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La crisis de los ‘pellets’ pone en el punto de mira la invasión planetaria del plástico

Los países negocian en la ONU el primer tratado internacional contra una contaminación que se mide ya en millones de toneladas. Limitar la producción mundial ante las bajas tasas de reciclado es el principal reto

Vertido pellets
Residuos, muchos de ellos envases de plástico, acumulados cerca del río Drina, tras unas lluvias a principios de enero en Sarajevo, Bosnia y Herzegovina.Anadolu (Anadolu via Getty Images)
Manuel Planelles

2024 ha arrancado en España hablando de plásticos. El vertido de pellets en la costa gallega ha hecho que al bajar la mirada en las playas nos topemos con una contaminación que es ya una invasión en muchas zonas del país y que va mucho más allá de esas granzas que se emplean para fabricar todo tipo de productos. Probablemente, 2024 también acabará con el plástico como protagonista. Porque a finales de año debería estar listo el texto del primer tratado internacional contra la contaminación provocada por un material que hace 70 años no se usaba pero cuyo rastro podemos encontrar ya en cualquier rincón del planeta debido a una cultura de usar y tirar (y de no tratar bien los desechos).

“Cuanto más miramos, más vemos su presencia y sus impactos negativos sobre la naturaleza y la salud”, resume José Luis García, responsable del programa de mares de WWF. Esta invasión de los ecosistemas terrestres y marinos seguirá aumentando en las próximas décadas sin un cambio de rumbo claro para lograr una gestión realmente eficaz de los residuos, cuyo fracaso está detrás de esta contaminación global. Hay una pregunta que los casi 200 países que negocian ese primer tratado en el seno de la ONU tienen que responder: ¿Realmente se puede acabar con la contaminación por plástico sin limitar la producción mundial de este material? “Reducir la producción es absolutamente clave, especialmente para los polímeros que no se reciclan en la práctica, o que se utilizan en productos de vida corta y otros productos problemáticos”, contesta Sheila Aggarwal-Khan, directora de la división de Industria y Economía del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma).

Pero no todos los países lo tienen tan claro, como se vio en la última reunión del comité intergubernamental vinculado al Pnuma que tiene el encargo de elaborar el texto del tratado. En esa conferencia celebrada en Nairobi en noviembre, los países más dependientes del petróleo —del que deriva la inmensa mayoría del plástico— mostraron su oposición a que el acuerdo aborde limitaciones a la producción, entre otras muchas pegas. A la reunión de Nairobi se llegó con un borrador cero de 30 páginas; tras ella, a finales de diciembre, se publicó una nueva versión de 70 páginas colmada de opciones y corchetes en las que figuran las posiciones más ambiciosas y las menos y que refleja lo distantes que están las posturas. Solo quedan dos reuniones oficiales —en abril en Canadá y a finales de año en Corea del Sur— y existe un fundado temor a que no se consiga concluir el trabajo a finales de 2024, lo que no evitará que este tema esté muy presente en los próximos meses, como ya se ha visto en Davos esta semana.

La presidencia de ese comité intergubernamental está en manos del diplomático Luis Vayas Valdivieso, que explica desde Londres, donde ejerce ahora como embajador de Ecuador, que las últimas dos reuniones oficiales no fueron lo bien que se requería. Pero advierte: “Tenemos que llegar a un acuerdo este 2024, así lo fija la resolución que aprobaron los países en marzo de 2020, que establece con claridad que el texto tiene que estar listo y completo para finales de 2024 para que se pueda adoptar en 2025″. Para impulsar los trabajos, esta semana se ha celebrado una reunión informal y telemática con los delegados de los Estados y los contactos seguirán para crear este “instrumento jurídicamente vinculante”, señala el diplomático ecuatoriano.

Vayas recuerda que la humanidad debe afrontar una triple crisis medioambiental, generada por el propio ser humano: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación, que está en buena medida generada por el plástico. “Pero para la única en la que falta una legislación internacional específica es la del plástico”, explica el presidente del comité intergubernamental. A su vez, esta última crisis está muy relacionada con las otras dos. Porque daña la biodiversidad, explica Vayas, y porque “entre el 95% y el 98% del plástico proviene también de los combustibles fósiles”, que son los principales responsables del cambio climático. De hecho, en la última cumbre del clima, celebrada en diciembre en Dubái, los países se comprometieron a dejar atrás los combustibles fósiles.

Respecto al vertido en las costas gallegas, Aggarwal-Khan afirma que “el borrador cero” sobre el que negocian todos los países contiene “una disposición con un texto específico sobre cómo evitar la liberación de diferentes formas de plásticos, incluidos los pellets de la producción, el almacenamiento, la manipulación y el transporte”. “Por lo tanto, podemos esperar que el mundo esté mejor protegido contra este tipo de accidentes con un tratado ambicioso”, sostiene esta experta del Pnuma.

