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Lo nuevo de Sufjan Stevens, Mitski, Troye Sivan, Corinne Bailey Rae y otros discos del mes

Los críticos musicales de ‘Babelia’ seleccionan los álbumes más destacados de las últimas semanas

Sufjan Stevens, en un collage realizado por Evans Richardson, compañero del cantante, fallecido en abril pasado. Cortesía de Asthmatic Kitty Records.
Sufjan Stevens, en un collage realizado por Evans Richardson, compañero del cantante, fallecido en abril pasado. Cortesía de Asthmatic Kitty Records.Evans Richardson
Laura Fernández

Sufjan Stevens, el hombre invisible

Por Laura Fernández
Detalle de un retrato promocional del músico Sufjan Stevens, 'Javelin'

Sufjan Stevens 

Javelin 
Asthmatic Kitty / Popstock!

Por más lisérgico, disonante, electrónico, barroco y críptico que se muestre —ahí están los recientes e inexplicables cinco volúmenes de Convocations (2021), música de un futuro que tal vez no exista—, la sensación es que Sufjan Stevens, de alguna forma, se disuelve en cada nuevo disco que publica. Cada tema es, literalmente, un pedazo de sí mismo. O, se diría, contiene una parte de su alma, y es una parte en extremo vulnerable y poderosa a la vez. Algo minúsculo que, terriblemente dañado, sana, crece, se vuelve gigantesco y para siempre indestructible cuando toma forma de canción. Y podría decirse que todo eso nunca ha sido más evidente que en su nuevo álbum, el liberador, triste, redentor y luminosamente compasivo, apenado y magistral Javelin.

Grabado solo en su casa con gran delicadeza —la misma con la que crece un primer corte, ‘Goodbye Evergreen’, que se erige en clásico instantáneo del álbum—, junto a un puñado de colaboradores amigos, como el guitarrista de The National, Bryce Dessner, que vive en la misma manzana, Javelin se interna en el inagotable mundo interior del de Detroit, extrayendo gemas capaces de dar sentido a toda su carrera, y a una manera de estar en el mundo, como la enorme ‘Shit Talk’. Sufjan entrega las armas en un majestuoso corte de más de ocho minutos, repitiéndose que no piensa luchar —”I don’t wanna fight at all”, se dice—, orgulloso de no hacerlo, feliz de no participar, de perder para el resto pero no para él.

Hay una paz inmensa en ese cierre —que precede al cristalino y hondo tributo a Neil Young: ‘There’s a World’, el corte de Harvest, suena a descarte de Carrie & Lowell, el álbum de duelo por sus padres, de un aterciopelado altfolk, que más puntos en común tiene con este—, y en canciones, casi fábulas, como la expansiva ‘My Red Little Fox’. No hay forma de saber a ciencia cierta de qué forma impactó la muerte de su novio, Evans Richardson, en la concepción o la producción de Javelin. El artista le dedica el álbum, y hay en él preguntas sin respuesta como ‘Will Anybody Ever Love Me’? —”¿me querrá alguien alguna vez?”—, que parecen disparos de dolor, bellísimamente domesticados, e íntimamente relacionados con su pérdida.

Y lo cierto es que el disco del hombre que nació invisible y que así se sigue considerando —eso dice de sí mismo en ‘So You Are Tired’— es puro paisaje emocional. Y que la tristeza que, en Carrie & Lowell, se tenía a sí misma por un esbozo de un algo insoportable, aquí despliega sus alas y construye una nueva cima en la carrera de Stevens, puede que la más alta, aunando y llevando más lejos el furor contenido de ‘Chicago’, en aquella época, digresiva y antológica, de su ambicioso Illinois (2015). Lo hace a través de una intimidad poderosísima, la de aquel que trata de cerrar la herida, todas las heridas, frente a los demás. Porque es así, y no de otra manera, como se comunica con el mundo y consigo mismo.

Mitski, elegancia retro

Por Xavi Sancho
This cover image released by Dead Oceans shows "The Land Is Inhospitable and So Are We" by Mitski. (Dead Oceans via AP)

Mitski

The Land Is Inhospitable and So Are We
Dead Oceans/Popstock!

Mitski es una de aquellas artistas muy conocidas en ámbitos muy restringidos. Tanto que, hace un par de años, tras entregar su disco Laurel Hell, un artefacto maravilloso cargado de sintetizadores ochenteros y tristeza post coitum, la artista japonesa afincada en Nashville declaró que lo dejaba, que no podía con la fama. Quienes la conocían y le acababan de regalar su primer éxito en las listas estadounidenses no daban crédito. Quienes no la conocían tienen ahora una nueva oportunidad para familiarizarse con su juego, que no es otro que el del pop lunático, aquel que sostiene una calidad indiscutible gracias al talento, pero que se puede presentar en formas casi dispares según el momento emocional en que se halle su creadora. Mitski estaba muy enfadada en Laurel Hell. Ahora, en cambio, parece estar en paz consigo misma, hasta el punto de atreverse de nuevo a bromear con sus dudas y con lo ridículos que nos podemos llegar a sentir los humanos de tanto proyectar nuestras inquietudes esperando algún tipo de respuesta coherente a nuestros balbuceos sin sentido.

