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‘La llama de Focea’: Lorenzo Silva y las series bien llevadas

La decimotercera entrega del ciclo protagonizado por el guardia civil Bevilacqua muestra las virtudes de una apuesta sostenida durante un cuarto de siglo

La llama de Focea
Lorenzo Silva, en su biblioteca en septiembre.Nico Camino
Juan Carlos Galindo

El género negro tiene en las series de novelas protagonizadas por un mismo policía o detective un arma de doble filo: atraen al público y fidelizan, pero también es complicado sostenerlas en el tiempo, no repetirse, llegar con fuerza siquiera a mitad de camino. Casi 25 años y 12 novelas después de la publicación de El lejano país de los estantes, Lorenzo Silva ha conseguido mantener el vigor de las aventuras protagonizadas por el subteniente de la Guardia Civil Rubén Bevilacqua, Vila, con la inestimable ayuda de la sargento Virginia Chamorro.

“El pasado no se cierra nunca, se acarrea”, asegura Bevilacqua en El mal de Corcira, duodécima novela de la serie en la que Silva mezclaba una investigación presente con los tiempos en los que su héroe combatió a ETA en Guipúzcoa. El cambio era notable, porque el autor se proponía contarnos la construcción del personaje más allá de alguna referencia cruzada, con capítulos enteros dedicados a sus peripecias de juventud en la Guardia Civil, sus años de formación y endurecimiento vital y profesional. Esa apuesta ha seguido en La llama de Focea (Destino, como todas las de la serie) en la que la investigación del asesinato de una joven catalana en el Camino de Santiago se entrelaza con la época en la que Vila desempeñó sus funciones en la Barcelona preolímpica. Es un recurso que puede parecer fácil (meter una historia dentro de otra, darle al lector 200 páginas más, como ha ocurrido en estas dos últimas entregas) pero no es así. El Vila del principio no puede ver, pensar o actuar como el de ahora, más veterano, leído y redicho, un poco pedante incluso, como reconoce él mismo en un gesto de autoironía, uno de los rasgos que salvan a un personaje que, de lo contrario, podría ser irritante. Para los lectores de la serie, es divertido ir atando cabos, conociendo a los personajes que habitan este mundo y las razones de su destino. Aquí descubrimos, por ejemplo, el inicio del descenso a los infiernos del sargento Robles, maestro de Vila, cuya muerte se investiga en La marca del meridiano. Cabe preguntarse hasta qué punto tenía Silva pensado el gran esquema que une todas las novelas.

En La llama de Focea Silva vuelve a probar que cuenta con una sólida armadura estructural que le permite, sin malabarismos, unir un tiempo con otro, la trama pasada con la actual y cerrar las novelas con oficio. Silva cultiva una novela policial reflexiva, con gusto por el procedimental impecable e investigaciones que marchan a su ritmo. Aquí no hay un solo tiro que no se hubiera dado en la realidad, no se busca el espectáculo, son novelas mucho más ilustrativas de un tiempo y un mundo que emocionantes. El autor de Los cuerpos extraños lo tiene claro y manda incluso un mensaje a través de las lecturas policiales de su personaje, cuyas palabras usa también para ofrecer un pequeño homenaje al añorado Domingo Villar. Hay mucha información y contexto social en las novelas de Silva, también consideraciones políticas, y muchas veces todo eso llega en boca de personajes que hablan mucho y muy bien, quizás demasiado, pero aquí no chirría.

La vida pasa también en las novelas, otro rasgo de doble filo de las series, y aquí vemos a un Vila un poco en retirada, más melancólico, marcado por una historia pasada de amor frustrado en Barcelona, ciudad a la que vuelve. Es un personaje que hila todo con lecturas, más filosófico, que se apoya también en la música, un elemento esencial en la serie que ya se vio, por ejemplo, en Lejos del corazón. Vila está preocupado por el futuro de su inseparable Chamorro, intuye el futuro de su hijo Andrés en la policía judicial o empuja al cabo Arnau a cotas mayores. Él cree en la Guardia Civil, en su entrega, en su misión, a pesar de los sinsabores o del sueldo tirando a escaso. Son, de nuevo, aspectos que sonarían extraños en otro lugar, pero Silva ha conseguido integrarlos. Como ha conseguido también, y esto es más complicado, mantener el interés de la serie y ejecutar con La llama de Focea una de las mejores entregas de las aventuras de Vila. Y todo mientras sale al encuentro de un público masivo sin ceder un ápice en su apuesta.

Portada de La llama de Focea

La llama de Focea

Lorenzo Silva
Destino, 2022
552 páginas. 21,90 euros

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Sobre la firma

Juan Carlos Galindo
Es responsable de la sección de Pantallas y, además, escribe sobre libros en Cultura y Babelia y coordina el blog de novela negra Elemental. Lleva en EL PAÍS desde 2008. 'Hontoria' es su primera novela, publicada por Salamandra en 2023.

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