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Pero, en verdad, las fugas de pellets no son la principal fuente de este tipo de polución. Por ejemplo, de los 22 millones de toneladas de este material que acabaron en la naturaleza en 2019, la mayoría (19,4 millones, el 88%) fueron macroplásticos (bolsas, envases, botellas...) procedentes fundamentalmente de los residuos mal gestionados. Las fugas de microplásticos alcanzaron los 2,7 millones de toneladas. Y de esa cantidad, 280.000 toneladas proceden de “las pérdidas accidentales de gránulos primarios” durante “la producción, el transporte o el almacenamiento”. Estos datos aparecen en los diferentes informes sobre este tipo de contaminación que elabora la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y que luego utilizan luego otros organismos como el Pnuma.

De todo el plástico vertido, la OCDE apunta a que un 70% termina contaminando los ecosistemas terrestres. El 30% restante acaba en los ríos y mares. Las últimas proyecciones de este organismo indican que entre 2020 y 2040 los residuos de este tipo que acaban cada año en la naturaleza aumentarán en un 50% si no se ponen sobre la mesa medidas efectivas en todo el planeta, como se pretende con el tratado que se está negociando.

Problemas en el reciclado

Para encontrar las soluciones hay que tener claro el origen del problema. “El reciclado del plástico está fallando, no hay una industria del reciclado que sea efectiva”, resume García, de WWF. Según la OCDE, solo el 9,4% de los residuos de este material generados en el mundo fueron reciclados en 2020. La mayoría (49,4%) acabaron enterrados en vertederos y el 22,5% no fueron tratados, lo que supone a la postre la principal fuente de contaminación de la naturaleza. El problema, de nuevo, es que no se aprecia un cambio de tendencia. Para 2040 la tasa de reciclaje seguirá siendo muy baja y apenas alcanzará el 14,2% en el mundo si las cosas siguen como hasta ahora.

La generación de plástico no ha parado en las últimas décadas. En 1950, la producción mundial apenas era de dos millones de toneladas anuales. Tres décadas después, en 1980, se había multiplicado por cerca de 40, hasta alcanzar los 75 millones. En estos momentos se producen ya más de 475 millones cada año y para 2060 la proyección de la OCDE señala que esa cantidad se multiplicará por más de 2,5 si no cambian las cosas.

El problema es que la inmensa mayoría de lo que se fabrica —alrededor del 94%— es ahora plástico primario; es decir, solo un 6% procede del reciclado. Esto se debe a lo fácil y barato que resulta hacerlo, entre otras cosas, porque no están bien trasladados a su precio los costes que su producción y eliminación provocan, por ejemplo, con la contaminación, a la que se acaba haciendo frente con los recursos públicos. Por eso, los países más ambiciosos —hay una coalición de unas 60 naciones, entre las que está la UE— intentan poner el foco en los límites a la producción, sobre todo, de los plásticos que tienen una corta vida y son de un solo uso.

Vayas admite que lograr una posición de consenso sobre este asunto es uno de los principales retos de la negociación. En la resolución de 2022, que fue apoyada por 175 países en el seno de la ONU, se abogaba por que el tratado tuviera en cuenta el ciclo de vida completo de los plásticos. Pero Vayas admite que definir ese ciclo completo está resultando complicado por las implicaciones que puede tener para la producción. Los países menos ambiciosos quieren que las medidas se circunscriban a la contaminación. Y, como explica García, se han creado “dos bloques” con “visiones antagónicas”, lo que complica las conversaciones. “Esta es una negociación compleja, pero estoy seguro de que se logrará un acuerdo”, afirma por su parte Vayas.

Aggarwal-Khan, además de insistir en la necesidad de limitar el plástico primario, advierte de que el futuro acuerdo “no va a funcionar a menos que también se aumenten las inversiones en la gestión ambientalmente racional de los residuos, la recogida, el transporte, el reciclaje y la eliminación final de cualquier plástico que no pueda reciclarse”. Además, también se deben incluir objetivos de “reducción de sustancias prohibidas”, otro de los puntos de conflicto.

García considera difícil que a finales de 2024 esté el texto. “Creo que el mandato de tiempo era muy ambicioso”, explica sobre los poco más de dos años y medio que se fijaron en la resolución de marzo de 2022. Además, recuerda que aún está abierto el debate sobre cómo se deben dirimir las disputas —por consenso o votando los delegados de los países y con mayorías— en el seno del tratado. Esto dificulta todavía más que se pueda rematar en plazo. Pero, independientemente de que se tenga que optar por una prórroga, 2024 se cerrará hablando de nuevo de plástico.

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Sobre la firma

Manuel Planelles
Periodista especializado en información sobre cambio climático, medio ambiente y energía. Ha cubierto las negociaciones climáticas más importantes de los últimos años. Antes trabajó en la redacción de Andalucía de EL PAÍS y ejerció como corresponsal en Córdoba. Ha colaborado en otros medios como la Cadena Ser y 20 minutos.
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