Sobre la (in)mutabilidad del arte
Los videojuegos se van integrando en el ecosistema cultural actual con todo lo que ello implica. También los inevitables peajes
Despistada, como quien no quiere la cosa, sobre una mesita en un recibidor de un importante estudio desarrollador de la ciudad sueca de Malmö reposaba un reciente número de la revista de videojuegos Gameinformer, que le dio por ojear a quien esto escribe. No era un número al uso, era (el de marzo) uno de esos números periódicos que las publicaciones periódicas consagran a los rankings. A veces justos, a veces caprichosos, algunas veces despistados pero siempre interesantes, estos formatos en principio deportivos han ido colonizando el imaginario cultural hasta empaparlo de una dinámica competitiva de la que, no nos engañemos, es muy difícil a veces escapar.
En el caso de Gameinformer, además, esa cosmovisión deportiva quedaba acentuada por el formato escogido: un cuadro de torneo deportivo, con dos conferencias en las que, en cruces directos, los 200.000 votantes escogían al vencedor entre, por ejemplo, Red Dead Redemption 2 y Super Mario 64, o entre Portal 2 y Super Metroid. Así, los octavos se convertían en cuartos, los cuartos en semifinales y las semifinales se convertían en la gran final, que enfrentó a The Elder Scrolls V: Skyrim con The Legend of Zelda: Ocarina of Time, de la que salía vencedor este último juego, de 1998, en una elección que puede admitir discusión, pero a duras penas una oposición frontal.
Como no se puede abusar de este formato sin que pierda impacto, la última votación similar databa de 2018, cuando la revista coronó a The Witcher 3: Wild Hunt y dejó, sorprendentemente (o no) al propio Ocarina of Time en tercera posición, tras The Last of Us. Es curioso porque todos esos juegos eran, claro, exactamente iguales entonces y ahora. Curioso por eso y porque, bien mirado, es una chorrada como un piano ponerse a comparar obras creativas, a ver cuál es mayor obra maestra. Pasa con todo: con el cine, con los libros, con la música; cada vez más el marco mental colectivo vira hacia la jerarquización. Por asociación con los eSports habrá quien diga que los videojuegos son competitivos y que, por tanto, un ranking les pega más a ellos que a las películas, los pintores o las novelas, pero no es cierto: ninguno de los juegos en liza era siquiera multijugador; todos eran narrativos y para una sola persona.
La prestigiosa revista Sight and Sound nombró en 2022 como mejor película de la historia a Jeanne Dielman, 23, Quai du Commerce, 1080 Bruxelles. Vamos, la revista no, los 1.600 especialistas consultados y que constituían, como decía el meme, la totalidad de espectadores de la película. Unos meses después, la sacrosanta Variety hacía lo propio y coronaba a Psicosis, pero de aquello nadie se enteró porque seguían recuperándose de lo de Jeanne Dielman. Quiere señalarse aquí una deriva cultural que no solo coge algunos vicios del deporte (la competitividad extrema en un medio que no tiene por qué competir) sino también de cierta prensa (cuanto más escandaloso sea el titular, más ruido hará). Al menos, por ahora la juventud de los videojuegos como medio los libra de las excentricidades. Pero al tiempo: no está lejos el día en que, por acaparar titulares, alguna publicación diga que el mejor juego, el más mejor juego jamás hecho, aunque no se hayan dado cuenta los simples mortales, es el Duke Nukem. O el Candy Crush.
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