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‘Los farsantes’, la obra teatral que gusta a todo el mundo

El autor y director Pablo Remón enamora al público con una comedia ingeniosa e inteligente en la que brillan sus cuatro actores: Javier Cámara, Bárbara Lennie, Francesco Carril y Nuria Mencía

Javier Cámara y Bárbara Lennie, en 'Los farsantes'.Foto: LUZ SORIA | Vídeo: CENTRO DRAMÁTICO NACIONAL
Raquel Vidales

Si alguien estuviera buscando una receta infalible para guisar un espectáculo teatral que guste a todo el mundo, Los farsantes sería el modelo. Lo tiene todo: ingredientes de calidad, buenos cocineros y un chef con talento. Apto para todos los paladares. La cuadratura del círculo. Porque Los farsantes es, por un lado, una obra disfrutona en la que te ríes mucho. Dos horas y media largas que pasan volando. Pero además, bajo la aparente ligereza de la comedia ingeniosa, tiene sustancia y una poética sutil que se va revelando a chispazos. Por eso el veredicto del público es unánime: ¡qué bien lo hemos pasado! Poco más puede añadir esta crítica a esa evidencia.

Vamos con el ingrediente base: el texto. Es un puzle que en principio parece fácil de resolver. De esos que llevan pocas piezas y bien grandes. Pero resulta que cuando te pones a hacerlo descubres que tiene muchas más de las que pensabas y que algunas no las puedes encajar hasta que está casi hecho. Así es como está construida esta obra. Con muchas historias que discurren en paralelo, se cruzan por momentos y retumban unas en otras hasta que al final te da el subidón cuando ves el puzle completo. Hay una actriz a la que le va bastante mal en su carrera. Un director de cine de culto que resulta ser su padre y al que nadie produce ya porque sus películas no son rentables. Otro director que admira al anterior y querría ser como él, pero que ha preferido el éxito comercial. El productor de este último. Y unos cuantos personajes más que van apareciendo en diferentes tramas cuyo nexo es que están protagonizadas por “farsantes”: gente que se dedica a interpretar o crear ficciones. Entre ellos se incluye el propio autor de la obra, que se presenta en escena como el mayor farsante de todos.

Ocurre que algunos de esos episodios suceden en la realidad de los personajes y otros en sus sueños. Otros se desarrollan en ese no lugar llamado “metaficción”. Y finalmente, otros transcurren en una cuarta dimensión en la que todas las anteriores se cruzan con la realidad de los espectadores. Dicho así parece complicado, pero no se asusten: todo fluye como si nada. Y la poesía surge precisamente en las intersecciones y las resonancias que se producen entre los diferentes planos y tramas. Como la nieve que cae sobre el escenario cuando menos te la esperas. Nada más subir el telón, la actriz protagonista cuenta al público cómo cuando era pequeña un eclipse de sol le hizo salirse de sí misma por primera vez para contemplar el mundo como un enorme escenario donde cada individuo interpreta un personaje: una ficción inventada para dar sentido a su existencia. También los sueños que experimenta después son relatos que le ayudan a vivir y entenderse. Igual que las historias falsas sobre un hermano muerto que un niño le cuenta a su padre: da lo mismo que no sean verdaderas, lo que importa es que a ambos les sirven para hablar del muerto. Una escena clave que, además, es una de las más emocionantes de la obra. Necesitamos las ficciones.

Hay también escenas descacharrantes. Una en la que vemos a la actriz actuando en un espectáculo infantil. Su delirante incursión en el mundo de las series de televisión. Su encuentro con un camarero filósofo. Las conversaciones entre el director de éxito con su productor. Y muchas otras que no conviene destripar.

Los cocineros. La escenógrafa Monica Borromello muestra una vez más su destreza para meter diferentes tramas en una estructura única dividida en diferentes habitáculos. La iluminación de David Picazo ayuda en las transiciones. Y los actores: son cuatro, pero parece que fueran el triple. Se desdoblan en múltiples papeles sin necesidad de aspavientos. Bárbara Lennie: bien agarrada a su personaje de la actriz, la llena de verdad. Javier Cámara, en un maravilloso regreso a los escenarios después de 12 años volcado en el cine y la televisión: oiga, ¿por qué no hace usted más teatro? Francesco Carril: uno de los mejores actores del teatro español en este momento, se confirma como el rey de la pista. Y Nuria Mencía: despliega aquí su poderosa vis cómica. Todos estupendos y bien compenetrados. Además, se nota que lo pasan bien y lo contagian al público.

Y el chef: Pablo Remón. Autor y director del espectáculo. Como ya vimos en obras anteriores como El tratamiento, Los mariachis o Doña Rosita, anotada, por la que ganó el Premio Nacional de Literatura Dramática en 2021, posiblemente sea el dramaturgo español vivo que mejor maneja los diálogos. No solo por el ritmo y la chispa que les imprime, sino por la audacia con la que los ordena. Y una sensibilidad plenamente contemporánea. Ingenio, inteligencia, estructura y una pizca de locura. La receta puede ser buena, pero hay que saber cocinarla. Y Remón sabe.

Los farsantes

Texto y dirección: Pablo Remón. Reparto: Javier Cámara, Francesco Carril, Bárbara Lennie y Nuria Mencía. Teatro Valle-Inclán. Madrid. Hasta el 12 de junio.

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Sobre la firma

Raquel Vidales
Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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