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‘Animal negro tristeza’: teatro bello, terrible e impactante

Julio Manrique hace arder el escenario en su vibrante puesta en escena del texto de la alemana Anja Hilling

Critica Animal negro tristeza
Una escena de 'Animal negro tristeza'.DAVID RUANO
Raquel Vidales

Este espectáculo contiene las escenas más impactantes de lo que llevamos de temporada en España. Suceden en la parte central de la obra, cuando sus protagonistas se despiertan sobresaltados en mitad de la noche en el bosque donde han acampado después de disfrutar de una barbacoa, asaltados de pronto por un calor asfixiante. Al abrir los ojos comprenden que ese calor sobrevenido se debe a un incendio infernal que parece haberse originado justo donde encendieron su hoguera. Pero esa cuestión no entra en sus preocupaciones en ese momento. Lo que vemos los espectadores es cómo cada uno atraviesa esos primeros minutos en los que toman conciencia de lo que está pasando. Cómo lo experimentan físicamente. Los pensamientos y las emociones que les asaltan de manera simultánea y desordenada. El desconcierto, la angustia, el espanto. Lo vivimos casi como si fuéramos uno de ellos. Ese instante en el que te das cuenta de que la catástrofe esta vez te ha tocado a ti. Que está pasando de verdad. Y que puedes morir. El miedo absoluto. Y el siguiente segundo en el que el cuerpo se pone en marcha instintivamente para intentar sobrevivir.

Lo asombroso es cómo todo eso se expande como un magma por el patio de butacas. Y quema. No es nada fácil conseguir que un espectáculo penetre de manera tan sensorial. Ocurre aquí gracias a la simbiosis perfecta de todos los elementos que se conjugan. Las palabras, los cuerpos, la música, los ruidos, el espacio. Las palabras las escribió en 2007 la dramaturga alemana Anja Hilling. Un texto bello y terrible. Sobrio, sin una palabra de más, pero cargado de poesía. El propio título es así: Animal negro tristeza. Julio Manrique dirige esa puesta en escena en la que todo suma: la escenografía de Alejandro Andújar, las coreografías de Ferran Carvajal, los vídeos de Francesc Isern, las luces de Jaume Ventura, el sonido de Damien Bazin, el vestuario de Maria Armengol. Y los actores Mireia Aixalà, Joan Amargós, Màrcia Cisteró, Norbert Martínez, Jordi Oriol, Mima Riera, David Vert y Ernest Villegas.

Los protagonistas son dos parejas heterosexuales y una homosexual. Una de ellas lleva un bebé. Antes los hemos conocido un poco. Son un grupo de urbanitas snobs que salen al campo para “disfrutar de la naturaleza”. Una modelo, el dueño de la agencia que la representa, una fotógrafa, un cantante, un arquitecto y un artista. No nos caen bien. Parece que son amigos, pero cada diálogo es una competición. Se lanzan dardos mientras aseguran alegrarse de estar todos juntos en ese lugar “tan bonito”. Manrique añade al texto original dos narradores (Màrcia Cisteró y Norbert Martínez) que intercalan sus intervenciones de forma tan rítmica que funcionan como una especie de conciencia sonora: ella lo hace con palabras; él emite sonidos, música e imágenes.

En esa primera parte del espectáculo la atmósfera en el escenario es clara. La luz es verde, se oyen pájaros y otros sonidos de la naturaleza. En una gran pantalla al fondo se proyectan imágenes de bosques sobre las que a menudo se superponen vídeos que amplifican en directo los gestos de los personajes mientras hablan. Todo parece fluido, pero hay en el ambiente algo extraño que presagia la tragedia. Hasta las conversaciones que mantienen los protagonistas parecen augurarla. Y de pronto, todo se vuelve rojo. Ruido y furia. El tiempo se detiene para recrearse una y otra vez en los primeros minutos de la catástrofe. Para poner una lupa sobre cada personaje. Uno detrás de otro, asistimos a su batalla contra la muerte en una especie de deconstrucción física y emocional de su vivencia. Como si estuviéramos viendo a cámara lenta su devastación, que se produce de manera simultánea a la de la naturaleza. El paralelismo se revela en medio del caos como una maldición.

Es tremendo el despertar de la madre de la bebé. Cómo lucha contra la asfixia que no le deja respirar ni moverse para llegar hasta su hija. Visualizamos perfectamente su combate cuando consigue levantarse y el resto de los actores se lanzan sobre ella, la rodean y le obstruyen el paso con una expresiva coreografía. Todas las danzas que salpican el espectáculo lo son. La puesta en escena no es realista, como tampoco lo es el texto. Entra por la vista y el oído como la poesía.

Tercera parte: regreso a la ciudad. La pantalla de fondo se convierte en un espejo en el que nos reflejamos los espectadores. Nosotros también somos culpables del fuego y hemos ardido con él. Llegamos agotados. Quizá por eso se hace largo este tramo del espectáculo. Es tan potente el anterior que este parece que sobra. Pero no es superfluo. No contaremos aquí si los personajes se salvan. Solo diremos que aunque el cuerpo siga respirando, nunca se sobrevive a la tragedia.

Animal negro tristeza

Texto: Anja Hilling. Dirección: Julio Manrique. Reparto: Joan Amargós, Màrcia Cisteró, Mia Esteve, Norbert Martínez, Jordi Oriol, Mima Riera, David Vert y Ernest Villegas. Naves del Español en Matadero. Madrid. Hasta el 20 de mayo.

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Sobre la firma

Raquel Vidales
Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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