para demostrarlo— delata su autoconciencia de poder haber sido más de lo que es.

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