Así, el disco está repleto de momentos en los que Mitski flirtea con el terreno de lo manido, pero termina saliendo airosa de casi cada envite en el que se ha metido, recordémoslo, ella solita. Estamos hablando de un disco en el que se describe una ruptura sentimental dramática, para a renglón seguido celebrarla porque nos acaba de dar la opción de poder ir por casa desnudos. Y lo hace con una aproximación musical que deja atrás lo sintético y lo ochentero para abrazar a Gram Parsons, a Lee Hazlewood y Nancy Sinatra, a Glen Campbell, incluso a Phil Spector. Hay ritmos de vals, hay orquestaciones suntuosas de aquellas que se grababan en estudios revestidos de madera y cocaína en el Los Ángeles de Harry Nilson. Hay melodías que fluyen y coros infantiles. Hay elegancia retro, la que nace de un gusto impecable y un talento que no necesita sentirse original para brillar. Hay un poso que sabe un pelín amargo, del que a veces apetece beberse de un trago; otras, simplemente echar un chorro a una sala a ver qué sale.

La metamorfosis de Corinne Bailey Rae

Por Iñigo López Palacios
Portada de Corinne Ray Bailey, 'Black Rainbows' (Thirty Tigers/Sony).

Corinne Bailey Rae 

Black Rainbows 
Thirty Tigers / Sony

Cuatro discos en 17 años. Sus apariciones son tan esporádicas que el nombre de la cantante británica Corinne Bailey Rae te suena, pero cuesta recordar de qué. De hecho, tras escuchar Black Rainbows lo lógico es pensar que no es quien creías. ¿De verdad esta chica es quien firmaba ‘Put Your Records On’, agradable, pero inocua, en 2006? Lo es, aunque ahora recuerde en una canción a los Radiohead más ruidosos de la etapa de Kid A y en otra recuerde a pioneras del pospunk como ESG. Su nuevo álbum está inspirado por lo que llama una “metamorfosis personal” motivada por su descubrimiento del Stony Island Arts Bank, un archivo de Chicago que rescata la memoria de olvidadas personas de color. Bienvenidos sean los cambios si son así.

Lydia Loveless, un nuevo ‘look’

Por Fernando Navarro
Portada de Lydia Loveless, 'Nothing’s Gonna Stand in My Way' (Bloodshot)

Lydia Loveless 

Nothing’s Gonna Stand in My Way Again 
Bloodshot

Lydia Loveless apareció en 2014 en el country-rock como un pequeño huracán con el disco Somewhere Else. Un trabajo con el que se hizo fuerte como una voz repleta de pundonor y sonidos de carretera aguerridos, entre la euforia y el dolor masticado, consolidados en 2016 con otra gran obra como Real. Con su timbre desgarrado y sus guitarras afiladas, siempre habitó en ella un corazón algo punk. Ahora, ofrece un cambio bien interesante. Suena más pop, menos acelerada y con un atractivo toque new wave, incluso power-pop como en ‘Do the Right Thing’. Como si hubiera cambiado las botas por las Converse y, de paso, se hubiera puesto mechas coloridas. Más cerca de Amanda Shires que de Lucinda Williams. El nuevo look le sienta muy bien.

Bailando con Troye Sivan

Por Beatriz G. Aranda
Portada de Troye Sivan, Something to Give Each Other (Universal).

Troye Sivan 

Something to Give Each Other 
Universal

El australiano Troye Sivan, ya asentado como estrella global del pop y también como icono LGTBI+, publica su disco particular de liberación pospandémica. Se trata de un festivo artefacto donde la narración se centra en la celebración del estar juntos, sobre todo si es bailando al ritmo de un house excesivamente coloreado, en la línea de los trabajos de Bruno Mars, y en un contexto fluido, abierto y sexual. Apoyado en la composición por nombres omnipresentes en la música comercial, como Oscar Görres (Taylor Swift, Sam Smith) e Ian Kirkpatrick (Dua Lipa), el disco despega cuando la producción se vuelve más funk, como en ‘What’s The Time Where You Are’ o en ‘Silly’, que en los publicitados singles que han sido ‘Rush’ o ‘One of Your Girls’.

Travis Birds transmite verdad

Por Carlos Marcos
Travis Birds, ‘Perro deseo’

Travis Birds 

Perro deseo 
Calaverita Records

La música de la madrileña Travis Birds no da opción a que se escuche mientras se realiza otra actividad. Este disco, el tercero de su carrera, no es de esos. Posee una textura vocal que te atrapa por su vehemencia y una propiedad que muchos quisieran y a solo algunos se le ha concedido: transmitir verdad. Es poner el disco, cerrar los ojos y disfrutar del camino. Lo que cuenta con esa voz tan personal contribuye al ensimismamiento del oyente: historias de deseos, ya sean carnales o imaginarios, que también vale. Ya tenemos un hilo conductor seductor, ahora hay que ponerle música y Birds apuntala su propuesta tocando sin planes: puede sonar un poco latino, o aflamencado, o rock. Un disco sensacional.


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Sobre la firma

Laura Fernández
Laura Fernández es escritora. Su última novela, 'La señora Potter no es exactamente Santa Claus' (Random House), mereció, entre otros, el Ojo Crítico de Narrativa y el Premio Finestres 2021. Es también periodista y crítica literaria y musical, y una apasionada entrevistadora de escritores y analista de series de televisión.
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