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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Vamos a querernos mucho

La ‘ética de los cuidados’ tiene en cuenta la situación de cada persona y se basa en la responsabilidad para con los demás. Si además nos queremos será estupendo

Sara Berbel Sánchez

Por motivos profesionales he asistido a diversos actos públicos en las últimas semanas. En todos ellos, sin excepción, la palabra empoderamiento ha sido mencionada en alguna ponencia. La ha seguido en frecuencia, aunque no tan masivamente, alguna alusión a la política de los cuidados. Nada que objetar a la aparición de nuevos conceptos; tan solo quiero poner en cuestión la mayor o menor fortuna de su utilización respecto a su significado original.

Las llamadas “nuevas políticas” han popularizado conceptos poco conocidos que explican su esencia e inspiran su desarrollo. El uso masivo de los nuevos términos ha permitido su incorporación a la práctica diaria, pero, al mismo tiempo, el acceso a la fama puede restarles potencia transformadora. Veamos qué ocurre con los dos ejemplos que encabezan este artículo.

“Ella está empoderada” o incluso “Está demasiado empoderada” oímos con frecuencia cuando se habla de una persona que ha actuado con fuerza y determinación, o en sentido negativo, con cierta tiranía y autosuficiencia. En realidad, esta acepción cercana a la autoestima, la asertividad o la seguridad en sí misma, poco tiene que ver con el concepto de empoderamiento en clave política. El uso masivo ha conducido al “empoderamiento” a una especie de significado psicológico individual según el cual, una persona está empoderada cuando tiene una fuerte creencia de que va a triunfar y confianza ilimitada en sus posibilidades, actitud que exhibe pública y notoriamente.

De entrada, el empoderamiento nunca puede darse “en demasía” ya que se trata de un proceso según el cual las personas adquieren un mayor control sobre sus propias vidas, de acuerdo con las condiciones socioestructurales en que se desarrollan. El empoderamiento daría como resultado un estado óptimo en relación a las circunstancias vitales. No se puede estar “demasiado empoderado” igual que no se puede tener “demasiada salud”. En el caso citado, quien habla está refiriéndose a una actitud arrogante o soberbia, que nada tiene que ver con el empoderamiento.

En realidad, el empoderamiento surge de movimientos pro-derechos norteamericanos y de las practicas comunitarias del pedagogo brasileño Paolo Freire. La idea es que los grupos marginados por la sociedad deben adquirir el poder al que tienen derecho para cambiar sus condiciones vitales. El empoderamiento consiste, en su origen, en adquirir derechos. Parte, por tanto, de un proceso social, un empoderamiento colectivo que permita a todas las personas sentirse como iguales en un mundo profundamente injusto y desigual. Conducirlo a una acepción de corte individualista y psicologista de tipo "autoayuda" le resta potencia y capacidad de cambio social.

Por su parte, la política de los cuidados (del inglés care policies) no alude a un aspecto sentimental y afectivo entre las personas, sino que se basa en una teoría ética y económica, formulada, entre otras, por Carol Gilligan y los estudios de economía feminista. Personas de diferente signo político han ubicado este concepto en el terreno de la relación afectiva. Ustedes recordarán frases como “Intentaremos primero el amor y los cuidados y, si no funcionan, habrá que tomar otras decisiones” o “Cuídemonos mucho unos a otros” o una de las más repetidas para intentar solventar conflictos internos en diferentes partidos “Vamos a querernos mucho”, siempre ligadas explícitamente al concepto de “cuidados”, e incluso, recientemente, a la práctica de este comportamiento por parte de nuestras madres.

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Cuando Carol Gilligan expuso su teoría sobre la “ética del cuidado” trataba de mostrar la necesidad de colocar en el centro de las políticas a los seres humanos y no los beneficios económicos o los derechos abstractos y supuestamente justos que preconiza la “ética de la justicia”. Esta última, dominante en occidente desde la Ilustración, serviría para resolver los conflictos mediante consenso y de forma universal pero, una vez más, se refería solo a lo masculino y dejaba fuera todo el mundo de la responsabilidad sobre los otros, el trabajo de cuidados realizado históricamente por las mujeres sin remuneración ni reconocimiento alguno.

La “ética de los cuidados” tiene en cuenta las particularidades de cada persona y se basa en la responsabilidad para con los demás, convirtiendo a las personas en protagonistas y centro de todas las actuaciones. Si además nos queremos será estupendo pero, por si acaso, construyamos una sociedad donde el centro político y económico sean las personas y sus necesidades a lo largo de la vida, más allá de nuestra capacidad afectiva individual.

Sara Berbel Sánchez es doctora en Psicología Social.

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