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‘Mediodía en el tiempo’: las leyes del deseo

En su nueva novela, José María Guelbenzu ensancha y ahonda la radical indagación sobre la vida y la conciencia de uno mismo de sus títulos anteriores

Mediodia en el tiempo
El autor José María Guelbenzu visto por Sciamarella.SCIAMMARELLA

“¿Sabes por qué solo se cuentan dramones y nadie escribe sobre la felicidad?”, le pregunta a Alberto su amigo Belarmino. Y acto seguido se lo explica: porque no tiene drama, no es un estado, “es un espacio temporal entre dos ilusiones”, “un tiempo muerto entre escenas de acción”.

Este diálogo —aquí resumido— condensa el núcleo del haz narrativo que anuda las múltiples líneas que José María Guelbenzu trenza en Mediodía en el tiempo, novela con la que ensancha y ahonda la radical indagación sobre la vida y la conciencia de uno mismo que abordaba en títulos inolvidables, protagonizados por personajes de su misma generación. Sirve también para definir la propia estructura de la novela —que alterna la narración, y las voces narrativas, con la representación directa mediante escenas dialogadas o soliloquios— y el modo en que avanza la historia. Y a la vez aclara o fundamenta el sorprendente arranque —los impulsos eróticos de unos lactantes—, que a menudo retorna como leit motif, pues del deseo —su naturaleza, su fuerza o su perversión— trata Mediodía en el tiempo.

Centrada en la trayectoria de cuatro jóvenes cuya amistad se forjó a mediados de los años sesenta, el arco cronológico cubre desde los años cuarenta hasta los albores del siglo XXI. Alberto Remolín es el personaje que funciona como eje de la narración. De una familia humilde, que bracea contra las circunstancias adversas y logra mandar a su hijo a la universidad, Alberto conseguirá en parte lo que se propone: satisfacer su “impaciencia sexual” en aquel país mojigato e hipócrita y “salir de la pobreza” ocupando un puesto directivo en un gran grupo editorial, experiencia que le lleva a desear la fama y el éxito, y a escribir una novela (lo que Guelbenzu aprovecha para revisar ácidamente nuestro panorama cultural, colonizado por los semicultos). Alberto es hermano de leche de Pedro Casabuena, vástago de una familia de rancio abolengo y bien instalada en el régimen, con todo ya dado o hecho desde la cuna, ejemplo de indolencia y hastío, que aspira a “dejar pasar el tiempo por el método menos costoso, el de no hacer nada”. Con Pedro mantendrá Alberto los lazos anudados en la infancia, compartiendo fantasías y amistades. Entre éstas, la de Ignacio Estepar, perteneciente a la burguesía vasca, educado en Inglaterra y Deusto, pragmático y escéptico, encantador aunque arrogante, y buen olfateador de lo conveniente. Y la de Belarmino Álvarez el feo, hijo de una familia ovetense de cierta prosapia, lector voraz y culto, siempre en busca de la manifestación de la belleza, que acabará siendo el más leal y fiable de los tres.

Son “jóvenes convencidos por el mito del progreso y de la dialéctica”, sacudidos por el mayo del 68 y sus esperanzadores ideales —por los que algunos lucharon como entusiastas pero otros como cínicos—, cooperadores necesarios en la Transición, que encaran la recta final de sus vidas ya sin espejismos ni telarañas ideológicas, con un moderado escepticismo y hasta descreimiento, revisando las sendas transitadas y muy especialmente sus relaciones con las mujeres, los deseos que les mueven hacia ellas. Tal indagación se articula desde la memoria —”la verdadera defensa contra el paso del tiempo”—, y no desde la nostalgia —que todo lo tiñe de sentimentalismo—, en abundantes pasajes introspectivos que agregan densidad y profundidad a la novela y la convierten en una lúcida aventura interior —que también al lector le obliga o le ayuda a volverse sobre sí mismo— hasta horadar en su deriva última: la abulia y la degradación final de Pedro, la labilidad moral de Ignacio y su cobardía acomodaticia, el drástico cambio de Alberto al frente de una modesta librería, la persistencia de Belarmino en su búsqueda de la belleza porque ésta es la permanencia y lo que da sentido frente a la inseguridad en que vive el hombre moderno, aun siendo consciente del dilema de oponer acción y contemplación.

El tiempo, esa maldita convención que pauta y mide nuestra existencia, es el otro gran tema, asesiado desde múltiples aristas sus relaciones con la belleza o la melancolía, su paso inexorable y el poder corrosivo de éste, las irreparables pérdidas que nos deja, la consunción a que nos aboca… pero también la necesidad de alcanzar momentos felices. Hallar el sentido del tiempo es la aspiración suprema. Y pese a las zozobras y fracasos de tal empeño, prevalece una certeza: hay un momento —afirma Belarmino— “en el que el tiempo se comporta como el sol en su cenit, uno sólo, que se aparece per se […] y nos muestra tal como somos, enteros, íntegros sin la adición de la sombra”. Cierto que ese momento pasa y que el tiempo nos devuelve nuestra sombra, pero entonces otra vez “nos volvemos a poner en el camino de la conciencia y de la memoria”.

Una hermosa epifanía cuyo sentido sin duda pervivirá tras la lectura de Mediodía en el tiempo.

Portada de ‘Mediodía en el tiempo’, de José María Guelbenzu.

Mediodía en el tiempo

José María Guelbenzu
Siruela, 2023
425 páginas. 22,95 euros

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