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Boeing vs Space X: la carrera hacia la órbita baja

El segundo intento de que la cápsula Starliner se acople a la Estación Espacial se produce después de dos años de ajustes

Fotografía cedida por Boeing donde aparece Rosie the Rocketeer, su dispositivo de prueba antropométrica, dispuesta en el asiento del comandante dentro de la nave espacial CST-100 Starliner de la compañía para su segunda prueba de vuelo orbital no tripulado (OFT-2).
Fotografía cedida por Boeing donde aparece Rosie the Rocketeer, su dispositivo de prueba antropométrica, dispuesta en el asiento del comandante dentro de la nave espacial CST-100 Starliner de la compañía para su segunda prueba de vuelo orbital no tripulado (OFT-2).Cortesía (EFE/Boeing)
Rafael Clemente

El lanzamiento de la nueva cápsula tripulable Starliner, realizado a las 18.54, hora de la costa este en EE UU (00.54, hora peninsular española) de este jueves, es el segundo intento de certificar el esfuerzo de Boeing por competir con Space X en el transporte de astronautas a órbita. El primero fue a finales de 2019, cuando ambas empresas iban codo con codo en esa carrera. Pero, entonces, la misión no fue bien. La Starliner (bautizada Calypso, como el buque oceanográfico de Jacques Cousteau) entró en órbita, pero no consiguió acoplarse a la Estación Espacial Internacional. Problemas de software.

Hizo falta año y medio para resolver todos los inconvenientes que presentaba la primera versión de la cápsula. El segundo vuelo se planificó para el verano de 2021, pero, cuando todo parecía a punto y el vehículo ya estaba en la plataforma de lanzamiento, se descubrió un nuevo inconveniente: 13 de las válvulas del sistema de propulsión estaban atascadas.

La causa del problema se atribuyó al clima casi tropical de Cabo Cañaveral. No por la humedad en sí, sino porque el vapor de agua reaccionaba con un componente del combustible (tetróxido de nitrógeno) para producir ácido nítrico. Corroía el teflón de los sellos de las válvulas y las piezas metálicas hasta dejarlas enclavadas. La reparación era tan laboriosa que Boeing decidió sustituir todo el módulo de propulsión. Si se hubiese tratado de un automóvil, era como cambiarle todo el motor.

Aparte del coste de la reparación, Boeing hubo de contratar un nuevo cohete para repetir el lanzamiento. En total, unos 600 millones de dólares para un proyecto que estaba perdiendo la carrera frente a la empresa de Elon Musk. La cápsula de Space X ya está plenamente aprobada para misiones tripuladas: ha llevado cuatro tripulaciones a la Estación Espacial más un par de vuelos chárter para clientes privados.

Abandonado el uso de las cápsulas Soyuz rusas, la NASA tiene establecidos contratos con ambas compañías para cubrir los servicios de “taxi” a la Estación Espacial. Boeing se llevó la parte del león: 4.400 millones de dólares por seis vuelos; Space X es mucho más económico, gracias a que utiliza sus propios cohetes recuperables: 3.500 millones por nueve lanzamientos.

La misión actual es, en esencia, un ensayo de ingeniería. Lleva algo de carga a la ISS: un par de cientos de kilos de suministros, pero el verdadero objetivo es verificar que puede realizar el ensamblaje en modo automático y que, una vez unida a la estación, no habrá incompatibilidades serias.

El encuentro automático es una técnica que los rusos han dominado desde hace más de 50 años. Sus envíos de cargueros Progress, primero a la estación Mir y luego a la ISS, son ya operaciones de rutina. En cambio, los americanos siempre han preferido que fueran astronautas quienes dirigiesen la operación de forma manual. Solamente las Dragon de Space X y, ahora, la Starliner están preparadas para hacerlo sin intervención del piloto.

Al ser una maniobra muy delicada, todas las precauciones son pocas. La Estación Espacial está rodeada de una serie de esferas virtuales en las que no se permite la entrada de ningún vehículo hasta que se haya verificado que todos sus sistemas funcionan correctamente. La primera abarca tres kilómetros alrededor de la ISS; la segunda, dos. La de “prohibido el paso” son 200 metros. Todas las cápsulas han de detenerse ahí antes de recibir la autorización final para el atraque. Si tiene usted curiosidad sobre cómo se realiza esta última fase, Space X ofrece un simulador muy realista en esta web. Reproduce prácticamente el mismo software que llevan los astronautas a bordo de las cápsulas Dragon.

Tanto la Starlink como la Dragon están diseñadas para operaciones en órbita baja. Para viajes más largos, a la Luna, por ejemplo, se utilizará la Orión, a la que alguien definió como “un Apolo en tratamiento de esteroides” por su parecido con la nave lunar de los años sesenta.

El vuelo inaugural del Orión quizá tenga lugar en junio, aunque no es seguro, ya que el cohete portador aún tiene que pasar su prueba de estanqueidad. Se trata de llenar sus depósitos de combustible a bajísimas temperaturas. El frío hace contraer la chapa y revela fisuras que de otro modo serían inapreciables. Es lo que ocurrió hace unas semanas, cuando hubo que devolver cohete y cápsula al edificio de montaje para reparaciones.

Rafael Clemente es ingeniero industrial y fue el fundador y primer director del Museu de la Ciència de Barcelona (actual CosmoCaixa). Es autor de ‘Un pequeño paso para [un] hombre’ y ‘Los otros Apollo’ (Libros Cúpula).

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Sobre la firma

Rafael Clemente
Es ingeniero y apasionado de la divulgación científica. Especializado en temas de astronomía y exploración del cosmos, ha tenido la suerte de vivir la carrera espacial desde los tiempos del “Sputnik”. Fue fundador del Museu de la Ciència de Barcelona (hoy CosmoCaixa) y autor de cuatro libros sobre satélites artificiales y el programa Apolo.

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